Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
11°
11 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El duende de la legislatura que había aprendido a discursear

Se cuenta que fue desalojado por un plan pergeñado por los diputados Leguizamón y Perdiguero en 1965.
Lunes, 11 de agosto de 2025 01:44
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Recordemos que el viejo duende de la panadería El Cañón, luego de ser desalojado, se aquerenció en el Mercado San Miguel, lugar de donde más tarde también fue expulsado por los líos que ocasionaba. Fue en esa circunstancia que el sotreta se las ingenió para irse haciendo culata en uno de los carros que salían del San Miguel con escombros, que por entonces se tiraban a orillas del acequión que bajaba de las lomas de Medeiros (Avenida Entre Ríos).           

Y así fue que cuando el carro que lo llevaba pasó frente al entonces Palacio de Gobierno (Legislatura), sin que nadie lo viera, el muy tarambana se apeó y de inmediato se introdujo por uno de los tragaluces, al subsuelo del flamante edificio. Y fue entonces que para este viejo duende comenzó una nueva vida, dedicada por ejemplo a la oratoria, ya que desde su escondrijo podía escuchar floridos discursos aunque, según su saber, muchos de ellos carecían de contenidos. Pero eso no hizo que abandonara su natural afición por las travesuras.  

Legislador

Y así, de tanto escuchar discursos, el duende comenzó a practicar oratoria cuando llegaba la noche y el palacio quedaba en tinieblas. En medio de la oscuridad salía de su escondite, trepaba taconeando las escaleras de mármol, recorría la galería e ingresaba con un gallardo empaque al hemiciclo de deliberaciones. Y sin dejar de taconear se encaminaba hacia la cátedra para sentarse en el sillón presidencial, sitial donde se le daba por hacerse el diputado o el senador, según sea. Y desde allí, comenzaba a dirigir imaginarias sesiones mientras que con engolada voz daba la palabra a inexistentes legisladores a quienes por lo general los doctoreaba. Y en ese afán por imitar voces y tonadas, a veces hablaba con acento rioplatense, haciendo vibrar las eres, como los actuales locutores de FM o los animadores de carpa.

Otras veces se le daba por hablar como legislador vallisto, utilizando con gran elegancia términos como "capazmente" o "mismamente". Por ahí también se le daba por hablar como indio de una desconocida etnia, y  alzaba su voz con una acentuada tonada sirio-pichanalense, al tiempo que arrastraba una muletilla harto curiosa: "am", "am", decía, sílaba que nunca nadie pudo traducir, ni siquiera los representantes de Orán, el Líbano salteño. Pero a quienes más gustaba imitar era al Dr. Carlos "El Taco" Cornejo Costas, a Roberto "Quebracho" Martínez Saravia y a Mario Rivero, diputados de Molinos, Rosario de Lerma y Capital respectivamente.

Y a decir verdad, desde que este duende –expanadero y mercader- se aquerenció en la Legislatura, nunca le faltó a quien imitar, pues al parecer, allí encontró harta materia prima para urdir sus travesuras parlamentarias.

Y de esta manera, con el tiempo el sabandija logró transformarse en un experto orador, a punto tal que no faltaron quienes llegaron a sospechar que era de extracción filoradical, dada su versátil y florida verba, ya para un entierro o un humilde proyecto declarativo. Era innegable que había adquirido un lenguaje bien elaborado, muy ornamentado y colmado de metáforas. Y así, cada noche arengaba en un recinto a oscuras y aparentemente vacío, ya que muchas veces –contaban los guardias del Cuerpo de Bomberos- se podían escuchar discusiones en medio de ruidosas escaramuzas y peleas, donde no faltaron disparos de armas de fuego. Pero lo más curioso era que al día siguiente y con sol alto, guardias y ordenanzas revisaban puntillosamente el recinto, pero nunca pudieron encontrar ni siquiera una chala de fogueo. Todo estaba en perfecto orden como si nada hubiese pasado durante una noche terriblemente agitada.

Según viejos empleados legislativos, aun hoy, cuando las luces del Palacio se apagan, se puede escuchar al sabandija hablar con voz alzada o teclear en las viejas máquinas de escribir, mientras un olor, mezcla de cigarrillo y café, aromatiza al silencioso y oscuro edificio de los leones alados.

Pero no era la oratoria lo único que le atraía al mequetrefe. Uno de sus entretenimientos favoritos, era jugar a deshora de la noche con el viejo ascensor. Pero lo que más le entusiasmaba era lo que hacía en los días de sesiones. Entonces se instalaba en lo alto de la torreta del elevador y desde allí, sin que nadie lo viera, lo frenaba a mitad del trayecto, justo cuando algún legislador estaba subiendo o bajando. Era entonces que lanzando ruidosas carcajadas se mofaba del enjaulado mientras desde lo alto le preguntaba qué marca de cigarrillos fumaba para, de inmediato, hacerse humo.

