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La Tablada

Sabado, 16 de enero de 2021 02:23

Nos llegaron las noticias de la toma de La Tablada casi de inmediato pero toda la información era muy confusa.

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Nos llegaron las noticias de la toma de La Tablada casi de inmediato pero toda la información era muy confusa.

Nos sorprendieron las proclamas de apoyo a Rico y Seineldin e inmediatamente recordé la visita que había recibido unos días antes y que me habían dejado cavilando y con la amarga sensación de no saber si yo había procedido de forma correcta y si al final de cuentas los temores de Baños podrían tener algún fundamento y si no tendría que haber respondido de otra manera a su sorpresivo pedido.

No podría decir que Jorge Baños era mi amigo, porque no era un tipo fácil. Yo lo había conocido a través del Dr. Emilio Mignone, con quien ambos colaborábamos en el CELS y habíamos trabajado juntos en muchos temas. Eso había creado cierto respeto y aprecio, creo que recíproco.

Cada tanto venía por Salta y analizábamos la marcha de los asuntos que teníamos en nuestras manos, por eso no me sorprendió cuando una amiga común (ya fallecida) me dijo que estaba en Salta y quería juntarse conmigo. No lo quise recibir en la Fiscalía de Estado por eso lo cité en mi vieja oficina, en la antigua casona que había sido de mis abuelos muy cerca de la iglesia de San Alfonso.

 

El llegaba muy preocupado y me dijo que tenía información fehaciente que se estaba preparando un golpe de Estado y que grupos de carapintadas ya estaban organizados para ganar la calle y marchar hacia la Casa de Gobierno, y que incluso ya estaban definidos y adheridos los cuarteles que iban a ser la base de la insurrección.

Me propuso que presentáramos juntos un escrito en la Justicia Federal denunciando el complot, para intentar frenar el movimiento que ya era inminente y que además esa presentación debía servir de base para empezar a movilizar a la gente en defensa de la democracia y para obligar al Gobierno a tomar más medidas en contra de los militares.

Le dije que yo no tenía esa información, que si bien era claro el movimiento convulso que había internamente en las Fuerzas Armadas por la política de derechos humanos, nada hacía pensar en la posibilidad de un golpe de Estado, que seguramente no sería acompañado ni internamente ni desde el exterior.

Además, la experiencia de Semana Santa, si bien había dejado un regusto amargo de decepción y había desinflado los ánimos de movilización, también había mostrado las debilidades de los militares insurrectos y no parecía que hubiera un clima apropiado para una aventura de esa naturaleza ni para una reacción popular semejante a la de esos días convulsos que habíamos vivido no hace demasiado tiempo.

Pero como él venía de Buenos Aires, donde se suponía que habría más información, le pedí que me diera más elementos para saber si podíamos actuar con fundamentos serios.

- Es como yo te digo. Tenemos toda la información.

- Pero decime cuál es y qué elementos tenemos.

- ¿Qué? ¿No me crees?

- Si te creo, pero tenemos que basarnos en algo sólido.

Lo vi ponerse tenso y nervioso y me dijo con una agresión contenida:

- ­Tenés miedo! ­Te estás achicando!

- Jorge: vos sabés que no es miedo, Hemos hecho cosas más peligrosas y en momentos de más incertidumbre. Pero para actuar por la Provincia necesito más elementos. No puedo presentar un simple panfleto de conjeturas.

- ­Te estás achicando! ­Vas a ser un cómplice del golpe! La única posibilidad de evitarlo es movilizando, movilizando y presionando.

Terminamos discutiendo en la vereda y fue un poco surrealista porque mientras discutíamos acalorados, a nuestro lado pasaban bailando saya y tirando cohetes los de la morenada de la comunidad boliviana que homenajeaban todos los sábados desde la iglesia a la Virgen de Copacabana.

Nos dimos la mano con mucha tensión. Me ofrecí a llevarlo pero prefirió tomarse un taxi que pasaba en ese momento.

No volví a verlo, pero siempre me quedó el regusto amargo de la áspera entrevista y la frustración y el enojo de una persona a la que yo respetaba mucho y que a la luz de los nuevos hechos y de las noticias que nos llegaban aquel lunes 23 de enero sobre la toma del regimiento y las proclamas rebeldes, parecía que finalmente tenía razón. Con algunos amigos y compañeros no trasladamos a la plaza central, donde estaba la sede del diario El Tribuno, para buscar novedades y allí nos quedamos junto a la gente, hasta que empezaron a llegar noticias entremezcladas que informaban que quienes habían tomado el regimiento era un grupo de civiles y que el Eército y la policía se aprestaban a tomar el cuartel por asalto con tanques, ametralladoras y todo el equipo que uno se pueda imaginar.

A esa altura ya nadie entendía nada y era imposible imaginar que los militares se prepararan con tanto entusiasmo para un ataque si quienes estaban en el regimiento eran sus propios camaradas. Y si no eran ellos ¿quiénes eran? La guerrilla ya estaba totalmente desmantelada y no conocía a nadie que pensara seriamente que podían repetirse las circunstancias de los años 70, y los minúsculos grupos sueltos que quedaban en posiciones de extrema dureza no tenían ninguna envergadura para operaciones de esta naturaleza. Alguien imaginó en voz alta que en realidad esto podía ser un acto de presión de algún sector de la izquierda sobre el Gobierno y todos los miramos como quien mira un loco.

- ¿Para lograr qué? ... ¿y quienes?

- No se tal vez las leyes de impunidad .o acelerar los juicios.-

- ¿Tomando un regimiento? Eso va a fortalecer a los milicos, que están esperando salir de la cueva.

Costaba entender lo que había pasado hasta que se hizo pública una información que me dejó helado y que terminó de aclararme muchas cosas que hasta ese momento parecían deshilvanadas y sin sentido: el grupo que había tomado el cuartel era un grupo de jóvenes militantes del MTP, sin ninguna preparación militar, que ha bía intentado tomar el regimiento pa ra provocar una reacción popular que solo podía existir en su imaginación. Y también comprendí la reacción cuan do me negué a firmar la denuncia so bre el supuesto golpe militar, cuando, al día siguiente, se informó oficial mente que el jefe de la operación, cu yo cadáver ya había sido reconocido era nada más y nada menos que mi ami go Jorge Baños.

 

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