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Universos de cobre tejidos por obra del arte y del destino

Daniel Cuenca nació en Pichanal y elabora piezas con una técnica propia. Estudia para ser luthier en la Universidad Nacional de Tucumán.
Miércoles, 19 de junio de 2019 19:19

Si Gabriela Mistral aventuraba que al cobre “jamás le han dicho hermoso porque el pecho no le vieron”, tampoco le habrá imaginado un destino de hebra poderosa y trenzada convertida en arte. Daniel Cuenca (36) nació en Pichanal y teje microuniversos de hilos de cobre. Antes de buscarle definición a su labor, ya había nacido con un código secreto en las yemas de los dedos que le hizo comprender que aquellos filamentos metálicos que su papá -técnico en refrigeración- extraía de motores de heladeras en desuso eran materia prima para nuevas formas.

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Si Gabriela Mistral aventuraba que al cobre “jamás le han dicho hermoso porque el pecho no le vieron”, tampoco le habrá imaginado un destino de hebra poderosa y trenzada convertida en arte. Daniel Cuenca (36) nació en Pichanal y teje microuniversos de hilos de cobre. Antes de buscarle definición a su labor, ya había nacido con un código secreto en las yemas de los dedos que le hizo comprender que aquellos filamentos metálicos que su papá -técnico en refrigeración- extraía de motores de heladeras en desuso eran materia prima para nuevas formas.

A los 8 años “traveseaba con lo que encontraba, alambre, madera, pero al cobre lo tenía a mano y lo trabajaba con una pinza de punta”, comentó Daniel a El Tribuno.

Él elaboraba cruces y corazones pequeños y los vendía como dijes en la escuela primaria o entre sus vecinos. Pero esta tarea implicaba más que una plataforma para pequeñas economías y “redimir al cobre, aunque sin las virtudes del fuego” llevó a Daniel a “dejarlo salir hermoso como nunca lo vieron”.

Acotó que la técnica es lo más parecido al tejido. La primera pieza de gran tamaño que hizo fue una bola grande conformada por fibras espiraladas. A ella le siguieron alhajeros y vasijas. Durante su adolescencia Daniel iba encontrando otras sendas de composición y el cobre le propinó toda la maleabilidad y nobleza de que fue capaz y se dejó transformar en un calendario azteca, un giróscopo, un rosario de grandes dimensiones, un átomo.

Todos los objetos que expuso en el Centro Cultural América (Mitre 23) hasta esta semana tienen el aspecto de circuitos informáticos, compuestos por celdas una a la par de otra milimétricamente colocadas y que desde arriba lucen entrecruzadas y laberínticas.

“Lo bueno de estas piezas es que no tienen molde ni parten de un dibujo preestablecido.

Empiezo a tejer y solo se va definiendo”, acotó Daniel, en un intento de descifrar aquel código secreto que le tocó y que dominó hasta crear una técnica propia. Puesto a analizar sus diseños, dijo que se inspira en motivos de las culturas inca, maya y azteca. También intuitivamente y sin una razón aparente que lo ligue con el ojo artístico de esas civilizaciones.

El viaje

Daniel dejó Pichanal a los 26 años. “Me fui a Tucumán en busca de posibilidades que el pueblo no me daba. Somos ocho hermanos, hijos de una familia muy humilde. Entré a trabajar en una metalúrgica que fabricaba y reparaba calderas operativas en ingenios de azúcar y ponía sobre una manta mis objetos para vender en la vereda”, relató.

Una artista plástica tucumana, cuyo nombre Daniel no recuerda -aunque estará agradecido por siempre a la heroína anónima que fue para él- se detuvo ante su manta y le abrió un espacio de reflexión sobre su obra. “Me dijo que eso que hacía no era artesanía, sino un arte digno de exponer. Y yo le contesté: ‘Disculpe, de donde vengo eso no...’. Pero me interrumpió y me dijo: ‘Hacé una cosa. Andá al Centro Cultural Eugenio Virla en mi nombre y llevá tus piezas”, comentó Daniel. Fue tal la confianza que le transmitió la mujer que él le obedeció y su presentación le valió exponer 19 piezas en el Virla de abril a mayo de 2011. Aunque nunca había teorizado sobre la diferencia entre artesanía y arte, ni tenía un sistema para tasar sus obras se le desarrolló una nueva conciencia, receptiva a los consejos de María del Carmen Cerviño, a la que califica de “ángel”, quien trabajó como subdirectora del Virla y se jubiló en 2015. “Ella me animó a terminar la secundaria, me consiguió un empleo en una escuela de maestranza y me dijo que continuara en la universidad, que me veía manos para la luthería. Como trabajaba doce horas no creía poder cumplir con las clases regulares, pero ella me decía que aunque sea metiera una materia por año”, recordó Daniel. Cuando entró a clases fue como si las piezas de su sacrificada vida encajaran perfecto y semejaran cada fila de los hilos de cobre que componen su obra. “Encontré lo mío. No falté nunca los dos primeros años, ni a los talleres. Estoy en tercer año. Capaz que el arte es lo que me mueve”, definió con los ojos angostados por una sonrisa. Allá vive con dos de sus hermanos en un monoambiente. Mientras cursa a la par la Tecnicatura Universitaria en Instrumentos de Cuerdas Pulsadas y la Licenciatura en Luthería, alimenta el deseo de residir en la ciudad de Salta.

“Siempre quise vivir en Salta Capital. Cuando tengo la oportunidad de ir me detengo en el centro a admirar el arte y la música por las calles. Vine a exponer (en el Centro Cultural América) con una expectativa buena y me voy con una mejor porque muchas personas se interesaron por lo que hago”, detalló Daniel y acotó que aún no se acostumbra a que “me digan artista”. Su sueño inmediato lo lleva de regreso al cobre -que para él “tiene magia, nos llevamos bien, lo doblo como quiero”- y en su mente se prefigura hacer con él un globo terráqueo, que le augura viajes aunque no los nombre. Y quién dice que aquel código secreto que encuentra vía de escape a través de las yemas de sus dedos no le ponga de cabeza otra vez el mundo.

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