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Las migraciones y la Argentina

Miércoles, 09 de enero de 2019 00:00

El sistema mundial capitalista, nacido en el siglo XVI en Europa y dominando el mundo desde entonces, se divide en tres categorías de países y regiones: los centrales, los semiperiféricos y los periféricos. Cada uno de ellos se define por el poderío militar, la capacidad de generar tecnología propia y la relativa ventaja o desventaja en los flujos financieros y comerciales a través del mundo.

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El sistema mundial capitalista, nacido en el siglo XVI en Europa y dominando el mundo desde entonces, se divide en tres categorías de países y regiones: los centrales, los semiperiféricos y los periféricos. Cada uno de ellos se define por el poderío militar, la capacidad de generar tecnología propia y la relativa ventaja o desventaja en los flujos financieros y comerciales a través del mundo.

La relativa posición de países y regiones puede variar dentro del sistema, aunque éste permanece estable. Así España, potencia central en el primer ciclo de acumulación capitalista, fue posteriormente descendiendo hasta convertirse en país semiperiférico en el siglo XIX. De la misma manera, los Estados Unidos, colonia británica por tres siglos, fue ascendiendo a partir de su independencia política hasta convertirse en centro del sistema mundial a partir de la Primera Guerra Mundial.

Nuestra Argentina

Algo parecido podría haber ocurrido con la Argentina, pero no fue así. Aunque hacia fines del siglo XIX el país se aproximaba a los centros del sistema mundial por su poderío económico, una serie de desventurados eventos y crisis políticas en el siguiente siglo mantuvieron a la nación firmemente anclada en la semiperiferia, amenazando incluso con empujarla hacia los niveles inferiores del sistema mundial.

Tal resultado no ocurrió, pero el país nunca logró acceder al reducido círculo de las potencias centrales. Es cierto que su posición geográfica no ayudaba al encontrarse a gran distancia de los centros del sistema en Europa y América del Norte, pero también es cierto que otros países con la misma desventaja geográfica sí lograron consolidarse como parte integral del sistema dominante. Tal es el caso de Australia y Nueva Zelanda.

La diferencia radicó en la calidad de las instituciones y a su continuidad y predictibilidad a través del tiempo. Desde su consolidación en el siglo XVIII como factor único y dominante en el mundo, queda claro que al capital "no le gustan" las sorpresas ni los rompimientos institucionales y que huye de ellos, prefiriendo invertir y consolidarse en aquellos países y regiones que ofrecen estabilidad y garantías fiables.

Australia y Nueva Zelandia copiaron casi integralmente el marco legal e institucional inglés y precisamente lo opuesto a la Argentina, cuya historia se caracteriza por la discontinuidad institucional y repetidos cambios de rumbo.

La condición de semiperiferia de la Argentina se asocia a dos características importantes en relación con los flujos migratorios hacia ella. Primero, no ocurren al mismo tiempo que en los países centrales y, en general, toman más tiempo en surgir y consolidarse. Segundo, en su condición de integrante intermedio del sistema mundial, el país es a la vez receptor y expulsor de migrantes. Conviene explicar más en detalles ambas características.

Las oleadas

Las grandes migraciones que acompañaron la constitución del sistema mundial en los últimos quinientos años comprenden cuatro tipos principales:

a) las migraciones de colonos europeos;

b) las migraciones de esclavos africanos;

c) las migraciones "reclutadas" de trabajadores de Europa y Asia;

d) las migraciones "espontáneas" desde países periféricos en Asia, África y las Américas.

Las migraciones de colonos siguieron al descubrimiento de América en el siglo XV y su posterior colonización por parte de España, Inglaterra, Francia y Portugal. El exterminio de las poblaciones nativas por su explotación o por enfermedades europeas contra las cuales no tenían defensa condujo al derrumbe demográfico de las Américas en los siglos XVI y XVII. Frente a ese hecho y la imperiosa necesidad de reemplazar a los nativos desaparecidos por otra fuerza laboral, las potencias europeas recurrieron a la importación masiva de esclavos de África. El desplazamiento de esclavos de África a las Américas se constituyó de esta forma en la migración laboral predominante en el mundo por tres siglos desde el XVI hasta mediados del XIX.

El desarrollo industrial en la segunda mitad de ese siglo y a principios del XX generó nuevas necesidades de mano de obra que esta vez no podían llenarse con esclavos.

Las grandes empresas y los gobiernos recurrieron entonces al reclutamiento deliberado entre las masas campesinas de la periferia del sistema capitalista en Italia meridional, Polonia, Rusia, Turquía, etc., ofreciendo incentivos económicos y transporte gratuito a través del Atlántico.

La etapa siguiente consistió en el movimiento "espontáneo" de inmigrantes, esta vez no reclutados pero que vienen por su propia cuenta atraídos por los mejores salarios y las mejores condiciones de vida en los países centrales.

