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¡­Las banquinas son argentinas...!

Sabado, 03 de noviembre de 2018 00:00

Un poco de historia. Como ya se ha señalado desde estas columnas, la enorme velocidad de expansión de las economías de mercado con la irrupción del capitalismo en el siglo XIX bajo el esquema del "laissez-faire" tenía un talón de Aquiles, expresado en las periódicas crisis de sobreproducción y desempleo que se hacían cada vez más profundas como consecuencia, en parte, de la propia expansión de la economía mundial, por aquello de que, "cuanto más alto se llega, más estrepitosa es la caída".

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Un poco de historia. Como ya se ha señalado desde estas columnas, la enorme velocidad de expansión de las economías de mercado con la irrupción del capitalismo en el siglo XIX bajo el esquema del "laissez-faire" tenía un talón de Aquiles, expresado en las periódicas crisis de sobreproducción y desempleo que se hacían cada vez más profundas como consecuencia, en parte, de la propia expansión de la economía mundial, por aquello de que, "cuanto más alto se llega, más estrepitosa es la caída".

Marx y Engels consideraban que las crisis eran una consecuencia inevitable del propio diseño de las economías de mercado, más o menos de la misma forma en que el agotamiento del combustible es una consecuencia inevitable del funcionamiento del motor. Propusieron, por ello, y como forma de proporcionar pleno empleo desterrando las crisis, su reemplazo por una solución de "banquina", o sea, extrema, que era el comunismo, donde "cada cual dispone de acuerdo a su necesidad y aporta conforme su capacidad", algo así como el Paraíso, pero con mecanismos de reposición.

Rusia adoptó a principios del siglo pasado este sistema basado en la conculcación completa de las libertades individuales y los mecanismos de mercado, seguida por experiencias similares de otros países, aunque el nuevo esquema sólo llegó a durar unas pocas décadas, hasta que finalmente implosionó.

Más adentrado el siglo XX, Italia y Alemania, principalmente, aplicaron otro sistema económico igualmente totalitario, aunque algo más flexible con el mercado, pero necesitado de guerras para sostenerse, y justamente una guerra acabó con ellos, no sin antes haberse llevado varios millones de vidas en el intento, mostrando en este sentido el comunismo una visión más democrática y endógena, porque sus crímenes, que arrastraron algunos millones más, no requerían especialmente de guerras, ya que la propia población se masacraba sin necesidad de especificaciones ideológicas, raciales, religiosas, etc.

A todo esto, Keynes, un economista británico preocupado por el rechazo que las crisis generaban entre los afectados que miraban con simpatía los experimentos "exitosos" del comunismo y el fascismo, no compartía -siguiendo la metáfora anterior- el diagnóstico del "motor que se queda sin combustible", no porque ese principio no fuera válido, sino porque no creía que la "solución" fuera abjurar del motor de combustión interna y reemplazarlo por carros tirados por personas, sino resolver el problema de la autonomía para que los vehículos alcancen el próximo surtidor.

Trasladado a las economías, el problema que había que resolver era el de encontrar la forma de evitar, o atenuar cuanto menos, las crisis, con lo cual se iba a añadir a la completa libertad de las economías de mercado, las ventajas de un funcionamiento más suave, previsible y con "pérdidas" mínimas.

El Estado de bienestar

Como es sabido, gracias a las ideas de Keynes y los economistas de Estados Unidos, luego de la II Guerra Mundial se diseñó un nuevo esquema económico, el cual, aunque no sin complicaciones, fue capaz nada menos- de evitar nuevas guerras comerciales y proporcionar las condiciones para un crecimiento económico mucho más importante que el logrado en la primera etapa de "laissez - faire", acompañado de pleno empleo, baja inflación, aceptables niveles de equidad, y un "libreto" bastante simple para que las naciones en desarrollo pudieran adoptarlo, como lo hicieron los Tigres Asiáticos y otras economías.

Lamentablemente, la guerra de Corea, de Vietnam, la crisis del petróleo y el agigantamiento de las burocracias impidieron mantener el crecimiento y la baja inflación, y así las principales economías -Estados Unidos y Europa- incurrieron en la "esclerosis económica", evidenciada en inflación creciente junto con caída en la productividad y mantenimiento de niveles más elevados de desempleo con características crónicas.

Ortodoxia y banquinas

Claramente, los problemas de las economías requerían un achicamiento de las burocracias, una renovación en los regímenes de contratación y otras reformas acordes con los cambios que el estado de bienestar había creado. Sin embargo, en ausencia de estas modificaciones, la ortodoxia económica que Keynes había combatido se sintió oxigenada y se propuso reinstalar el viejo libreto, y sin duda, pese a violentas reacciones de los afectados, principalmente en el Reino Unido, se logró abatir la inflación y recuperar la productividad en las economías, aunque al costo de mantener durante largo tiempo el desempleo, el cual, cuando se recuperó, exhibió un aumento en la brecha de desigualdad.

Frente a este escenario, primero de manera más o menos caótica, pero con cohesión progresiva, los contestatarios comunistas, fascistas y afines- también volvieron a la escena.

Claro el desprestigio de unos y otros les exigía presentar los “viejos vinos en odres nuevos”, y la palabra que vino a caracterizarlos fue: “populismo”. No hace falta señalar quiénes son sus principales líderes: Donald Trump, en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia junto a otros en Europa, y hace unos días, Jair Bolsonaro en Brasil.

Derechos de autor 

Claramente, se está en presencia de un comportamiento maniqueo con posiciones que no admiten términos medios que sería el estado de bienestar, debidamente relanzado, libre de sus errores y distorsiones- aunque, como en el caso de Trump y otros, su populismo incluya algunas de las consignas de la ortodoxia más dura, como la reivindicación de Hayek, el economista austríaco más enfrentado en lo ideológico, aunque no en lo personal- a Keynes. Este comportamiento, que evidentemente está creando más volatilidad a las economías de las que pretende resolver, es equivalente a elegir transitar por las banquinas en lugar de hacerlo por la vía principal, que aunque necesite reparaciones, es indudablemente un medio más seguro para desplazarse.

En ese sentido, los argentinos deberíamos, cuanto menos, exigir derechos de autor, porque si bien el origen de nuestro populismo primero atisbado en el golpe de estado de 1930 y luego perfeccionado a partir del golpe de 1943 - no fue prístino, ya que copiábamos el nacionalismo de España y otras naciones de Europa hasta que dispusimos del modelo “ ideal” con el fascismo de Mussolini. Pero las naciones creadoras del populismo lo abandonaron en parte porque no tenían alternativas, al haber perdido la guerra, mientras que la Argentina se mantuvo fiel hasta el presente en su tránsito por los extremos, recayendo cada tanto en experimentos de ortodoxia económica hasta el próximo cruce de banquinas. Sin duda, dado que el mundo parece encaminarse al populismo, no parece, lamentablemente, que sea ahora el turno de un nuevo estado de bienestar. Por lo tanto, no habría que descartar ni sorprenderse de que, en 2019, en la Argentina, tengamos un nuevo turno de populismo, que, como ya lo hemos experimentado, habrá de durar varios años hasta el nuevo cambio de banquinas, ¿verdad?...

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