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Breve historia de los que peregrinan y rezan para pedirle a un santo que llueva 

En el año 1952, agricultores de Cerrillos salieron en procesión para pedirle a San José que haga llover
Domingo, 03 de febrero de 2019 00:32

Cuando en los primeros días del año una intensa lluvia inundó nuestra ciudad, el intendente capitalino, don Gustavo Sáenz, salió a la palestra pública diciendo: “Hay quienes rezan para que llueva...”. Esta declaración -donde lamentablemente el lord mayor no aclaró si las pluviales plegarias fueron en la Catedral o en la iglesia San Jorge- trajo a mi memoria un hecho ocurrido en Cerrillos en 1952. Sus protagonistas fueron San José, patrono del pueblo, y un grupo de agricultores del lugar, angustiados por la sequía que castigaba al Valle de Lerma. Por entonces estaba muy arraigada la costumbre, especialmente entre los campesinos, de sacar en procesión a santos o vírgenes para enfrentar mejor los problemas meteorológicos o de salubridad animal y vegetal.

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Cuando en los primeros días del año una intensa lluvia inundó nuestra ciudad, el intendente capitalino, don Gustavo Sáenz, salió a la palestra pública diciendo: “Hay quienes rezan para que llueva...”. Esta declaración -donde lamentablemente el lord mayor no aclaró si las pluviales plegarias fueron en la Catedral o en la iglesia San Jorge- trajo a mi memoria un hecho ocurrido en Cerrillos en 1952. Sus protagonistas fueron San José, patrono del pueblo, y un grupo de agricultores del lugar, angustiados por la sequía que castigaba al Valle de Lerma. Por entonces estaba muy arraigada la costumbre, especialmente entre los campesinos, de sacar en procesión a santos o vírgenes para enfrentar mejor los problemas meteorológicos o de salubridad animal y vegetal.

Lo que me hizo acordar el alcalde Sáenz fue lo que ocurrió en Cerrillos en 1952, cuando la sequía que castigaba a todo el país también se dilataba en el Valle de Lerma. Eso hizo que un grupo de agricultores cercanos a Cerrillos entrevistaran al párroco del pueblo, padre Luis Zangrilli, para que autorizara a sacar en procesión a San José (patrono de Cerrillos) y pedirle que haga llover, pues por falta de agua se estaban secando los cultivos. Y como esta no era la primera vez que pedían la intercesión de San José, Zangrilli se plegó a la iniciativa y de inmediato dispuso que el “Indio” Miguel Guaymás trasladara al santo desde el cerro hasta la iglesia, a los fines de satisfacer el pedido de los hombres del campo. 

Al día siguiente todo estaba dispuesto, y a las tres de la tarde partió la procesión con la imagen de San José vestido en andas. El padre Zangrilli iba a la cabeza y más atrás los agricultores, sus familias y los peones. A todo esto, las campanas repicaban como despidiendo a un ejército que se iba a la guerra contra la sequía. En la esquina de los Ahanduni (Ameghino y Güemes), la procesión dio vuelta hacia el sur y se encaminó para el lado de La Merced. A poco, Zangrilli comenzó a elevar rogativas en voz alta, matizando la marcha con cánticos al padre de Jesús, que esta vez estaba en un aprieto: era carpintero de oficio pero ahora tenía que hacer de meteorólogo y algo más. 

La procesión era hasta el cardón de los Bordón, un hito que era considerado el límite entre Cerrillos y La Merced. Más allá era jurisdicción de la Virgen de las Mercedes, límite que el padre Zangrillo no iba a violar, pues él también era cura de esa localidad vecina.

A las cinco y media de la tarde la procesión llegó a destino y frente al cardón el sacerdote hizo una breve exhortación y de inmediato comenzó el repliegue, pues negros y espesos nubarrones ya se arremolinaban sobre el lugar. De a poco comenzaron los truenos, cada vez más cercanos. Sin duda se estaba armando una tormenta que si se concretaba iba a ser la primera de la temporada. Todos estaban satisfechos con el peregrinaje y Zangrilli no cabía en su negra sotana. Una vez más San José no les había fallado, pues estaba a punto de comenzar a llover. Apuraron el paso y de pronto las caras de los caminantes cambió por completo. Es que entre los truenos y la lluvia que ya era torrencial habían alcanzado a escuchar el temible murmullo del granizo. Sí, iban a caer piedras y aún faltaba un buen trecho para llegar. La túnica de San José estaba empapada, por lo que no faltó un paisano que le arrimó su poncho para que no se arruinara la ropa. En el aire ya se sentía el olor a yuyo castigado. Era nomás el granizo y si bien sobre los promesantes la granizada era rala, todos sabían, incluso el cura, que en algún lado el granizo había hecho de las suyas. Y así, ya al atardecer y en medio del aguacero, la procesión llegó de vuelta al pueblo. Menos de la mitad acompañaron a San José hasta el templo. Ya de noche, todo había concluido, y seguro que el padre Zangrilli, antes de irse a descansar, le echó una mirada entre agradecida y desconfiada a San José, que aún estaba chumuco sobre sus andas. Una vez más el Santo había hecho llover después de una sequía, pero el olor a poleo en el aire era algo que al cura no lo dejaría dor mir en paz. 

