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El femicida del motel confirmó con más fuerza la teoría Russell

Frase: “Cuando una mujer dice no, es no”
Domingo, 29 de septiembre de 2019 00:18

El feminicidio o femicidio es un crimen de odio, entendido como el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer. El concepto define un acto de máxima gravedad, en un contexto cultural e institucional de discriminación y violencia de género. Este delito se materializa por un conjunto de acciones de extrema violencia y contenido deshumanizante, como torturas, esclavitud, mutilaciones, ensañamiento y violencia sexual. 

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El feminicidio o femicidio es un crimen de odio, entendido como el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer. El concepto define un acto de máxima gravedad, en un contexto cultural e institucional de discriminación y violencia de género. Este delito se materializa por un conjunto de acciones de extrema violencia y contenido deshumanizante, como torturas, esclavitud, mutilaciones, ensañamiento y violencia sexual. 

En el juicio al “femicida del motel” que culminó el miércoles pasado en esta ciudad se confirmó con más fuerza la teoría de Diana Russell, quien definió a este delito como “el asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión”. El proceso que se ventiló en el Salón de Grandes Juicios de la Ciudad Judicial puso en evidencia hasta que punto el sentido de pertenencia remite al sentido de propiedad o de posesión hacia la mujer, al que alude Russell, la activista que dedicó su vida a luchar contra la violencia de género. 

A Raúl Antonio Pérez, de 41 años, y a Jéssica González, de 39, no los unía ningún vínculo sentimental ni de amistad. Lo que había entre ambos era un trato cordial, producto del contacto periódico que mantenían en el templo evangélico de Villa Lavalle, donde la madre de Jéssica era la pastora. El era separado con un hijo de corta edad y había buscado refugio en esa congregación religiosa por sugerencia de una prima para mitigar sus penas. En tanto Jéssica era soltera, atractiva y sin compromisos. Su objetivo era graduarse como abogada en la Universidad Católica de Salta.

Como todo principiante, Pérez se unió al grupo de estudios bíblicos que dirigía Jéssica. El hombre se sintió atraído por la simpática muchacha y se propuso como meta conquistarla, pero lo hizo de una manera poco ortodoxa. En lugar de seducirla, de crear la atmósfera apropiada para lograr su cometido o realizar los avances según la situación, Pérez quiso llamar la atención de la mujer mediante escenas de celos. Ella le había comentado a sus allegados que Pérez no era su hombre y con las escenas de celos sepultó definitivamente cualquier posibilidad de conquista. Según los testigos, Jéssica estaba al tanto de la crisis que sufría el femicida luego de que su pareja lo abandonara, aparentemente por la enfermedad de los celos. Por ello afrontó la situación con sutileza. Le explicó que no sentía nada por él y se comprometió a ayudarlo a encontrar a otra mujer.

Por el trastorno de su personalidad obsesiva, Pérez sintió que Jéssica le pertenecía y como respuesta al rechazo puso en marcha un plan macabro. Para ejecutarlo, se armó de dos cuchillos, aguardó a la víctima en una parada de colectivo, la subió a su auto y la atacó con fiereza. Luego se dirigió a un motel de la zona sur con la víctima mortalmente herida. Se cree que, en la habitación que le asignaron, Pérez la remató y cuando tomó conciencia de lo que había hecho intentó suicidarse.

A partir de ese momento, el femicida se convirtió en una “tumba”. Nada dijo en la instrucción ni durante el desarrollo del juicio. Tampoco pidió disculpas a los familiares de Jéssica cuando el presidente del Tribunal, Roberto Lezcano, le preguntó si tenía algo que decir, antes de conocer el fallo. Con ese mutismo lo retornaron al penal de Villa Las Rosas para que cumpla la pena a prisión perpetua que le aplicaron los jueces.

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