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Doña Chuli, la hija adoptiva que llegó del norte y se aquerenció en La Merced

Matilde Leonor García tiene 64 años y se especializa en el pastel de choclo, aunque sus secretos de cocina atraviesan las empanadas, el locro y los platos con mondongo. 
Lunes, 20 de enero de 2020 01:51

“Para las comidas más difíciles tengo un recetario con mis propios ingredientes. A las otras comidas las cocino desde chica; aprendí con mi mamá y esa es una de las cosas que más me gusta hacer”, asegura doña Chuli, que vive en La Merced, al final de la calle Güemes, allí donde el paisaje urbano se deshace entre los surcos del tabaco y del maíz. En ese lugar, entre plantines de flores silvestres, parras de uva Monterrico, zapallos y fructíferas higueras, doña Chuli asegura que encontró su lugar en el mundo. 

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“Para las comidas más difíciles tengo un recetario con mis propios ingredientes. A las otras comidas las cocino desde chica; aprendí con mi mamá y esa es una de las cosas que más me gusta hacer”, asegura doña Chuli, que vive en La Merced, al final de la calle Güemes, allí donde el paisaje urbano se deshace entre los surcos del tabaco y del maíz. En ese lugar, entre plantines de flores silvestres, parras de uva Monterrico, zapallos y fructíferas higueras, doña Chuli asegura que encontró su lugar en el mundo. 

Una agenda familiar compleja: “Tengo que cumplir con todos mis hijos y muchas veces me piden que me quede pero tengo mis obligaciones”. 


Matilde Leonor García es una vecina muy querida en La Merced, un sentimiento recíproco con los que se acercan a su vivienda para pedirle un consejo de cocina, comprarle flores o simplemente charlar con ella cuando la cruzan en el pueblo.
La Merced adoptó a doña Chuli como una vecina respetada y muy querida, aunque su lugar de origen está muy lejos de allí. “Nací en el ingenio San Martín del Tabacal. Mi papá se fue a Yrigoyen y allí compraron un lote y se hicieron la casita. Después el destino quiso traerme a este hermoso lugar en el que vivo desde hace 42 años”, contó. En esta parte del Valle de Lerma, conoció a su marido, don Osvaldo, quien falleció hace tiempo y con quien tuvo 4 hijos. Esa misma casita que vio crecer y partir a sus hijos es la que hoy es cobija también a sus nietos que corren en el patio de tierra, mientas doña Chuli realiza sus tareas cotidianas.

Uno de sus hijos, Daniel Coreico, resultó electo concejal de La Merced.  “Yo estoy muy orgullosa de todos ellos. Son gente honesta y trabajadora”, dice.    
 


“Yo me levanto temprano. A las 6.30 ya estoy arriba. Me cebo unos mates y arranco con mi casa. Las tareas de campo nunca son fáciles y hay que cocinar. A veces tengo que salir al pueblo y eso me complica un poco por la distancia, pero me doy tiempo para todo”, dice.


Lo distintivo en el hogar son las flores que dan la bienvenida, con rojos, violetas y amarillos tan intensos que parecieran pintados a mano. “Estas son las últimas que me quedan. Ya les tengo que pasar la rastra. Solo quedan algunas virreynas y muchachos de la última cosecha”, asegura mientras toma el puñado de flores como su tesoro cotidiano e invaluable.
“Esa siempre fue nuestra vida. Somos gente humilde, de campo y de trabajo. Sabemos lo que es el yugo y nada nos vino de arriba, porque todo lo conseguimos con mucho esfuerzo” asegura.
 

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