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Felipe Solá, el político al que cualquier colectivo lo deja bien

Sabado, 24 de septiembre de 2011 22:49

El periodismo prefiere hablar de él como otro caso de “borocotización”, en referencia a Eduardo Lorenzo Borocotó, aquel médico que durante años ofreció consejos saludables por televisión y que, en 2005, decidió saltar a la política, aunque cambió de bando en menos de lo que dura una consulta. Borocotó fue electo legislador porteño por el PRO, la fuerza que lidera el jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, pero antes de asumir su banca se había convertido en un fanático kirchnerista, con escándalo público incluido.

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El periodismo prefiere hablar de él como otro caso de “borocotización”, en referencia a Eduardo Lorenzo Borocotó, aquel médico que durante años ofreció consejos saludables por televisión y que, en 2005, decidió saltar a la política, aunque cambió de bando en menos de lo que dura una consulta. Borocotó fue electo legislador porteño por el PRO, la fuerza que lidera el jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, pero antes de asumir su banca se había convertido en un fanático kirchnerista, con escándalo público incluido.

El diccionario tiene una palabra que define exactamente lo que hizo: tránsfuga o trásfuga, una “persona que deja un partido político para pertenecer a otro”.

En el mundo de la política, ser tránsfuga tiene connotaciones muy negativas; es casi un sinónimo de traidor. En términos sociales, se considera al transfuguismo un disvalor. Se lo asocia con aquellos dirigentes que ponen por delante sus intereses personales o económicos por sobre el compromiso que asumiera ante los ciudadanos que lo votaron. Es, en definitiva, otra forma de traición.

Este repaso permite ver que, al renegar de su reciente paso por el Peronismo Federal y encolumnarse nuevamente con el oficialismo kirchnerista, Felipe Solá cometió uno de los pecados capitales de la política: el de cambiar de bando sin que mediara ningún hecho político trascendente que lo justifique.

Lo curioso del caso es que, aunque el transfuguismo no goza de aceptación social, los ciudadanos parecen haber hecho la vista gorda cuando el que lo practicó fue Felipe Solá.

Es que este diputado bonaerense tiene una dilatada experiencia en esto de pasarse de un bando a otro. Hagamos un poco de historia: Felipe Solá se acercó al peronismo cuando estudiaba Agronomía en la UBA, y se sumó al equipo de Antonio Cafiero cuando el histórico dirigente era gobernador de Buenos Aires. Detrás de él se encolumnó en la interna peronista de 1989, que terminó consagrando a Carlos Menem como el candidato a la presidencia.

Ese año, Solá dio el primer salto para el bando contrario. Aunque se lo consideraba un hombre de Cafiero, apenas asumió Menem lo convocó para que sea su secretario de Agricultura y Ganadería, y el actual diputado nacional no tardó ni un minuto en dar el sí.

Ya como menemista consagrado, en 1991 fue candidato a diputado nacional y ganó una banca por la provincia de Buenos Aires. Pero sólo estuvo dos años en el Congreso. Menem lo volvió a convocar y provocó su renuncia a su escanio en 1993, dos años antes de lo que correspondía.

Una gestión polémica

Su paso por Agricultura merece varias lecturas. Para los salteños, sin dudas fue una gestión negativa. Como parte de la política de eliminación de subsidios y reducción del gasto que llevaba adelante el entonces ministro Domingo Cavallo, Solá impulsó y casi logra la eliminación total del fondo especial del tabaco (FET), un aporte clave para garantizar la sustentabilidad de esa producción no solo en Salta sino en las siete provincias tabacaleras. Solo la lucha mancomunada de la dirigencia del sector junto a los legisladores nacionales logró impedir que se consumara la desaparición del FET. Solá se convirtió así en símbolo del atropello a las economías regionales.

