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Mariano Quirós: "Me apasiona el aparente contraste entre un paisaje áspero y un lenguaje de rasgos urbanos"

Entrevista al escritor chaqueño, Mariano Quirós.
Lunes, 01 de julio de 2019 17:27

El autor chaqueño escribió una decena de relatos alrededor de la particular geografía de “Campo del Cielo”, el pueblo imaginario que nombra a su último libro. Allí, hace más de cuatro mil años, se produjo la mayor lluvia de meteoritos sobre la Tierra y con ella surgieron innumerables historias. Algunas de ellas, se conjugan en las páginas de este volumen, con un estilo claro y potente.
En diálogo con El Tribuno, Quirós, quien en 2017 ganó el XIII premio de novela que otorga la editorial española Tusquets con “Una casa junto al Tragadero”, aseguró, entre otras cosas, que disfruta de “la insoportable ambigüedad de la literatura”.

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El autor chaqueño escribió una decena de relatos alrededor de la particular geografía de “Campo del Cielo”, el pueblo imaginario que nombra a su último libro. Allí, hace más de cuatro mil años, se produjo la mayor lluvia de meteoritos sobre la Tierra y con ella surgieron innumerables historias. Algunas de ellas, se conjugan en las páginas de este volumen, con un estilo claro y potente.
En diálogo con El Tribuno, Quirós, quien en 2017 ganó el XIII premio de novela que otorga la editorial española Tusquets con “Una casa junto al Tragadero”, aseguró, entre otras cosas, que disfruta de “la insoportable ambigüedad de la literatura”.

¿Cómo surge la decena de relatos que integran Campo del cielo, que se define como “un lugar peligroso”?

La mera expresión “lluvia de meteoritos” tiene ya una fuerza literaria importante, magnética en algún sentido. No soy el primer autor que se deja llevar por el tema. A mí me impresiona y me gusta cómo se entrecruzan los relatos indígenas, las explicaciones científicas y la explotación turística del lugar, formas de concebir el mundo que se contradicen y que a la vez confluyen y conviven, bien o mal, pero confluyen. A esos relatos quise agregar el mío, a partir de la creación de un pueblo que tomará el nombre Campo del Cielo, un pueblo que, miles de años después, sigue alterado por los efectos de aquella lluvia meteórica. Quienes viven allí y quienes van hacia Campo del Cielo sufren, por así decirlo, los efectos de aquella alteración.

Hay una diversidad en los personajes del libro, un geólogo, un boxeador, una cantora, mellizos que en realidad no lo son, ¿cómo trabajaste la polifonía con el factor común de lo local, de esa geografía extraña?

A medida que escribía los cuentos y que imaginaba a sus protagonistas me iba imaginando, también, de qué maneras podían verse afectados por el ambiente del pueblo y a su vez cómo afectaban ellos al pueblo. Pero más aún me interesaba sostener un lenguaje urbano, que contrastara un poco con el paisaje. En ese contraste, me parece, es donde pueden encontrar sentido estas historias.

Tu obra tiene puntos de oscuridad, ironía, humor y tal vez una conexión con el realismo mágico o lo fantástico. ¿Cómo la catalogarías a nivel del género? Y en ese sentido, ¿el género aparece antes o durante el proceso de escritura?

La verdad no lo tengo muy claro. No creo que haya mucho en común con el realismo mágico, entre otras cosas porque ya no se escribe en aquellos términos. Entre otras razones porque mis consumos culturales -los de mi generación- se han distorsionado y disparado bastante. Yo crecí con un consumo intenso de televisión, pasé la adolescencia en pleno menemismo, tuve que ser y dejar de ser cínico. Ha sucedido un mundo entre aquel lejano realismo mágico y lo que escribimos y leemos en la actualidad.
El límite de lo verosímil resulta por momentos perturbador entre las páginas. 

¿Cómo te vinculás con los conceptos enlazados con la verdad o lo creíble en la literatura?

Más que “límite de lo verosímil” prefiero la “insoportable ambigüedad” de la literatura, como decía Leopoldo Brizuela. Aquel aparente vacío en el texto que desespera -y deslumbra- porque te obliga a revisar, como lector, qué tan capaz sos de hundirte en el texto. La verdad nunca es la verdad en literatura, para qué nos sirve la verdad... en todo caso buscamos honestidad y belleza.
Hace tiempo que dejaste Chaco y te instalaste en Buenos Aires. Tanto en este libro como en “Una casa junto al tragadero”, las acciones se sitúan en pueblos relativamente pequeños. 

 ¿Dirías que estas microgeografías constituyen una obsesión literaria o qué te motiva a situar tus tramas en esas locaciones?

Como insinuaba anteriormente, es el aparente contraste entre un paisaje áspero, pueblerino en algún sentido, y un lenguaje de rasgos urbano lo que más me gusta, lo que me conmueve. Ese contraste trae además la posibilidad de alejarme de lugares comunes, de estereotipos de paisajes y de personajes. O incluso exasperando esos lugares comunes, pero siempre desde el intento de atravesar con literatura todo ese posible mundo. Por otra parte, se trata de un paisaje que conozco bastante poco. El interior del Chaco no deja de ser, para mí, un hermoso misterio. Lejos de describirlo fielmente, lo que intento es conocerlo desde la literatura, si es que se puede hacer tal cosa.

En un texto afirmás que a fines de los 90, arribaste a la literatura desde la envidia y que los libros provocan trastornos temporales. ¿Adscribís hoy a esas afirmaciones?

Se trata en realidad, de una envidia amorosa. Estoy feliz de haber leído las novelas y cuentos que leí, de encontrarme con narradores y narradoras que me cambiaron la vida de manera tan brutal y tan bella. Y de hacer que todos esos textos pasaran a ser míos por el simple deseo de que lo fueran. Soy como un gran fan de muchas y muchos escritores, a los que envidio desde el cariño. Incluso a muchos de, como suele decirse, mis contemporáneos: María Lobo, Luciano Lamberti, Francisco Bitar, Matías Aldaz, por decirte apenas cuatro.

¿Qué narradores del norte y fuera de él han influido en tu literatura?

Por suerte leí y leo mucho, entonces los autores que -muy a pesar suyo- han influido en mí son un montón. Pero voy a nombrar a dos que, además de ser del norte argentino y ser dos escritores de puta madre, son mis amigos: Orlando Van Bredam y Miguel Ángel Molfino. Yo no sería el mismo narrador -y desde luego, no sería la misma persona- de no haberlos leído y de no haberlos conocido. Si es de arte, lean “La música en que flotamos”, de Van Bredam; y lean “Monstruos
perfectos”, de Molfino. Y después me cuentan...
 

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