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Constanza Lee vivió el peor infierno, asegura que durante años sufrió golpes, humillaciones y tuvo relaciones forzadas con su exesposo, un médico identificado como R.J.F. "Me exigía tener relaciones todos los días, yo lloraba debajo de él", contó entre lágrimas a El Tribuno.
Actualmente, el hombre de 60 años, está imputado por el cargo de abuso sexual con acceso carnal, en perjuicio de Lee. La causa se encuentra en el Juzgado de Garantías 3° Nominación distrito Centro, legajo 190.747/24. El abogado de las victimas ya hizo la solicitud de elevación a juicio. "A pesar de la causa y denuncias que hicimos, él sigue ejerciendo su profesión como médico cardiólogo, en el Hospital San Bernardo", resaltó con indignación. "Hace cinco años atrás hice la denuncia y todavía seguimos esperando justicia", reclamó.
Sofía su hija, también fue víctima del maltrato nació prematura y estuvo al borde de la muerte. Pese a eso, su padre la ignoró por meses. Cuando la familia se instaló en Salta y la niña tenía tres años, comenzó la pesadilla. "Ella sufría de constipación y ensuciaba la ropa interior. Él agarraba las bombachas y se las refregaba en la cara mientras la insultaba . Le decía cosas horribles, cosas que una nena jamás debería escuchar de su propio padre", contó Constanza con la voz quebrada.
"La arrastraba de los pelos y la pateaba en la cabeza"
La violencia escaló rápido. "Yo estaba paralizada. Vi cómo la arrastraba de los pelos, la tiraba al piso y le pateaba la cabeza. Mi hija gritaba y yo no podía moverme. El miedo me dejaba inmóvil", recordó.
Cada rincón de la casa era escenario de violencia. "No podíamos dejar nada fuera de lugar, no podíamos hablar demasiado fuerte. Vivíamos pendientes de él. Era un infierno".
"Yo también fui su blanco"
Constanza no solo fue testigo: también fue víctima. "A mí me golpeaba, me insultaba, me decía que no servía para nada. Yo estaba convencida de que no tenía salida, que si hablaba iba a ser peor".
El control era total. "Yo sentía que estaba atrapada en una jaula invisible. Todo lo decidía él. Si me vestía de una manera, si salía, si hablaba. Era como si yo ya no existiera".
Las marcas imborrables en Sofía
El relato de Constanza se quiebra cuando recuerda el día en que su hijo Franco, ya adolescente, le confesó: "Mamá, nunca me voy a olvidar de cómo papá la cagaba a palos a Sofía". Esa frase la persigue hasta hoy. "Me siento culpable por no haber podido protegerla, por haberme quedado callada tanto tiempo. Nadie imagina lo que pasa puertas adentro de una casa. Pero el daño queda para siempre".
"Hablar es la única manera de reparar"
Hoy, Sofía tiene 27 años y lucha contra las cicatrices de la violencia que sufrió en la infancia. Constanza decidió dar la cara, aunque le duela volver a revivir cada escena.
"Yo necesito que se sepa. Que nadie más dude. Mi hija sufrió violencia física y psicológica. Y yo también la padecí. Lo cuento porque no quiero que se tape más, porque callar nos destruyó durante años", dijo con firmeza.
El silencio roto
Constanza eligió la verdad como escudo. No solo por ella, sino por sus hijos. Su testimonio deja al descubierto que el abuso no fue un hecho aislado, sino un sistema de terror sostenido en el tiempo. "Yo me juré que nunca más iba a callar. Hablar es la única manera de reparar, aunque la herida nunca cierre del todo", finalizó.
Carta pública
Durante 14 años, Sofía, hoy de 27, cargó con un secreto que la marcó física y emocionalmente. Desde su niñez hasta la adolescencia, asegura haber sido víctima de golpes, insultos, humillaciones y control absoluto por parte de su padre.
Aunque la Justicia solo investiga la denuncia de su madre, Sofía decidió dar un paso al frente y contar lo que vivió dentro del hogar familiar. "Escribo esto con la esperanza de que se haga justicia, o al menos que se conozca lo que pasó. Son años que quedaron en el olvido, como si nunca hubieran existido", expresó.
Infancia entre el miedo y la violencia
Sofía tenía apenas cuatro años cuando, según relata, comenzaron los malos tratos. "Me levantaba del suelo tirándome de la oreja o del pelo, me arrastraba por la casa y me abofeteaba. Otras veces me agarraba del cuello y me dejaba colgando mientras me pegaba", contó.
Las escenas de violencia se repitieron durante toda su infancia. "Me obligaba a lavar los platos con agua hirviendo, sin dejarme abrir la canilla fría. Lloraba con las manos rojas y ardiendo, pero él lo tomaba como un castigo merecido. Eso pasó todos los días durante años", recordó.
A esas prácticas se sumaban humillaciones extremas. "Me sacaba la bombacha sucia y me la pasaba por la cara. Si el inodoro quedaba tapado, me metía la cabeza adentro y luego me hacía limpiarlo. Yo era apenas una nena".
Una adolescencia controlada
El maltrato no fue solo físico. La joven asegura que su padre buscó siempre anularla psicológicamente y controlar su vida. "Me rompía mis juguetes y después, de grande, mis celulares, libros o maquillaje. Cualquier cosa era motivo para un estallido: un control remoto fuera de lugar, una puerta que hacía ruido, una bolsa de basura llena. Llegué a pensar que simplemente lo que le molestaba era que yo existiera".
El contraste era notorio cuando había visitas o salían en público. "Se mostraba como un padre ejemplar. Organizaba reuniones, nos llevaba a restaurantes, presumía de sus logros y de lo que nos compraba. Pero apenas nos quedábamos solos, volvían los gritos y los golpes. Mi comportamiento tenía que ser perfecto, porque cualquier mínimo detalle se transformaba en castigo".
El quiebre a los 17 años
En 2016, al terminar la secundaria, su padre la obligó a mudarse a una pensión y estudiar en la Universidad Nacional de Salta. Sofía no pudo elegir carrera y dependía de una cuota semanal de dinero que apenas alcanzaba para sobrevivir.
"Me decía que no servía ni para empleada doméstica, que nunca iba a ser nadie. Me daba plata en su consultorio, comparándome con una sirvienta que cobra un sueldo miserable. Con lo que me daba apenas podía comer. Terminé trabajando como moza y tuve que abandonar la universidad".
A partir de ese momento, el contacto con él se volvió esporádico. En 2020, tras el divorcio de sus padres, se cortó definitivamente.
Las huellas que perduran
Hoy, Sofía asegura que todavía vive con las secuelas del maltrato. "Desde que fui a declarar a la Justicia, volvieron todos los recuerdos. Tengo pesadillas casi todas las noches, me despierto agitada, transpirada, contracturada, con dolores de cabeza y de cuerpo. Es como si lo estuviera reviviendo constantemente".
También recuerda la frustración de no haber encontrado ayuda en el momento en que más lo necesitaba. "Llamé a la policía, pero él siempre lograba convencerlos de que yo actuaba. Apenas se iban, me pegaba peor. Una vez llegué golpeada al colegio y mi profesora de inglés intentó ayudarme, pero lo que él decía volvió a pesar más que mis palabras. ¿Cómo puede ser que la palabra de un adulto valga más que la de una niña con la cara marcada?".
En 2021, ya mayor de edad, intentó denunciar lo ocurrido en el Polo de la Mujer, pero recibió una negativa: "Me dijeron que si en el último mes no me había golpeado, no podían tomarme la denuncia. Fue otra desilusión más".
Un pedido de justicia
Sofía decidió hablar para acompañar a su madre en el proceso judicial y también para que otras mujeres e hijos sepan que no están solos. "Viví 14 años de maltrato que parecen haber quedado en la nada. Yo cargo con miedo, con dolor y con inseguridades. Mientras tanto, él sigue su vida impune, como si nada hubiera pasado. Lo único que espero es que esta vez se haga justicia", finalizó.