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El éxodo, el genio y la epopeya

Domingo, 02 de agosto de 2020 00:00

El año 1812 tiene algunos hechos de trascendencia en la escala europea, pero también en la realidad de nuestra Patria y en la región. Tiempos complejos en los que la libertad es el lema de los pueblos que aspiran a emanciparse de regímenes que no satisfacían las necesidades de desarrollo o que ponían en riesgo su independencia. En nuestro suelo, el 26 de marzo de 1812, Manuel Belgrano se hacía cargo del Ejército del Norte en Yatasto. Más tarde, en abril, establecía en Campo Santo su cuartel general y se avocaba a reconstruir a una tropa desvastada. Ante el peligro de avanzada realista, procedente del Alto Perú, se trasladó a Jujuy.

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El año 1812 tiene algunos hechos de trascendencia en la escala europea, pero también en la realidad de nuestra Patria y en la región. Tiempos complejos en los que la libertad es el lema de los pueblos que aspiran a emanciparse de regímenes que no satisfacían las necesidades de desarrollo o que ponían en riesgo su independencia. En nuestro suelo, el 26 de marzo de 1812, Manuel Belgrano se hacía cargo del Ejército del Norte en Yatasto. Más tarde, en abril, establecía en Campo Santo su cuartel general y se avocaba a reconstruir a una tropa desvastada. Ante el peligro de avanzada realista, procedente del Alto Perú, se trasladó a Jujuy.

En tierra jujeña

En esta ciudad realiza el 25 de mayo el espléndido acto patriótico en conmemoración del segundo aniversario de la Revolución de Mayo, que en aquellos tiempos se celebraba como una gran fiesta nacional.

Belgrano aprovechó la oportunidad para fijar el significado de aquel día y levantar el espíritu del pueblo. Al rayar la aurora de la memorable jornada, el ejército se hallaba formado frente al alojamiento del general, del que sacó la bandera con toda pompa, marchando a enarbolarla en los balcones del Cabildo, en reemplazo del estandarte real que se estilaba desplegar en las grandes solemnidades públicas. Una salva de quince cañonazos saludó la aparición de sus hermosos colores en la altura de los balcones. Bendecida por el canónigo Juan Ignacio Gorriti, la enseña flameó todo el día. Al ponerse el sol, el general en jefe, asistido por el Cabildo, la tomó en sus manos y formando la tropa en cuadro doble, arengó a sus soldados, poseído de noble entusiasmo.

Al iniciarse el avance de las fuerzas de Pío Tristán, cuyo ejército contaba con doble de hombres que el patriota y mejor armados y disciplinados, Belgrano ordenó a Díaz Vélez que pasara a Humahuaca, con doscientos hombres de refuerzo, y que, ante la posibilidad de ser amenazados por el enemigo, habría de retroceder hacia Jujuy para reunirse con el grueso del ejército. En ese derrotero debía procurar retardar la marcha del enemigo en su avance por la quebrada. Otra previsión era que, en este retroceso, habría de procurar sustraer al enemigo víveres, ganado y caballadas.

La tierra arrasada

Al efecto emitió un documento denominado "Bando", en el que dispuso dejar al enemigo lo que en la guerra moderna ha sido denominado "tierra arrasada", y que consistía en que el ejército realista no encontrara efectos tales como hierro, plomo, mulas, caballos, ganado y efectos mercantiles en la jurisdicción de Jujuy, elementos que debían ser remitidos a Tucumán. Para infundir ánimo y obligarlos a sacar sus haciendas, dijo que quemaría todo lo que quedase.

Desde el cuartel general de Jujuy, el 29 de julio de 1812, dirigiéndose a los hacendados les manifestó: "Apresuraos a sacar vuestros ganados vacunos, caballares, mulares y lanares que haya en vuestras estancias, y al mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán". A los labradores manda asegurar las cosechas extrayéndolas para el mismo punto. A los comerciantes: "No perdáis un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos e igualmente cuantos hubiere en vuestro poder de ajena pertenencia".

La orden era terminante, y Belgrano apercibe a la población a su cumplimiento, advirtiéndoles: "Serán tenidos por traidores a la Patria todos los que a mi primera orden no estuvieren prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad sean de la clase y condición que fuesen".

La contundencia del bando causó su efecto y, como el general se prometía, no encontró resistencias para ser cumplido. También se preveía hacer salir de la ciudad a un grupo calificado de personas en calidad de rehenes, para evitar que el invasor tomase represalias con los adictos a la causa que quedaran. Arregló un convoy de familias que debían seguir su retirada, extrajo los archivos, terminó la fundición de cañones, reunió ganados y cabalgaduras y levantó de tal modo el espíritu abatido de la población que hasta las mujeres se ocupaban en fabricar cartuchos y en animar a los hombres. Preparado todo para la retirada, esperó hasta el último trance para emprenderla, con lo cual se proponía un doble objeto: primero no dar muestras de debilidad a su tropa; y segundo, aprovecharse en el transcurso de ella de algún error que cometieran los realistas.

"Como una tribu de la familia de Jacob, aquella sociedad hizo con dolor y lágrimas los preparativos para aquel éxodo, y despidiéndose con llanto y amargura de aquella tierra querida, amenazada por el realismo, marchó resignada a su peregrinación", cita el doctor Joaquín Carrillo (1877), en su libro "Jujui provincia federal arjentina. Apuntes de su historia civil", Buenos Aires, Establecimiento Tipográfico del Mercurio.

El 19 de agosto, Belgrano había escrito al gobierno explicando su situación. En carta a Rivadavia decía que no le quedaba otra cosa que retirarse. Expresaba en su misiva: "si el enemigo viene sobre mí, tendré que ir reculando quien sabe hasta donde".

