inicia sesión o regístrate.
La economía social tiene raíces centenarias; su surgimiento actual se debe a la crisis del Estado de Bienestar y la globalización. Contribuye a la creación de empleo, ayuda a la reducción de los desequilibrios regionales, lucha contra la exclusión social y vincula las políticas y servicios sociales.
La economía social y el tercer sector forman un nuevo modelo de empresa social; no es pública ni privada pero a la vez es pública y privada.
Está constituida por entidades de la sociedad civil que producen servicios que son públicos y están vinculados al bienestar social y genera, además, actividades de tipo altruista. Tiene gran capacidad para corregir desequilibrios sociales y económicos; contribuye a la estabilización económica, a la asignación de los recursos y a la distribución de la renta.
Ayuda a democratizar, ordenar e instrumentar la eficacia del Estado, especialmente en lo social, lo ambiental y agrario.
Se interesa por los derechos de los más débiles de la sociedad; promueve factores de implicación y corresponsabilidad entre los ciudadanos entre sí y de éstos con el Estado.
Está condicionada pero no determinada por las políticas públicas y las estructuras de apoyo existentes.
La economía social, se basa:
En las personas: sus empresas sociales combinan producción, bienes y servicios, los venden en el mercado y se financian vía precio.
Estas empresas son agentes económicos de primer orden y llegan donde el sector tradicional no llega.
Priorizan a las personas antes que el capital y estimulan el crecimiento económico en cohesión social.
Reclamo en la calle
Movimientos sociales, indignados, chalecos amarillos. Estamos en los tiempos en que proliferan los movimientos populares de protesta en gran parte del mundo, incluyendo a nuestro país.
No es la primera vez que la movilización de la ciudadanía quiere cambiar el mundo, despertar conciencias y contribuir a levantar movimientos de protesta de la juventud en numerosos países.
Pero estos movimientos no han tenido, hasta ahora, una traducción política.
La protesta es necesaria en un principio. Pero además hay que tener ganas de que las cosas cambien y reflexionar acerca de los cambios que son necesarios.
Seguramente habrá que hacer grandes reformas indispensables para superar la crisis actual, salir de la tristeza, del desaliento. No solo es necesaria una acción resuelta de los gobiernos, sino también de los ciudadanos. Hay que movilizar a los ciudadanos en todos los países para llevar a cabo las reformas que son fundamentales.
Los movimientos de indignados de la juventud en Europa, en Estados Unidos, en los países árabes, en la Argentina, han sido muy importantes. Debemos creer que detrás de estos movimientos hay aspiraciones justas y profundas pero falta un pensamiento político que reflexione sobre la crisis profunda de nuestro siglo.
Estamos en una crisis que no es solo económica, demográfica, ecológica, moral. Es una crisis de civilización, de la humanidad. Si no pensamos en este marco, estamos condenados a la impotencia. Hay que pensar en otra vía, lanzando reformas múltiples, hay que preparar un nuevo camino.
Dos respuestas arcaicas
Históricamente han habido dos ideologías o propuestas que pretendían tener respuestas para todo: el neoliberalismo y el comunismo, ambos están hoy en plena decadencia y parecen no tener salida. Entre estos extremos hay que rescatar la democracia, los derechos del hombre, una tabla de valores esenciales para reconstruir el tejido social.
La gran conquista de estos últimos años es que hemos comprendido que se trata de dos ideologías que se pretendían ciencia, infalibles, racionales, casi verdades reveladas.
Hoy hay que pensar más allá. No se trata de destruir el mercado, sino de yugular a las mafias y los poderes que lo controlan todo e impiden al propio mercado realizar su papel. Hay que tener una nueva visión de la sociedad.
El capitalismo no está muerto, sigue siendo omnipotente, se transforma y adopta formas perversas como la especulación financiera. El capital financiero aterroriza a los estados e impone la austeridad a los pueblos. Es posible impulsar una economía que rechace la hegemonía del beneficio a toda costa, una economía social y solidaria, una economía justa.
