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Hong Kong: ¿jugando con fuego?

Miércoles, 23 de octubre de 2019 00:00

La decisión de la Cámara de Representantes norteamericana de aprobar el proyecto de ley de derechos humanos y democracia en Hong Kong amenaza desatar una peligrosa internacionalización del conflicto en esta "región administrativa especial" de China. Inmediatamente después de esa sanción, Beijing expresó su "fuerte indignación" por la aprobación de la iniciativa.

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La decisión de la Cámara de Representantes norteamericana de aprobar el proyecto de ley de derechos humanos y democracia en Hong Kong amenaza desatar una peligrosa internacionalización del conflicto en esta "región administrativa especial" de China. Inmediatamente después de esa sanción, Beijing expresó su "fuerte indignación" por la aprobación de la iniciativa.

El proyecto, que tuvo el apoyo de legisladores republicanos y demócratas, amenaza retirar el estatuto comercial especial de Estados Unidos para el archipiélago a menos que el Departamento de Estado certifique bianualmente la vigencia del Estado de Derecho en este próspero enclave asiático. Establece también que el presidente de Estados Unidos tiene que identificar y sancionar a las personas responsables de la erosión de la autonomía y la violación de los derechos humanos en Hong Kong.

Días pasados, decenas de miles de manifestantes habían salido a las calles para reclamar el apoyo de la comunidad internacional, especialmente de Estados Unidos, a los movimientos de protesta contra la represión policial y la negativa de las autoridades de Beijing a sus demandas de mayor autonomía, que incluyen el derecho a la elección del gobernador por el voto directo de los ciudadanos.

La actual gobernadora, Carrie Lam, cuya dimisión exigen los manifestantes, se vio obligada a cancelar su discurso anual ante el Parlamento local a raíz del abucheo permanente de los legisladores de la oposición.

Coincidentemente, el senador republicano Josh Hawley, uno de los promotores del proyecto, estuvo en Hong Kong, asistió a una de las movilizaciones callejeras en el barrio Mongkok y mantuvo una reunión con Joshua Wong, uno de los portavoces de la rebelión.

Hawley advirtió que "la situación aquí es crítica", y denunció que "Hong Kong podría convertirse en un Estado policial y que su gobierno representativo y el principio de "un país dos sistemas' está en riesgo".

Una rebelión juvenil

El motor de las protestas son los jóvenes.

Una encuesta realizada en junio pasado entre personas de 18 a 29 años reveló que el 75% de los consultados se identificó más con el término "hongkonés" que con "chino", "hongkonés en China" o "chino en Hong Kong". El personaje emblemático de la rebeldía juvenil es Edward Leung, de 28 años, encarcelado desde hace dos años, exportavoz de Indígenas de Hong Kong y autor de la consigna "Recuperar a Hong Kong, la revolución de nuestro tiempo".

Chu Hoy-dick, legislador de Hong Kong y activista de la protesta, describe a Leung como "el Che Guevara de la revolución de Hong Kong. Lo rodea esa misma aura y es un ícono para los jóvenes".

Chu, también conocido como Eddie Chu, tiene 41 años y es uno de los pioneros del movimiento "localista", enfocado en la reivindicación de la identidad cultural de Hong Kong, una curiosa fusión entre ciertas instituciones y costumbres británicas con las ancestrales tradiciones chinas.

Un factor no suficientemente tenido en cuenta entre las razones profundas de la rebeldía juvenil es el incremento de la desigualdad social. El índice Gini, que mide la diferencia entre los estratos de mayores y de menores ingresos de la población, cuyo ingreso promedio por habitante es de 50.000 dólares anuales, revela que desde el reintegro de Hong Kong a China, en 1997, las disparidades sociales han ido en aumento.

Una de las causas principales de este fenómeno es el sideral incremento del precio de las viviendas, resultado de la escasez de tierras en un archipiélago que alberga a 7.200.000 habitantes en una superficie de 1.106 kilómetros cuadrados.

El espacio residencial promedio por habitante en Hong Kong es de 16 metros cuadrados, en comparación con los 45 metros cuadrados en Shangai. Mientras casi el 45% de los residentes de Hong Kong habita en viviendas públicas o subvencionadas, el 90% de los hogares chinos posee una vivienda propia.

Desafío a la paciencia oriental

Lo que ocurre en Hong Kong repercute inevitablemente en la economía mundial. Si Hong Kong fuera un Estado independiente sería la décima potencia económica. Su prosperidad está basada en los servicios financieros, la industria electrónica y el turismo. Su plaza financiera, junto a las de Nueva York, Londres y Tokio, es una de las cuatro más importantes del mundo, aunque en los últimos años perdió posiciones ante el ascenso de la Bolsa de Shangai.

Paradójicamente, Hong Kong es cada vez menos relevante para la economía china. Mientras en 1997, su producto bruto interno constituía un 20 por ciento del producto bruto interno chino, en la actualidad asciende al 3 por ciento.

La apertura promovida por el régimen de Beijing le fue quitando progresivamente también su condición de "puerta de entrada" al gigante asiático. No obstante, conserva todavía importancia como canal para el ingreso de las inversiones extranjeras al territorio continental.

Los disturbios callejeros golpearon severamente la economía local.

"Si la economía crece al mismo paso que en el tercer trimestre donde ya se registró una contracción del 0,3% la ciudad estará técnicamente en recesión.

Será la peor situación que hemos afrontado desde 2009”, señaló el responsable de Finanzas, Paul Chan Mo-Po. 

La consultora británica Capital Economic indicó que la crisis provocó un retroceso en la afluencia de turistas, en especial chinos del territorio continental, que representan el 40 por ciento de los visitantes y el 80 por ciento de las ventas de su comercio minorista. 
El Gobierno anunció un paquete de ayuda de emergencia de 2.000 millones de euros para auxiliar a las empresas afectadas por la situación. 

Resulta entonces natural que la elite empresaria local se haga eco de los llamados gubernamentales a la pacificación. 

Li Ha-shig, el personaje más rico de Hong Kong, cuya fortuna según la revista Forbes asciende a 27.000 millones de dólares, advirtió a los manifestantes que “la carretera del infierno está asfaltada de buenas intenciones”. Al mismo tiempo, las empresas multinacionales radicadas en Hong Kong, cuyos intereses están cada vez más asociados con la China continental, sienten la presión de Beijing para pronunciarse en defensa de las autoridades locales cuestionadas.

Esta situación de vulnerabilidad, que actúa como un poderoso argumento disuasivo a la extensión de las protestas, se ve incrementada por el peligro de que la controvertida “ley de defensa de los derechos humanos y la democracia en Hong Kong”, cuya aprobación definitiva tiene que pasar todavía por el filtro del Senado norteamericano, dispare la adopción de sanciones estadounidenses que podrían colapsar la economía local.

Pero lo verdaderamente explosivo en este convulsionado escenario es la posibilidad de que Beijing considere el pedido de apoyo internacional formulado por los manifestantes y la proyectada nueva legislación norteamericana como una afrenta contra su soberanía nacional. 
Hong Kong es para China un símbolo de su dignidad. Perdida a manos británicas en 1841, su devolución simbolizó la recuperación del orgullo nacional de una civilización milenaria. 
En este punto tan sensible, sería recomendable no jugar con fuego.
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