El 23 de agosto a las cinco de la tarde comenzó en Jujuy la retirada del ejército de Belgrano, en forma apremiante y precipitada, pues el avance del enemigo había sido más veloz de lo esperado. La comitiva patriota tomó el camino de Las Postas rumbo a Tucumán.

Precedían la columna las familias de Jujuy, con sus haciendas y luego la oficialidad seguida por el grueso de la tropa, protegida la marcha por la retaguardia de Díaz Vélez.

Las familias fueron auxiliadas en la retirada, en aquel extraño convoy, las contrariedades y privaciones fueron sus compañeras diarias en la jornada y en el reposo escaso de que les era lícito usar después de la fatiga y la ansiedad que les produjo la proximidad de Tristán. A las doce y media de la noche salió el general de la ciudad y alcanzó al ejército continuando su retirada en la noche. 

Al día siguiente de que Belgrano abandonara la ciudad de San Salvador de Jujuy, entraron en ella las fuerzas de Tristán, y en las calles cambiaron tiros con la retaguardia patriota. 

Al respecto, José María Paz en sus “Memorias” relata que Belgrano nunca se dejó “sobrecoger por el terror que suele dominar a las almas vulgares y por grande que fuese su responsabilidad la arrostró con una constancia heroica”. El enemigo se posesionó de aquella solitaria ciudad en medio de su total abandono. Estaba desierta y desmantelada. Espantaba el aspecto tristísimo de aquellos hogares desamparados y de aquellas calles mudas y tristes, después de la agradable animación de otros tiempos. En ese escenario, Tristán designó a don Pedro de Olañeta en el cargo de gobernador y comandante militar.

En la retirada, Belgrano velaba continuamente, ocupando el puesto de más peligro, alentaba a su tropa cuando esta flaqueaba, estimulaba a los valientes, dando nervio a la retirada. Sus palabras hacían el efecto de potenciar la bravura en su oficialidad y sus soldados. 

De este modo, condensando más sus fuerzas y disponiéndolas como para recibir el combate, continuó su movimiento retrógrado y atravesando el trabajoso camino siguió rumbo a Las Piedras, donde le aguardaba un victorioso combate. 

El éxodo de Alejandro I

Coetáneamente, en la vieja Europa, el emperador Bonaparte se aprestaba a invadir al Imperio Ruso. En junio de 1812, la Grande Armée de Napoleón, integrada por 691.500 hombres, el mayor ejército jamás formado en la historia europea hasta ese momento, cruzó el río Niemen y enfiló el camino de

Moscú luego de haber obtenido el triunfo en la batalla de Borodino. La invasión comenzó el 23 de junio de 1812. Napoléon había enviado una oferta final de paz a San Petersburgo poco antes del inicio de las operaciones, de las que nunca recibió contestación. 

Napoleón esperaba que el zar Alejandro I le ofreciera la capitulación en la colina Poklónnaya, pero muy lejos de esto, los comandantes rusos no se rindieron. El zar no estaba dispuesto a transigir y privó a Napoleón de la victoria que podía suponer la toma de Moscú.

La estrategia se centró en el vaciamiento de la ciudad entre el 2 y el 6 de septiembre y le prendieron fuego. Al llegar a la capital rusa, Bonaparte entró finalmente a una ciudad fantasma, desalojada de habitantes y sin suministros. Napoleón quedó en una situación precaria. Lejos de sus bases logísticas, con sus líneas de comunicación vulnerables, el riguroso invierno y las enormes distancias, terminaron de transformar la aventura rusa de Napoleón en un completo desastre.

Este épico acontecimiento fue recogido por el conde Lev Nicoláievich Tolstói, en su celebrada novela “La guerra y la paz”. Otro ruso notable, Piotr Ilich Tchaicovsky, en su “Obertura 1812” traduce en música tan notable acontecimiento. El compositor corona la obertura con un final apoteósico, disparando una salva de dieciséis cañones y con el apoyo de las campanas a vuelo de las iglesias en señal del triunfo ruso frente al ejército napoleónico.

Epílogo

El terror que produce una invasión, siempre cede ante el patriotismo. En los actores que debieron conducir en retirada al pueblo, se impuso el sentido de patriotismo, que se cifraba en la lucha por la independencia, en ideas ya hechas, de sentimientos profundos, de intuiciones sublimes del porvenir.

Los pueblos se sometieron a las fatigas de una expatriación dolorosa en resguardo a las imposiciones de regímenes que limaría todos los resortes de la libertad. El patriotismo y la firme decisión de no rendirse, hizo llevaderas las penurias de la emigración.

Dos conductores que nunca se conocieron, pero que compartieron una misma estrategia con diferencia de días, en escenarios distantes en la esperanza de derrotar al enemigo sin la efusión de sangre. 

La defensa de la Patria, de la libertad frente a una invasión ignominiosa que amenaza cercenar el sagrado derecho de los pueblos a ser libres y poseer un pedazo de suelo, es un sentimiento universal. 

Tanto Belgrano como el zar arrostraron las dificultades de la retirada, porque quienes ejercen el rol de dirigentes en momentos aciagos, han de hacer los mismos sacrificios que sus ciudadanos. No cabe a quienes gobiernan en etapas de crisis, gozar de comodidad, placeres, dispendio y fortuna.

Belgrano, en la notable gesta del éxodo, evidenció su calificada capacidad de conducir a la población, compartiendo con austeridad, estoicismo y patriotismo, la hora más difícil en la historia de nuestra hermana provincia de Jujuy.

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