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Lo que el Brexit se llevó

Lunes, 25 de febrero de 2019 00:00

El Brexit empezó con un engaño. El primer ministro David Cameron creyó en febrero de 2016 que había logrado en Bruselas un estatus exclusivo para el Reino Unido en la Unión Europea. Algo así como un divorcio rentable. Lo sometió a un referéndum, en el cual ganó su posición, pero no pudo contener la erupción del volcán entre los suyos, los conservadores. Su sucesora, Theresa May, intentó activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa. Quiso lograr la salida del bloque continental sin consultar al Parlamento. Una ciudadana británica nacida en Guyana, Gina Miller, recurrió al Tribunal Supremo. May debió rendir cuentas ante los Comunes.

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El Brexit empezó con un engaño. El primer ministro David Cameron creyó en febrero de 2016 que había logrado en Bruselas un estatus exclusivo para el Reino Unido en la Unión Europea. Algo así como un divorcio rentable. Lo sometió a un referéndum, en el cual ganó su posición, pero no pudo contener la erupción del volcán entre los suyos, los conservadores. Su sucesora, Theresa May, intentó activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa. Quiso lograr la salida del bloque continental sin consultar al Parlamento. Una ciudadana británica nacida en Guyana, Gina Miller, recurrió al Tribunal Supremo. May debió rendir cuentas ante los Comunes.

Ese fue el comienzo del sinuoso camino que emprendió May, alias Maybe (tal vez), en enero de 2017. Dos años después, May zafó por escaso margen de una moción de censura después de ver cómo se hundía el acuerdo que ella misma había alcanzado en Bruselas. Un reguero de mentiras llevó a May a admitir que el Brexit, con acuerdo o sin él, sacrificará entre un dos y un ocho por ciento del PBI, y hará revivir la recesión de 2008. Son los cálculos de su gobierno. Debían mantenerse en secreto. Diputados conservadores, en discrepancia con May, y laboristas, en discrepancia con su líder, Jeremy Corbyn, también acusado de ser antisemita, conformaron ahora un bloque independiente.

De todo laberinto se sale por arriba, decía Leopoldo Marechal. Del brete en el cual se metió el Reino Unido con el Brexit se sale por un costado. O por la puerta de servicio. May vive en la cuerda floja a plazo fijo. Hasta el 29 de marzo, fecha prevista para la ruptura con la Unión Europea, y el 26 de mayo, cuando se realicen las elecciones del Parlamento Europeo con candidatos británicos o sin ellos. Si los laboristas quisieron echar a May, los mismos conservadores que pretendían deshacerse de ella terminaron saliendo en su defensa. El 14 de enero sobrevivió gracias a 19 votos. Maybe pasó a ser Maybot (por robot).

El resultado del referéndum de 2016 no dejó margen para la aclamación: 52 por ciento por el sí y 48 por el no. El Brexit sumió a May, así como a Cameron y a la oposición laborista, en un fracaso histórico. Un acto de autoinmolación de la segunda economía de Europa. Y la sociedad continúa tan divida como el Reino Unido. El nudo gordiano pasa por evitar una frontera dura entre Irlanda e Irlanda del Norte. La frontera encauzada por el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 en Belfast, apoyado y financiado por la Unión Europea después de tres décadas de violencia entre las comunidades católica y protestante. El backstop o salvaguarda establece que si después del período de transición (hasta diciembre de 2020), Londres y Bruselas no firman un acuerdo comercial, Irlanda del Norte quedaría sometida a algunas normas de la Unión Europea. Tan caótico ha sido todo que la Unión Europea, sin un interlocutor fiable en el otro extremo de la mesa, sacó músculo ante la posibilidad de perder un país y, por contagio, otros. La ola de celebraciones por el Brexit, capitalizada por la ultraderecha y alentada por Donald Trump, tocó fondo. Desde los nacionalistas italianos Matteo Salvini y Luigi Di Maio, hasta el primer ministro húngaro Viktor Orbán, su ex par polaco Jaroslaw Kaczynski y el partido Alternativa para Alemania levaron las anclas ante la idea de sa lir del euro y de la Unión Europea.

 

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