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Con el centro colapsado, el distanciamiento quedó en la fila

El aglomeramiento superó la capacidad estructural de la ciudad.
Sabado, 20 de junio de 2020 22:56
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El día de prueba para el distanciamiento social fue reprobado. En el último día de compras para el día del padre, el centro estuvo atestado de personas. Entre los que buscaban un regalo o los insumos para la “comida especial de agasajo”, la distancia de los dos metros no pudo mantenerse. Los comerciantes se dividieron entre los que intentaron mantener el orden y los que se preocuparon principalmente por recuperar las ventas. 

En el medio, estuvieron los vendedores ambulantes corriendo con los bultos de un lado a otro. Fueron los únicos de la jornada que sintieron el peso de la ley.

FOTOS: PABLO YAPURA

La responsabilidad individual obliga a una convivencia social diferente. Tampoco pasamos esa prueba: los que no respetan las normas se molestan ante la advertencia de quién si lo hace.

Ni la pandemia ni la inflación hacen desistir a los amantes del asado, y las carnicerías fueron las favoritas. Las apostadas sobre avenida Tavella mostraban atípicas largas fila. En una de ellas, el policía de la puerta administraba la cantidad de ingreso. Si bien el largo de las filas era atípico, no la modalidad: uno detrás de otro. La misma firma tiene una sucursal en el centro, más precisamente en Ituzaingó casi Mendoza. Allí también el guardia permitía ingresos de a 3 personas. A diferencia de la sucursal de la zona sudeste, los clientes hacían fila en la calle más transitada de la ciudad, la Ituzaingó. 

FOTOS: PABLO YAPURA

Las veredas, antes con plena libertad de tránsito, ahora deben ser administradas y compartidas entre clientes y vendedores ambulantes. Ante una ciudad que crece a pasos agigantados con una planificación que la sigue desde atrás, esperar en una de las calles más transitadas respetando distancias, es todo un desafío: “Nadie respeta, tampoco usan bien el barbijo, y cuando se lo decís, se enojan o se te ríen en la cara. O si dejás distancia, se meten los vendedores ambulantes”, advirtió exasperada Cristina, la primera de la fila. “No se respeta, parece un día normal”, agregó desde atrás Adriana Ramírez, que salió del trabajo y se llegó a comprar la carne de la semana. “En los cajeros es una locura”, sumó Elva que llevaba más de una hora en la agitada arteria. “Siempre compro acá y me sorprendió la fila”, resaltó. Las carnicerías céntricas atraen a los que llegan desde lejos por los precios, como a Ignacio Sarapura que llegó desde un barrio de zona sudeste y esperaba paciente, “la gente no respeta”, aseguró también. Aunque, a diferencia de las mujeres que lo rodeaban, reconoció no decir nada porque “ya sé que se enojan”.
En las fiambrerías y las panaderías sucedía lo mismo, filas sin respetar distanciamiento. Algunas decidían administrar la cantidad de ingresos, otras directamente atendieron como un día normal.

En el mercado San Miguel fue un día tranquilo, si bien los diferentes ingresos estaban filtrados por un guardia que tomaba la temperatura y administraba alcohol en gel a cada persona que llegaba, una de las guardias reconoció que no habían indicaciones para la cantidad de personas en el galpón.

FOTOS: PABLO YAPURA

“Se desbordó”, reconoció un joven policía apostado en una de las peatonales. “La única indicación que tenemos es que exigir los barbijos y que no se instalen los manteros”, contó. El efectivo acompañaba a un inspector de la municipalidad. Ambos eran estudiados desde lejos por la atenta y precisa mirada de los vendedores ambulantes que calculaban los tiempos y distancias para abrir las mantas al menos por unos minutos. 

Los guardias ya no solo se encargan de la seguridad del local, ahora cumplen mútiples roles. Y los comercios que no tenían cuidador, lo inventaron. En la galería Urquiza, Marta Reales, una señora mayor hace de guardia, discute con los que quieren ingresar sin barbijo o no quieren que les rocíe alcohol en las manos. “Trato de que no entre mucha gente, que se limpien los pies y les pido que si entran guarden distancia”, contó. “Cuando vienen entre familia no quieren guardar la distancia. Cuando los clientes se me amontonan en el puesto les pido que se alejen y se enojan. ¿Pero qué va a pasar si nos vuelven a encerrar?. No tienen conciencia”, sumó Mary Soto que tiene allí su puesto hace 6 años. 

FOTOS: PABLO YAPURA

El guardia de uno de los mayores locales deportivos de la peatonal Florida va de la puerta a la fila, de poner alcohol en gel en las manos a recordarle a los clientes la distancia. “Me doy vuelta y ya se vuelvena amontonar”, se quejó. “Adentro deben haber 70 personas con los empleados”, indicó el hombre que es ayudado por su compañero que adentro controla que se cumpla la distancia.

En la tienda Balbi también administran los ingresos. Tienen capacidad para 83 personas en el salón. “Pero hacemos entrar uno por familia y menos que la capacidad. Entran 50, porque no respetan. Si hacemos entrar la cantidad permitida deberían respetar, y no lo hacen “, explicó Adrián Aracena, gerente de la tienda. “Estamos con policías en el salón y en la fila de la caja que tienen marcas pero la gente no la sigue, tenemos que estar vigilando todo el tiempo. También por los altoparlantes les recordamos mantener la distancia”, indicó el comerciante que aseguró estar contento de haber vuelto a trabajar, pero “tenemos que entender que si no respetamos, vamos a volver atrás, como en Jujuy”, advirtió. 

 

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