Los santos patronos de las fincas y el recurso del misachico 

Todas las fincas tenían su virgen o santo patrono. Algunas hasta con capilla propia. 

Hasta mediados del siglo pasado muchas fincas del Valle de Lerma tenían sus propios santos patronos. A él acudían para pedir ayuda en casos de emergencia meteorológica, ya sea para que llueva o deje de llover; se corte la sequía, para que no granice o que las heladas no sean muy dañinas.

También pedían la ayuda de sus santos para enfrentar las temibles y desbastadores invasiones de las mangas de langostas (acridios), insectos que en menos que canta un gallo se engullían potreros enteros sin dejar nada para la hacienda. Y, por supuesto, no faltaban las peticiones referidas a la salud de los que vivían en las fincas, sean patrones y peones. Pedían para que los libre de las pestes y de las enfermedades que solían atacar tanto a los cristianos como al ganado y a los cultivos. A estos santos -especie de protectores celestiales con jurisdicción registrada en la Dirección de Inmueble- el patrón de la finca y su peonada le rendían anualmente honores, según el santoral. A San José el 21 de marzo; a San Antonio el 13 de junio; a San Miguel el 29 de septiembre; a San Isidro el 11 de mayo, y así, “cada santito con su fiestita”.

En la fincas importantes

Si la finca era importante económicamente, el santo o la virgen patrona tenía en la sala principal una capilla en su honor. Así fue en la finca San Miguel (INTA Cerrillos) y sigue siendo en La Candelaria de los Marrupe, en La Isla. En ellas anualmente se celebraban con bombos y platillos sus fiestas patronales. Se rezaba la novena y para el día principal se encargaba al cura una misa de yunta y media (con tres celebrantes), que presida la procesión por los callejones de la propiedad. Luego se servía un almuerzo criollo y por la tarde eran los casamientos, los bautismos y las diversiones. Eran infaltables las tabeadas, las riñas de gallos y las cuadreras. Y, al final, a la oración, un baile popular bajo una carpa a dos aguas para que a los músicos (sin electrónica aturdidora) se los pueda escuchar mejor.

Los misachicos

Si la finca devota de un determinado santo o virgen era económicamente más humilde, ello no era impedimento para honrarlos. En esos casos la solución estaba en el misachico, peregrinación en la cual se llevaba (y se lleva) en andas las imágenes patronales hasta la iglesia más cercana. En esa marcha era infaltable el retumbo del bombo legüero, compañero inseparable para las largas caminatas. En este caso, todas las ceremonias litúrgicas se celebran en la iglesia parroquial: misa de media yunta (un celebrante y más económica), bautismos, casamientos y procesión alrededor de la plaza. Después, la vuelta a casa, donde los festejos se podían prolongar hasta el sol bien alto del día siguiente.

La broma gastada al padre cura 

Como lo sabían de “pocas pulgas”, no dudaron en ir a pedir más lluvias. 

Al otro día de la tormenta “Josefina”, el padre Zangrilli se encontraba trabajando en la huerta, cuando su padre le avisó que de nuevo un grupo de agricultores lo buscaba. Extrañado, arregló su sotana, se caló el infaltable bonete sacerdotal negro y presuroso acudió a su oficina. Allí estaban, con cara de preocupados, cinco de los promesantes que el día antes habían ido en procesión con San José. 

Aún de pie, Zangrilli les preguntó las razones de la visita. Uno de ellos, Francisco “El Chueco” Peretti, con rodeos y hablando siempre en diminutivo mientras se restregaba las manos, le espetó: “Vea don curita, queremos pedirle que nos deje sacar de nuevo al santito por el caminito a La Merced...”. 

“Ma que pasa con ustedes”, respondió el cura casi indignado y mirando fijo a cada uno de los presentes. Y agregó: “Ayer San José hizo llover y terminó con una sequía de ocho meses... Y ahora ¿quieren volver a sacarlo? ¿desean más agua? O ¿es que quieren pedirle otra cosa? Y mientras los interrogaba parecía que ya estaba a punto de sufrir una crisis de ira. En eso, don Nicolás De Fascio, dueño de un almacén de ramos generales, se levantó de la silla y encaró al cura: “Sabe padre Luis, no venimos a pedirle más agua a San José, solo queremos sacarlo para que vea la macana que se mandó ayer con el granizo...”. Y dicho esto, todos rompieron en una carcajada mientras trataban de tranquilizar al quisquilloso cura.

La comitiva

La comitiva original la integraron los agricultores Francisco Peretti, Nicolás y Simón Hoyos, José Aguilera, José Vercellino, Puppi y don Celestino de los Ríos. A ellos se sumaron los comerciantes Narciso Ahanduni, Francisco Martín Pardo, Nicolás De Fascio y Antonio Parra.
 

 

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