Oloroso desalojo

Pero fue durante el período legislativo 1963/66 cuando los legisladores decidieron echarlo del edificio. Eran tantas sus tropelías que un día los diputados resolvieron reunirse en el despacho de don Alfredo Aráoz, presidente del cuerpo, para estudiar cómo desalojar al mequetrefe. Entre los asistentes estaban el Dr. Gustavo "Cuchi" Leguizamón y Cesar Perdiguero, dos reconocidos expertos en duendes, además de Francisco "Pancho" Alvarez Leguizamón que hacía las veces de "oidor", y el radical cacheño Aristóbulo Carral, entre otros. Según contaron, de entrada nomás el Dr. Leguizamón tomó la palabra para exponer su plan. Dijo que como es sabido, el duende es extremadamente asqueroso, y que era casi seguro que el sabandija no iba a soportar si en cada rincón del edificio, se depositaba "porquería" de cristiano. "Será de humano", corrigió el diputado Isidoro "Ruso" Aizicizon, "pues creo –agregó- que también habrá otros que podrían hacer su aporte para que la hedentina sea aun más insoportable". Aceptada la corrección, el plan de inmediato fue aprobado por unanimidad, y esa misma noche fue puesto en práctica. Y según lo dispuesto, en cada ángulo y sucucho del palacio se dejó un maloliente atadijo y por supuesto, sin olvidar la torreta del ascensor. El operativo se cumplió un viernes y el lunes siguiente los Bomberos informaron que las habituales reuniones, barullos y discusiones nocturnas de las que participaba y presidia el enano mamarracho, habían cesado por completo. Autoridades del edificio dieron a conocer un optimista comunicado dirigido a la sociedad y al clero, donde se informaba que gracias a la moción de los diputados Leguizamón y Perdiguero, el sabandija se las había tomado, aparentemente en forma definitiva. Sin embargo y según testimonios de empleados posteriores, cada tanto el sotreta vuelve a las andadas.

Como un mes después del pestilente desalojo, un cochero contó que había trasladado a deshora de la noche a un personaje cortito, engreído y de mentón alzado, desde la Legislatura hasta la estación de trenes. "Bien puede que sea el duende…" dijo. Tiempo después, cosas raras comenzaron a suceder en la playa de los ferroviarios. Pero bueno, esa es otra historia...        

El duende suizo-alemán

Una tarde noche dos estudiantes de la carrera de historia del Departamento de Humanidades que hacían prácticas en el Archivo Histórico, por entonces en el ala sur de la Legislatura, aguardaban a un grupo de investigadores que querían ver unos documentos. En eso estaban cuando escucharon que en el subsuelo de la oficina alguien escribía a máquina. Como sabían que a esa hora no había nadie en el Archivo y mucho menos en el subsuelo que estaba totalmente ocupado por anaqueles con documentos y carpetas, se miraron sorprendidas. Pese a ello y como el ruido no cesaba, bajaron intrigadas al sótano para echar un vistazo y aunque el golpeteo continuaba, nada pudieron ver bajo la pálida luz de dos focos de filamentos. Aun sorprendidas, regresaron al entrepiso donde el sonido del tecleo ahora era más evidente y nítido. Fue entonces que se acordaron de la historia del duende de la Legislatura, tan comentada por los viejos empleados. Pese a ello, hicieron de tripas corazón y volvieron al sótano para espiar más prolijamente el lugar. Lentamente bajaron la rechinante escalera de madera y se dieron a la tarea, bien pegaditas las dos, de recorrer casi en punta de pie los estrechos pasillos. Así hasta que lograron detectar que el golpeteo, ahora muy evidente, provenía del rincón donde estaba la base del ascensor. Fue allí que cayeron en cuenta que el ruido de la máquina de escribir provenía del piso superior y que por efecto del eco se amplificaba hacia abajo y por todos lados. Ante esto, resolvieron ir a ver quién era el que escribía en lo alto de la torreta del elevador. Y se dieron una gran sorpresa: en el ascensor que hacía mucho que no funcionaba, un viejo empleado de la Biblioteca Legislativa se había instalado con silla y máquina de escribir y ahora tecleaba nerviosa y abstraídamente. Las chicas se acercaron para ver quién era ese duende rubio, alto, de ojos celestes: era Christian "El Gringo" Mountowiler, exdiputado, traductor de la Biblioteca y para más, responsable de las relaciones internacionales con bibliotecas parlamentarias del mundo, pues dominaba seis idiomas. Era descendiente suizo-alemán y tiempo después sería interinamente secretario general de la gobernación en 1974.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD