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Nunca había sentido el periodismo tan en carne viva como en este Milagro. Por algo muchos colegas se refieren a la profesión como "el oficio más lindo del mundo". Todavía me tiembla el cuerpo del frío de la madrugada y del polvo de la ruta. Caminé apenas un tramo -de Santa Rosa de Tastil a El Alfarcito- junto a los peregrinos de la Puna. Ellos traían encima ya cientos de kilómetros, noches a -10 °C y alturas imposibles. Yo, principiante en esta cobertura, trataba de seguirles el paso mientras me contagiaban su canto y alegría.
Mientras respiraba agitada a unos 3.200 metros de altura, ellos saltaban, cantaban y aplaudían con fuerza los típicos cantos religiosos. Ver de cerca un acto masivo de fe, sacrificio y alegría me conmovió. No tenía un buen calzado para caminar esos casi once kilómetros. Fui con los zapatos más abrigados de mi armario, unos borcegos y en ese corto trayecto me aparecieron ampollas en los talones y llagas en la planta de los pies. Mientras yo me quejaba por dentro, pensaba en los pies de los peregrinos: callos, heridas, frío, polvo y, aun así, ni un gesto de malestar en sus caras
Era todavía de noche, las tres de la mañana en la ruta 51, y mis ojos buscaban no perder ningún gesto. Ponchos que flameaban, banderas con el Señor y la Virgen y rostros concentrados en no perder el ritmo. Intentaba grabar en mi memoria cómo se ve la devoción y la fe cuando se caminan: un paisaje de cuerpos cansados pero encendidos, una multitud anónima que avanza y me enseña, paso a paso, el verdadero sentido de esta cobertura.
En medio de la oscuridad me sorprendió ver el uniforme de algunos mineros que habían dejado por unos días los yacimientos para peregrinar. Era como ver un pedazo de su vida diaria mezclado con el ritual. Arriba, las estrellas brillaban tanto que parecían globos de luz iluminando el camino. Viviendo en la capital, con la contaminación lumínica, uno se olvida de que existen así; en medio de la nada son lámparas suspendidas sobre nuestras cabezas.
La gélida noche no aflojaba con el paso de las horas, al contrario, a medida que amanecía el frío calaba más por mi espalda: cerca de las cuatro de la mañana empecé a sentirlo, a pesar de todas las capas de ropa con las que intenté abrigarme.
En el camino tuve el privilegio de conocer a Damiana, una peregrina de más de 80 años que lleva 25 años peregrinando. Escucharla hablar con tanta fe y amor por nuestros santos patronos es algo que contaré como anécdota a quienes no tengan la fortuna de compartir un tramo con ella. Mientras conversaba con ella y con tantos otros, fui descubriendo que las historias se repetían en su esencia: promesas cumplidas, pedidos por la salud de un hijo, ruegos por conseguir trabajo, agradecimientos por estar vivos.
Cuando preguntaba "¿por qué peregrinan este año?", una misma frase volvía una y otra vez: "La fe mueve montañas". Y era imposible no creerlo viendo esa marea de gente avanzar, saltar, cantar y aplaudir con fuerza. En un punto las lágrimas se me mezclaban con el viento helado y, con la voz entrecortada, intentaba hacer preguntas para que esas historias llegaran a los lectores.
El destino en El Alfarcito les tenía preparado un desayuno caliente. Al llegar fueron recibidos por unos 90 servidores que les habían preparado café, mate cocido, té y bollos, además de masajes para sus cansados pies y acalambradas piernas. Pero antes de sentarse, ocurrió algo inolvidable: los servidores los recibieron con aplausos y en ese instante el fervor explotó. El aire helado se llenó de saltos al estilo de un pogo en un recital de rock. Los cantos de "¡Viva el Señor y la Virgen del Milagro!" y las respuestas "¡Viva!" al unísono inundaron el leve amanecer que se asomaba por los cerros. Yo miraba, con los pies doloridos y el corazón conmovido, y pensaba que había entrado a este camino como periodista, pero estaba saliendo de él también como testigo de algo más grande: la fe en movimiento, la devoción hecha camino, la vida contada en pasos.
Sin lugar a dudas, la cobertura del Milagro salteño es mucho más que una asignación periodística: es una vivencia única que desborda cualquier esquema de trabajo. Sin subestimar todo lo que significa, si tuviera que resumir esta experiencia en una sola palabra la llamaría "revitalizadora" para la mirada profesional que vuelve a emocionarse.