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Solwezi, un polo urbano del noroeste zambiano, muestra su verdadera dimensión incluso antes de entrar a la ciudad. La ruta principal se transforma en un corredor humano en el que todo ocurre al mismo tiempo. Sobre una sola margen, a lo largo de varias cuadras, aparece un mercado callejero que concentra comercio, precariedad, movimiento y una forma de vida que se sostiene a pesar de todo. La tierra roja y naranja que domina esta región se levanta con cada paso y se mezcla con los sonidos que llegan desde todos los rincones, creando una atmósfera densa que envuelve a quien la recorre por primera vez. Del lado opuesto, a una cuadra, se levanta un pequeño shopping que aparece casi como una anomalía entre el desorden visual, el polvo, los puestos improvisados y la actividad sin pausa del mercado.
El corredor comercial avanza sobre estructuras hechas con madera, restos de chapa, lonas desgastadas y mesas armadas con lo que se consigue. Allí se vende de todo, desde frutas y verduras cultivadas en los patios familiares hasta gallinas enjauladas, ropa usada, comida y herramientas. Nada tiene un orden aparente y, sin embargo, todo funciona. Los puestos conviven con motocicletas que pasan a centímetros del público, autos que se detienen sin aviso, bicicletas que zigzaguean entre bultos, y vendedores que avanzan ofreciendo lo que llevan en grandes canastas colgadas de los brazos.
A medida que la ruta avanza hacia la terminal de transporte, la escena se intensifica. El tránsito se vuelve más ruidoso, más denso e imprevisible. La terminal es un remolino urbano que funciona sin señales ni reglas formales. La falta de un transporte público ordenado se vuelve evidente allí. En Solwezi los colectivos no siguen horarios fijos y pueden tardar minutos u horas en aparecer. Ese movimiento constante genera una postal repetida: familias caminando bajo el sol, jóvenes que avanzan descalzos, mujeres que llevan a sus hijos sujetados con telas en la espalda.
Entre el polvo de la ruta y los miles de movimientos simultáneos aparecen pequeñas cabinas metálicas pintadas de colores intensos. Esas estructuras son fundamentales en la economía local. Allí se recarga dinero en billeteras electrónicas, ya que la mayoría de las transacciones se hace sin bancos. En Zambia la moneda es la kwacha, pronunciada como "guacha", y se necesitan alrededor de 23 guachas para acceder a un dólar. Esta relación cambiaria estructura la vida diaria y define el poder adquisitivo de la población. En Solwezi un salario considerado alto ronda los 100 dólares mensuales, mientras que gran parte de la economía se sostiene con ingresos más bajos. Esa frágil ecuación convierte a la ayuda ocasional en un gesto de impacto real, ya que para quienes viven con apenas unos miles de guachas por mes cualquier contribución representa una diferencia significativa.
La caminata, la espera, la improvisación para trasladarse y la necesidad de usar las billeteras electrónicas conviven con otra lógica profundamente doméstica. Buena parte de los productos que se venden en el mercado proviene de los patios de las casas. Muchas familias siembran, cosechan y preparan alimentos en espacios mínimos para luego venderlos en este corredor comercial. Esa dinámica, que combina autoconsumo y supervivencia, estructura la base de la economía local.
Para entender la profundidad de este escenario, la mirada de Daniel Coronel, un salteño que lleva un año viviendo en Solwezi, ofrece una clave imprescindible. Coronel recuerda que la primera impresión del mercado lo impactó de inmediato. Sin embargo, cuenta que esa mirada se transforma cuando se decide recorrer el mercado con más calma. A partir del contacto directo surge una comunidad cálida, amable y profundamente respetuosa. Los vendedores explican sus precios, muestran sus productos y mantienen una disposición cordial. Coronel destaca que muchas familias dependen exclusivamente de lo que producen en casa y que la venta callejera es la herramienta más directa para sostenerse.
A esa dimensión humana se suma otro contraste clave de Solwezi: la coexistencia entre el mercado masivo, el pequeño shopping del otro lado de la ruta y las cabinas digitales que funcionan como bancos improvisados. Esa convivencia revela un paisaje urbano donde la vida cotidiana se sostiene en la mezcla de tradición, necesidad y tecnología básica adaptada al contexto. El mercado de Solwezi es, en ese sentido, una radiografía precisa de la ciudad. Es un recorrido que permite entender cómo late la vida en el noroeste zambiano, un lugar donde la dignidad y la necesidad conviven en cada metro del mercado y donde todo se sostiene gracias a una comunidad que sigue adelante sin perder su forma de estar en el mundo.