Es necesario desarrollar una agricultura y una ganadería ecológicas, humanizar las ciudades, revitalizar el campo y el Estado debe asumir un papel de inversor social.
Una nueva religión
Hace muy poco Giorgio Agamben decía: “El capitalismo es una religión, y los bancos son sus templos, pero no metafóricamente, porque el dinero no es más un instrumento destinado a ciertos fines, sino un dios”.
La secularización de Occidente dio lugar paradójicamente a una religiosidad parasitaria. Yo he estudiado por años la cuestión de la secularización, que dio lugar a una nueva religión monstruosa, totalmente irracional. La única solución europea es salir de este templo bancario.
El “estado de excepción” se está convirtiendo en regla -y no en un hecho singular- para la mayoría de los gobiernos, lo cual tiende a borrar la frontera entre democracia y absolutismo.
Son tres los sectores en los que se han producido cambios altamente significativos: la organización del trabajo, signada ahora por la desregulación y la precarización; la protección social, que cada vez cubre menos y de manera más asistencialista, y el estatuto del individuo.
La degradación del trabajo, tal como se lo conoció hasta la globalización, puede producir una degradación en las personas respecto de “su capacidad de conducirse como individuos íntegros dentro de la sociedad”.
Ese estatuto de individuo está conectado estrechamente a la consistencia de la situación salarial, a la solidez del estatuto del empleo. Cuando ese zócalo se fragiliza, el individuo mismo se fragiliza y en el caso extremo se anula.
El poder económico
Las fuerzas que ejercen poder son las económico-financieras, los gobiernos y los ciudadanos, estos últimos débilmente.
El endeudamiento de muchos países pretende ser solucionado con severos ajustes y austeridad extrema de las poblaciones, esto hará que disminuyan aún más los recursos fiscales, lo que agravará la deuda y aumentará el sufrimiento y el malestar de las personas.
La austeridad a ultranza asfixia la economía, hace crecer el paro, los ingresos fiscales disminuyen y, con ellos, los recursos del Estado, lo que lo incapacita para devolver la deuda. En la historia, las grandes transformaciones nacen de las crisis. Hay que apostar como en las crisis personales a que los elementos de transformación están ahí, hay que ligarlos, alentarlos.
A través de un conjunto de reformas en todos los campos se puede crear una nueva vía y devolver la esperanza. Los partidos políticos parecen no servir, están como encerrados en sus certidumbres como en sus rutinas. Van a remolque de la economía, cuando es la economía la que tendría que ir a remolque de la política.
Vivimos en democracias que solo pueden cambiar de orientación y revitalizarse si los grandes partidos políticos son animados por los ciudadanos y es del todo conveniente no quedarse fuera del funcionamiento institucional del país. El riesgo de los ciudadanos de quedarse fuera del juego político y al margen por no participar activamente es grande. Un riesgo que debemos recordar para evitarlo es el crecimiento de los extremismos.
Hay motivos para estar inquietos
Una crisis es ambivalente, puede generar iniciativas creativas y a la vez favorecer pensamientos regresivos, de retorno a bases étnicas y nacionalistas.
Es un peligro real.
No debemos olvidar que durante años, hasta 1932, el partido nazi era un pequeño partido en Alemania, cuyos efectivos no eran para nada numerosos; fue la crisis la que lo llevó al poder. La esperanza no quiere decir que todo vaya a ir bien, sino que todo es posible. Si nosotros contribuimos, si actuamos, quizá tengamos la oportunidad de encontrar la buena vía; eso es la esperanza. La ambición es un producto de la resistencia o resiliencia. Cuando uno ha sido resistente en su vida se conserva la voluntad de crear algo mejor; la resistencia es creadora. Hasta no hace mucho Latinoamérica era considerado uno de los continentes más desiguales, más inequitativos y de mayor problemática sociosanitaria del mundo. Mutatis mutandis, Estados Unidos se ha convertido en el país más desigual en el conjunto de los países industrializados,