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La pulsión de muerte

Vivimos una época de transiciones violentas, pero eso no exime a los asesinos de Fernando de la responsabilidad ni los redime de haber decidido patearle la cabeza como opción de goce.
Viernes, 14 de febrero de 2020 02:14

El reciente caso de los rugbiers que asesinaron a patadas en el piso a un joven, en estado de indefensión, a la salida de una discoteca en Villa Gesell, -hecho que conmocionó al país y ocupó las páginas de todos los medios de prensa- revela, más allá de las cuestiones legales y jurídicas, la exacerbación de la pulsión de muerte sobre la superficie cotidiana.

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El reciente caso de los rugbiers que asesinaron a patadas en el piso a un joven, en estado de indefensión, a la salida de una discoteca en Villa Gesell, -hecho que conmocionó al país y ocupó las páginas de todos los medios de prensa- revela, más allá de las cuestiones legales y jurídicas, la exacerbación de la pulsión de muerte sobre la superficie cotidiana.

Ese acto de perversidad no es ajeno a las condiciones de una época que promueve el desborde pulsional y promete un goce mortífero al alcance de todos, a la vez que facilita el derrumbe de los parámetros y los puntos de sujeción.

Pero esa "barbarie", ese frenesí violento, lejos de constituir un resto de primitivismo que no alcanzó a pasar por el tamiz civilizatorio, no deja de ser producto del mismo movimiento civilizador que, arribado a un punto de su recorrido, da una vuelta sobre su eje y desnuda su faz disgregante y perturbadora.

Asistimos no a un momento de mera crisis coyuntural, sino quizá de verdaderas mutaciones antropológicas y cambios radicales en la civilización. El retorno a la caverna puede emprenderse también por el camino que prometía alejarnos de ella.

La horda primitiva puede estar actualmente a la vuelta de la esquina, aunque esta vez con telefonía celular y "revolución tecnológica": sujetos dispuestos a ver en aquel que se diferencie de la manada o en los congéneres que no pertenezcan a la jauría, al enemigo que es menester destruir. En definitiva, el reinado de lo imaginario y la relación paranoide.

Ese goce mortífero, la acción de golpear por golpear, el odio desplegado sobre los otros, no necesitan siquiera de motivos racionales o justificaciones.

El ejemplo de esto son algunos ladrones que en su huida y luego de haber conseguido el botín de su robo, matan a su víctima sin más motivos que el vértigo de apretar el gatillo. El matar por placer, o, mejor dicho, por modalidad de goce, el nuevo divertimento perverso que promete ir hasta el hueso y saciar la sed de la manada.

Se trata de la proliferación de las psicopatías, del predominio de la acción física por sobre el pensamiento, la obtención de una satisfacción perversa a través de infligir un sufrimiento en el otro, de someterlo, humillarlo, ultrajarlo e inclusive matarlo, para luego vanagloriarse del daño causado.

En definitiva, la muerte del otro como trofeo, el plantar bandera en la cumbre del goce perverso, la psicopatía en su punto más alto, donde no se necesita siquiera que exista discusión o pelea previa, sino simplemente la irrupción de la furia. Pero ello no es circunstancial ni contingente; la procuración de satisfacción por medio de acciones violentas, es una decisión ya tomada y deliberada por aquellos grupos que la practican, aun cuando los gritos de contenido racista, las arengas de matar, no sean del orden de la mediación de la palabra, sino del insulto y la descarga directa.

La pulsión desatada, en estado puro, sin límites, no requiere de fundamentos ni sigue los desfiladeros del lenguaje y la reflexión.

El actuar violentamente en manada, sin consideración por los otros, manifiesta a la vez identificaciones, asociadas en estos casos a "ideales" grupales de hedonismo, egolatría, discriminación, segregación, racismo, posiciones subjetivas donde prevalecen la sobrevaloración narcisista de la imagen del propio cuerpo, la demostración de fuerza física, la exhibición impúdica de musculatura, el alarde de machismo, el odio y las conductas destructivas dirigidas hacia aquellos que son considerados ajenos a los emblemas del grupo.

Esas "identificaciones" instalan un sentimiento de pertenencia y obran a la vez como signos de prestigio y superioridad, aunque en ciertos casos no sean más que imitaciones y puro semblante, inclusive en algunos que sin pertenecer a los estamentos altos de la sociedad aspiran, a ostentar, lo que imaginariamente creen, son sus insignias.

En el crimen de la salida de la discoteca no hubo "accidente" ni "una mala pasada de la vida", como los homicidas quieren ahora argumentar, sino alevosía, modalidad de satisfacción pulsional a través de la violencia desplegada sin trámites sobre el semejante.

Algo producido

El daño ya está producido, en este caso con la muerte de un joven inocente, mártir de la bestial decadencia.

En estos tiempos de mutaciones antropológicas y precipitación mortífera, predominan la desculturación, la deshistorización, la falta de amarras simbólicas, la pérdida de las referencias, la desaparición de los límites, etc.

Pero estas condiciones de la época no eximen jurídicamente a los sujetos de la responsabilidad por sus acciones ni redime a los violentos de haber decidido intencionalmente patearle la cabeza al otro en el piso como opción de goce y a sabiendas de lo que ello podía ocasionar.

Mientras seamos sujetos humanos podemos adelantar mentalmente la acción y representarnos las cosas en el instante previo a la misma, como afirmaba Kant.

Es lo que nos hace responsables de nuestros actos.

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