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Cuando el barrio “tira” más que el club

Miércoles, 31 de enero de 2018 23:35
Foto: Andrés Mansilla

La violencia en los estratos profesionales del fútbol, las barras organizadas de los clubes grandes de la provincia, sus pujas de intereses y sus riñas de guapos, más la sensación de impunidad y de que la familia cada vez se está alejando más de las canchas e, incluso, de esa identificación enraizada y adherida en la sangre que antes sentía a flor de piel con esos colores que desde chico uno conocía de memoria y aprendió a amar, pero que de a poco comienza a dejar de lado. A eso hay que añadirle ineludiblemente los “palos” pegados a la ilusión de la gente por tantos tropiezos deportivos, por tanto fracaso dando vueltas, por tanto proyecto abortado en el camino y por tanta impericia dirigencial, sin obviar el tedio de los torneos y las categorías somnolientas, la restricción al color en las tribunas y el gesto ya casi inconsciente de priorizar al jugador “golondrina” por sobre el valor local. Todo eso embebido en un solo cóctel es una bomba de tiempo que colapsa y se refleja, como hace 8 días, en el Martearena, en el clásico de ida de Copa Argentina entre Juventud y Gimnasia, al que no fueron más de 3 mil almas.
El escenario mundialista, de ser una gris postal que se asemejaba a la decadencia y a un cúmulo de tensiones, pasó a convertirse en el templo de una gran fiesta popular una semana después, con el debut de San Antonio y Villa Primavera en el Federal C. El color sobró y las tribunas transmitían otra energía y vitalidad. La fuerza de los barrios. Y no es de ahora. Y no es casual. La convocatoria en los torneos de los barrios se convirtieron en los últimos años en un oasis en medio del desierto de un fútbol salteño bañado de escepticismo y desesperanza en sus niveles organizados, pasando a ser el barrio el mayor valor simbólico en el sentido de pertenencia, por sobre los vapuleados clubes.
 

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La violencia en los estratos profesionales del fútbol, las barras organizadas de los clubes grandes de la provincia, sus pujas de intereses y sus riñas de guapos, más la sensación de impunidad y de que la familia cada vez se está alejando más de las canchas e, incluso, de esa identificación enraizada y adherida en la sangre que antes sentía a flor de piel con esos colores que desde chico uno conocía de memoria y aprendió a amar, pero que de a poco comienza a dejar de lado. A eso hay que añadirle ineludiblemente los “palos” pegados a la ilusión de la gente por tantos tropiezos deportivos, por tanto fracaso dando vueltas, por tanto proyecto abortado en el camino y por tanta impericia dirigencial, sin obviar el tedio de los torneos y las categorías somnolientas, la restricción al color en las tribunas y el gesto ya casi inconsciente de priorizar al jugador “golondrina” por sobre el valor local. Todo eso embebido en un solo cóctel es una bomba de tiempo que colapsa y se refleja, como hace 8 días, en el Martearena, en el clásico de ida de Copa Argentina entre Juventud y Gimnasia, al que no fueron más de 3 mil almas.
El escenario mundialista, de ser una gris postal que se asemejaba a la decadencia y a un cúmulo de tensiones, pasó a convertirse en el templo de una gran fiesta popular una semana después, con el debut de San Antonio y Villa Primavera en el Federal C. El color sobró y las tribunas transmitían otra energía y vitalidad. La fuerza de los barrios. Y no es de ahora. Y no es casual. La convocatoria en los torneos de los barrios se convirtieron en los últimos años en un oasis en medio del desierto de un fútbol salteño bañado de escepticismo y desesperanza en sus niveles organizados, pasando a ser el barrio el mayor valor simbólico en el sentido de pertenencia, por sobre los vapuleados clubes.
 

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