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Abrazados abordo del Titanic

Jueves, 22 de agosto de 2019 00:00

Después del gran mensaje de las urnas en las PASO del 11 de agosto, las aspiraciones reeleccionistas del presidente Mauricio Macri sufrieron un durísimo golpe. La semana financiera que siguió, entre el 12 y el 16, comenzó muy mal y terminó mal, pero mejor de lo que comenzó. Tanto los inversores, como los analistas y los políticos se desconcertaron, porque ninguno imaginaba el amplio triunfo de Alberto Fernández, y menos los 15 puntos de diferencia. Las consecuencias fueron igual de elocuentes: el riesgo país se acercó a los 2.000 puntos. El lunes 12, el dólar aumentó un 19% para llegar al pico más alto el miércoles con un valor histórico récord de 63 pesos al público en el Banco Nación, para luego bajar entre jueves y viernes a $58 en promedio en bancos locales. El Banco Central vendió una importante cantidad de dólares con autorización del FMI para evitar que siguiera subiendo, y con estas medidas logró disminuir la cotización de los primeros días de la semana. En definitiva, con estos procedimientos, la devaluación de nuestra moneda se quedó flotando en algo más que el 25%. El Banco Central, para evitar que se perdieran depósitos en pesos y pasaran a consumo o a comprar dólares, obligó a los bancos a vender más billetes verdes y logró atornillar el stock de las Letras de Liquidez (Leliq) aumentando la tasa de interés de esos instrumentos a 74,97%, el viernes 16. Vale tener presente que estas letras constituyen una bola de nieve que sigue creciendo y engordando de nuestra deuda. Por sí solas, las Leliq representan en dólares más del 37% de nuestras reservas, montos muy significativos sabiendo que la tasa de interés que están pagando es la más alta de los últimos años.

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Después del gran mensaje de las urnas en las PASO del 11 de agosto, las aspiraciones reeleccionistas del presidente Mauricio Macri sufrieron un durísimo golpe. La semana financiera que siguió, entre el 12 y el 16, comenzó muy mal y terminó mal, pero mejor de lo que comenzó. Tanto los inversores, como los analistas y los políticos se desconcertaron, porque ninguno imaginaba el amplio triunfo de Alberto Fernández, y menos los 15 puntos de diferencia. Las consecuencias fueron igual de elocuentes: el riesgo país se acercó a los 2.000 puntos. El lunes 12, el dólar aumentó un 19% para llegar al pico más alto el miércoles con un valor histórico récord de 63 pesos al público en el Banco Nación, para luego bajar entre jueves y viernes a $58 en promedio en bancos locales. El Banco Central vendió una importante cantidad de dólares con autorización del FMI para evitar que siguiera subiendo, y con estas medidas logró disminuir la cotización de los primeros días de la semana. En definitiva, con estos procedimientos, la devaluación de nuestra moneda se quedó flotando en algo más que el 25%. El Banco Central, para evitar que se perdieran depósitos en pesos y pasaran a consumo o a comprar dólares, obligó a los bancos a vender más billetes verdes y logró atornillar el stock de las Letras de Liquidez (Leliq) aumentando la tasa de interés de esos instrumentos a 74,97%, el viernes 16. Vale tener presente que estas letras constituyen una bola de nieve que sigue creciendo y engordando de nuestra deuda. Por sí solas, las Leliq representan en dólares más del 37% de nuestras reservas, montos muy significativos sabiendo que la tasa de interés que están pagando es la más alta de los últimos años.

Para las acciones de nuestras empresas y los bonos de deuda pública, la caída fue más que significativa ya que los inversores del exterior no barajaban hasta ahora la posibilidad de un cambio de administración y un nuevo presidente de impronta kirchnerista. Es evidente el temor (o el pánico) a un control de capitales, reestructuración de nuestra deuda pública y de contratos y políticas de intervención en la economía, entre las más importantes. A los actores económicos les corre frío por la espalda cuando recuerdan políticas demoledoras de gobiernos anteriores, como el congelamiento de depósitos, corralito, corralón, pesificación asimétrica, default, hiperinflación, entre otras pesadillas, que son inolvidables para los centros financieros. En esta transición, el Gobierno implementó medidas que se aplicarán en el corto plazo para compensar el impacto del aumento de precios como consecuencia de esta devaluación y, de alguna manera, tratar de disminuir el mal humor social. Por eso decidió congelar el precio de los combustibles, disminuir el IVA a determinados alimentos, incremento de los ingresos de los trabajadores, aumento en las escalas del impuesto a las ganancias, entre las más importantes; medidas que benefician a determinados sectores y perjudican a otros. Para tranquilizar a los mercados, fue necesario que los dos candidatos presidenciales más votados y sus equipos económicos, mostrando un alto grado de madurez cívica, opinaran sobre la marcha actual de la economía y sobre políticas de Estado que serán aplicadas a partir de diciembre de este año gane quien gane. El recientemente nombrado Ministro de Economía Hernán Lacunza, al aceptar la fragilidad de la situación de nuestra economía, fijó como prioridad lograr la estabilidad del tipo de cambio para darle tranquilidad y certidumbre a este período de transición, habida cuenta de que el proceso electoral no es ajeno a la marcha de la economía. Al asumir en su cargo, Lacunza ratificó que garantizará las pautas del arreglo con el Fondo Monetario Internacional. Tendrá que suavizar el impacto negativo que sufrió la economía por el aumento del tipo de cambio, comunicando que el Programa Fiscal está garantizado por la recaudación de los últimos meses ya que los ingresos siguen subiendo por la inflación.

También se escucharon las palabras del presidente del Banco Central, Guido Sandleris, quien explicó las acciones tomadas la semana pasada para estabilizar los valores, tales como la de absorber pesos aumentando la tasa de interés, ventas de más de US$ 500 millones, para de ese modo desalentar la demanda en el mercado.

El funcionario explicó que nuestro país se regula con dos sistemas, uno en pesos argentinos y otro en dólares, y que da las necesarias garantías para los depositantes de esta moneda.

Es necesario garantizar la gobernabilidad no solo en estos próximos meses sino también para el próximo gobierno, gane quien gane, para eso es necesario que tanto desde el oficialismo como la oposición realicen un trabajo responsable. La situación es preocupante y no hay milagro alguno que resuelva nada. La cristalería de la macroeconomía, por cierto, puede estallar, porque desde hace al menos dos décadas está astillada y se puede terminar de romper.

Por lo anunciado recientemente, tanto desde el oficialismo como desde la oposición existe consenso en temas globales como por ejemplo: garantizar la estabilidad del sistema financiero, la no utilización de las reservas del Banco Central para frenar el precio del dólar, (coinciden en que el valor vigente es el que se adapta al actual reacomodamiento general de precios), mantener la competencia y, también, la colaboración con el FMI; hablar de refinanciar la deuda y no de reestructurarla, y convocar a los referentes económicos de todas las fuerzas políticas que aspiran a la presidencia para no poner en riesgo la estabilidad del tipo de cambio. Es decir, hacer un esfuerzo para inyectar seguridad y confianza a nuestra frágil economía.

El ilusionismo agotó sus recursos. Macri heredó una economía desvencijada e inviable, y no pudo sacarla adelante. Desde hace ocho años, el país está estancado y lo único que crece es la pobreza. Nadie tiene la varita mágica. Pero hay un dato importante: los límites de tolerancia están muy cerca, porque no podemos darnos el lujo de seguir fabricando pobres y degradando el trabajo. Hace falta un acuerdo básico, hace falta transparencia en los discursos electorales y, especialmente, hace falta honestidad y patriotismo.

 

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