Los países centrales ya no necesitan esclavizar trabajadores ni reclutarlos, sino que se hallan en la más cómoda posición de regular flujos auto - iniciados desde la periferia.

En el momento actual, estos flujos alcanzan tal tamaño que amenazan la integridad cultural e institucional de los países receptores y se torna entonces necesario reducirlos o suprimirlos del todo.

Gobernar es poblar

Pero esta síntesis de los grandes movimientos migratorios a través de los siglos, ¿qué tiene que ver con la Argentina? Ocurre que cada uno de los tipos mencionados tuvo su equivalente en el Cono Sur de las Américas, pero de forma atenuada o con propósitos distintos a las ocurridas en los países centrales del sistema mundial. Primero, se dio un movimiento colonizador desde España hacia las Provincias del Plata que creó ciudades y organizó la producción agrícola y ganadera de la región. Sin embargo, tal colonización no ocurrió con el mismo ímpetu y los grandes números de migrantes que acompañaron la ocupación de otras colonias europeas, inclusive las de la propia España. La relativa ausencia de metales preciosos y de condiciones adecuadas para la creación de plantaciones cafetaleras o azucareras restaron incentivos a la migración masiva de colonos a partir de la península ibérica.
De la misma manera, aunque hubo migración de esclavos africanos hacia el Río de la Plata, este movimiento nunca alcanzó la magnitud de los registrados en el Caribe o hacia las plantaciones algodoneras en América del Norte y cafetaleras en Brasil.
La segunda mitad del siglo XIX fue testigo de un vigoroso esfuerzo por parte del Gobierno argentino por reclutar inmigrantes de Europa. Se trataba de poblar un país vacío precisamente por la debilidad de los flujos colonizadores en la etapa colonial. Para Sarmiento, “gobernar es poblar”, es decir, suplir la debilidad demográfica heredada de los siglos anteriores a través de grandes flujos colonizadores a partir de Europa. Sólo a comienzos del siglo XX comienza a surgir una industrialización incipiente que pudo hacer uso de parte de los flujos europeos pero, fundamentalmente, éstos se dirigieron a corregir el atraso demográfico debido a la debilidad de los movimientos colonizadores a partir de la metrópolis colonial.

En el siglo XX

La industrialización tardía en la Argentina, iniciada a principios del siglo XX y que toma fuerza a partir de la segunda guerra mundial, sí se asocia con el tipo de inmigración espontánea predominante en los centros del sistema mundial en el mismo periodo. No fue necesario enviar demasiados “enganchadores” a Bolivia, Paraguay o Perú para que surgieran movimientos migratorios hacia el Río de la Plata en busca de empleo en las nuevas industrias y en la construcción.
La relativa paralización del proceso de industrialización argentina asociada al fin del modelo de sustitución de importaciones y su sustitución por el nuevo modelo neoliberal a final del siglo XX se asoció, predeciblemente, a una disminución de los flujos laborales a partir de los limítrofes, aunque la población inmigrante ya asentada en el país rara vez regresó a aquéllos. El surgimiento de Chile como el país económicamente más exitoso de la región ha conllevado una recanalización de flujos migratorios desde Bolivia y Perú hacia el nuevo polo regional de crecimiento.
El estancamiento industrial argentino y la imposibilidad de trascender su condición de país semiperiférico también se ve reflejado en la emigración de argentinos, en general profesionales y técnicos, hacia los países centrales, los Estados Unidos y Europa Occidental.
Tal pérdida de capital humano no se ha visto compensada hasta el momento con un flujo de inversiones y transferencia de conocimiento por parte de las comunidades de profesionales expatriados, como ha sido el caso de China, India e Israel. Como país semiperiférico, la Argentina es hoy en día y simultáneamente receptor y expulsor de migrantes. Los flujos laborales que recibe han disminuido a partir del estancamiento económico e industrial, mientras que los que expulsa se ven reforzados por las repetidas crisis sufridas en tiempos recientes.
La inesperada llegada de contingentes de venezolanos, iniciada por la desesperada situación de ese país, introduce un elemento novedoso en la situación actual. Es probable que si la crisis venezolana logra resolverse a corto plazo, estos refugiados regresen a su país. De no ser así y de asentarse definitivamente, es posible anticipar una contribución positiva de este nuevo contingente de migrantes a la Argentina dado su relativamente alto nivel de capital humano. En el corto plazo, las medidas aconsejables para las autoridades serían facilitar la incorporación social y económica de estos refugiados a la sociedad argentina y a la vez procurar articular canales de comunicación con las comunidades de profesionales argentinos en los Estados Unidos y Europa para estimular sus inversiones, transferencias de conocimientos y su eventual retorno al país. Tales contribuciones por parte de otros contingentes de expatriados de alto capital humano han conllevado resultados altamente positivos para el desarrollo económico y científico de las naciones de origen.
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