No pasó lo mismo con las zonas más ricas del campo argentino. Para ellas, Solá es el responsable de haber autorizado, en 1996, la introducción de la soja transgénica, lo que constituye un paso fundamental para la revolución tecnológica que en los años posteriores registraría la producción agropecuaria en el país. Un año después, logró la reapertura de los mercados internacionales a las carnes frescas argentinas, tras la erradicación de la aftosa del rodeo nacional.

En el duhaldismo

Pero, retomando las idas y vueltas de Solá en el mundo de la política, el fin del ciclo menemista lo encontró habiendo saltado otra vez a la vereda de enfrente y aliado al entonces peor enemigo del riojano: el bonaerense Eduardo Duhalde. En 1999, Solá logró el cargo de vicegobernador de la provincia de Buenos Aires en la fórmula que encabezaba el exvicepresidente de Menem Carlos Ruckauf, en una lista que además llevaba a Duhalde como candidato a presidente.

La deserción de Ruckauf en medio de la peor crisis en la historia del país lo ubicó, a principios de 2002, como gobernador, mientras Duhalde era desgnado presidente.

En ese período, tuvo que enfrentar una virtual cesación de pagos de la provincia y hasta tuvo que emitir dinero “trucho” -como eran los patacones- para mantener en funcionamiento el Gobierno provincial.

La alianza con Duhalde se prolongó en 2003, cuando el bonaerense impulsó a Néstor Kirchner para presidente y Solá buscó -y obtuvo- la reelección en Buenos Aires.

Cuando Néstor Kirchner rompió con su padrino político y comenzó una acumulación de poder sin precedentes, Solá no tuvo ningún empacho en saltar otra vez el cerco y convertirse en un kirchnerista acérrimo, olvidando su pasado como cafierista, menemista y duhaldista.

En 2007, cuando se acercaba el fin de su mandato como gobernador, Solá cometió un garrafal error de cálculo: a través de los medios quiso decirle a Néstor Kirchner lo que debía hacer. Es que mientras el patagónico planteaba la duda sobre si su sucesor sería “pingino o pingina”, ante todos los micrófonos Solá se autopostulaba para ser el candidato a vicepresidente. Néstor no sólo no accedió, sino que además lo castigó: en los comicios de ese año tuvo que conformarse con una candidatura a diputado nacional. Para el hombre que venía de gobernar por casi seis años la provincia más grande del país era peor que un premio consuelo.

La ruptura con el kirchnerismo llegó en julio de 2008, la noche de la votación en el Congreso de las retenciones móviles a las exportaciones de soja. Ese día, Solá votó en contra del proyecto oficial, y no se lo perdonaron: en pocos días se quedó sin cargos en las comisiones y relegado de cualquier debate importante.

En cualquier barrio a Felipe Solá le hubieran puesto de apodo “veleta”, por aquel viejo artefacto -hoy casi en desuso- que siempre se acomodaba para donde soplaba el viento.

Antes que ser un marginal Solá hizo lo que mejor sabía hacer. En noviembre de 2008 volvió a cambiar de bando. Se sumó a otros legisladores críticos del kirchnersmo para formar el Peronismo Federal. Pero aunque tenía mandato hasta 2011, en 2009 renunció a su banca y se presentó como candidato bajo el signo Unión-

Pro, la alianza de fuerzas de Macri y Francisco de Narváez que ese año derrotó a Néstor Kirchner en Buenos Aires.

Convencido de que era el artífice del triunfo, comenzó a bregar por la candidatura presidencial del Peronismo Federal, pero su nombre quedó marginado de una disputa de dos “pesos pesados”: Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá. Finalmente, bajó su candidatura y se alejó de sus ocasionales aliados.

Pero cuando parecía que Solá se encaminaba al retiro político, los resultados de las elecciones primarias trajeron una sorpresa: el bonaerense admitió que quiere volver al ruedo kirchnerista, y coquetea a la Presidenta con elogios a su gestión. Felipe, ¿no será demasiado?

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