En el debate público sobre el litio –ese recurso clave para la transición energética global– se han instalado ciertas dicotomías que, lejos de ayudar a la toma de decisiones informadas, simplifican en exceso una realidad compleja. Una de las más frecuentes es la que enfrenta las tecnologías de Extracción Directa de Litio (DLE, por sus siglas en inglés) con el Proceso de Evaporación Convencional (CEP). Como si fueran tecnologías excluyentes, o peor aún, buenas contra malas.
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En el debate público sobre el litio –ese recurso clave para la transición energética global– se han instalado ciertas dicotomías que, lejos de ayudar a la toma de decisiones informadas, simplifican en exceso una realidad compleja. Una de las más frecuentes es la que enfrenta las tecnologías de Extracción Directa de Litio (DLE, por sus siglas en inglés) con el Proceso de Evaporación Convencional (CEP). Como si fueran tecnologías excluyentes, o peor aún, buenas contra malas.
La verdad es que ni el DLE es una panacea ni el CEP un modelo agotado. Ambos tienen ventajas y desventajas. La clave está en analizar sus variables en función del contexto geológico, económico y ambiental de cada proyecto.
Más allá del marketing
Desde la década del 2000, el CEP se consolidó como tecnología dominante en salares de alta concentración como el de Atacama. Su modelo de piletas escalonadas permite concentrar salmueras con bajo consumo energético, pero tiene costos: uso extensivo del suelo, evaporación de agua en zonas áridas y plazos largos de maduración (hasta 24 meses). Además, sus recuperaciones globales de litio oscilan entre el 35% y el 60%.
La DLE, en cambio, promete procesos más rápidos y eficientes, con recuperaciones superiores al 80%, ¨menor uso de agua¨ y sin necesidad de grandes extensiones de terreno. Suena ideal, pero implica desafíos: mayor consumo energético, uso intensivo de reactivos, mayor CAPEX inicial y no necesariamente el uso restringido de agua industrial, sobre todo, una etapa de escalado industrial aún en validación.
Variables
A la hora de elegir tecnología no basta con slogans. Hay que mirar integralmente factores como:
- Recuperación total: el DLE muestra buenos resultados de laboratorio, pero su performance industrial depende de muchas etapas (pretratamiento, concentración, conversión química).
- Consumo energético: en CEP, la energía se usa principalmente en la etapa final. En DLE, desde el inicio.
- OPEX y CAPEX: aunque el DLE elimina piletas, requiere plantas complejas y equipos especializados.
- Impacto ambiental: DLE reintegra la salmuera, pero el balance hídrico debe evaluarse con rigor técnico.
- Escalabilidad y confiabilidad: aún hay pocos casos exitosos en operación comercial.
¿Y entonces? ¿Cuál es la mejor tecnología?
La respuesta es: depende. Depende del tipo de salmuera, de las concentraciones, de la infraestructura disponible, del marco normativo, del financiamiento y de los objetivos estratégicos del país o la empresa. Es un error aplicar una lógica binaria. De hecho, muchas operaciones pueden beneficiarse de esquemas híbridos que combinen lo mejor de cada tecnología.
Lo que sí debe evitarse es caer en promesas simplistas o modas tecnológicas sin base empírica. Argentina, con su vasto potencial en salmueras de litio, debe apostar a la innovación, sí, pero con ciencia, ingeniería y criterio económico. El futuro del litio no se juega en una dicotomía, sino en la capacidad de gestionar su complejidad con inteligencia y honestidad técnica.
Finalmente, es clave que la toma de decisiones tecnológicas no se reduzca a frustraciones sistemáticas ni a visiones parciales de procesos complejos como el de la producción de litio, sino que se nutra del conocimiento técnico disponible en nuestras universidades y de nuestros profesionales. Es imprescindible que se actúe en cooperación con los entes universitarios y centros científicos, y que se convoque a los expertos –especialmente a los de nuestra provincia, que cuentan con formación específica y experiencia concreta en litio y salmueras– para que colaboren en el diseño de estándares técnicos. Estos estándares pueden y deben servir como base para guiar los procesos de evaluación, aprobación y regulación gubernamental de los nuevos proyectos tecnológicos. Solo así se podrá garantizar que las innovaciones tecnológicas estén al servicio del desarrollo sustentable, del ambiente y de las comunidades locales.