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La pedofilia es un crimen contra la inocencia

Domingo, 24 de febrero de 2019 00:35

El Sínodo de Obispos convocado en Roma por el papa Francisco es testimonio de la magnitud que ha alcanzado el escándalo por la pedofilia en el clero católico.

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El Sínodo de Obispos convocado en Roma por el papa Francisco es testimonio de la magnitud que ha alcanzado el escándalo por la pedofilia en el clero católico.

En Salta esta cumbre tiene particular resonancia, por la fuerte tradición católica de nuestra provincia y por la gran cantidad de casos que se hicieron públicos en los últimos tiempos e involucran a conocidos religiosos locales y, en especial, el escándalo en torno del exobispo de Orán, Gustavo Zanchetta.

Técnicamente, la pedofilia es una parafilia, donde el adulto siente interés sexual hacia el menor. Es una patología que tiene por víctimas a menores de edad. El pedófilo parece estancado en alguna de las etapas de su niñez o adolescencia y suele ser una persona con muy baja autoestima, que obstruye su relación sexual y afectiva con personas de su edad. Por esa razón, aprovecha su relación de poder para someter a los menores, que a su vez temen denunciarlo.

Aunque hoy la pedofilia se asocia con la Iglesia Católica, se trata de una epidemia universal. La mayoría de los casos se producen en la intimidad del hogar. En España, por ejemplo, se verificó que un 23% de niñas y un 15% de niños sufren diversos tipos de abusos sexuales y que solo el 40% recibe ayuda.

Los pedófilos buscan un espacio que les otorgue poder e impunidad, como las escuelas, los albergues de menores o las iglesias, de diversos credos.

Esa impunidad es además garantizada por prejuicios y complicidades. La Justicia penal argentina, civil y laica, ha producido fallos incomprensibles, como el que firmó en 1989 el teórico del abolicionismo, Eugenio Zaffaroni, para eximir de prisión a un adulto que abusó de una menor de ocho años con el argumento de que solo se trató de sexo oral y porque el delito se produjo a oscuras.

Muchas instituciones tendían a amparar este tipo de conductas para evitar el desprestigio. Ese silencio las convirtió en cómplices.

Para la Iglesia Católica, aunque ningún estudio revele más casos de abusos en su seno que en otras instituciones o credos, la situación es particularmente escandalosa, por los valores que sostiene desde hace dos mil años.

La esencia del mensaje cristiano es el de la conciliación, la paz y la defensa de la vida. Sin embargo, cuando se trata de abusos contra la inocencia de los niños, el texto evangélico suena como un latigazo. En el Evangelio según San Lucas, Cristo advierte: "Es inevitable que haya escándalos, pero ­ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños".

Por eso, es inexplicable la protección que reciben los religiosos católicos de parte de la institución. En este caso, el texto es inequívoco: la pedofilia es peor que el suicidio o la pena de muerte.

Más allá de los reproches que recibe el papa Francisco por sus ambigedades en el caso de los pedófilos chilenos, y por la tolerancia que mostró hacia Zanchetta, es necesario reconocer que es el primer pontífice que aborda este problema con un sínodo, que es una cumbre mundial de obispos. Así como ninguna otra institución, política o religiosa, ha tenido tanta exposición pública por estas perversiones, también es cierto que Francisco impulsa un sinceramiento cuyas consecuencias en la vida de la Iglesia son imprevisibles.

El cristianismo no solo es una creencia, ni la Iglesia es una mera institución de poder. Es una institución milenaria, que desarrolló una visión del mundo donde la persona humana y su singularidad ocupan un lugar central.

La pedofilia del clero, como las arbitrariedades de la Inquisición o la tolerancia a las violaciones de los derechos humanos en los que ha incurrido la Iglesia, son aberraciones. Sin embargo, la humanidad no puede encerrarse hoy en una mirada laicista y anticlerical, porque el abuso de menores, la pornografía y la prostitución infantil son un mal extendido en el mundo, que trasciende las ideologías y las culturas, y que resulta un flagelo para muchos niñas, niños y adolescentes.

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