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Un femicidio que fue subestimado

Lunes, 31 de mayo de 2021 01:59

En junio de 2019 fuimos designados junto al Dr. Gustavo Torres Rubelt para investigar la causa por el asesinato de Jimena Salas. En las primeras 48 horas accedimos a las actuaciones en su totalidad, incluyendo prueba científica, reuniones con investigadores y análisis de las líneas investigativas abordadas desde el primer momento. Solo bastó observar las imágenes y filmaciones de la escena del hecho para advertir que el “iter” seguido por los autores marcaba un objetivo claro: un maletín en el placard con evidencia genética de los autores materiales, de ello se desprendió la imperiosa necesidad de establecer su contenido y la vinculación de quien debía saberlo, el dueño de casa, el viudo.
Un femicidio, inicialmente subestimado por el fiscal Pablo Paz y los investigadores que avizoraron una veloz resolución del caso cuando supieron, ya en la escena del crimen -prolijamente dispuesta para que pareciera un robo frustrado-, de la existencia de perfiles genéticos de los hoy tan buscados autores materiales, utilizados raudamente en el juicio por Nicolás Cajal y los defensores Pedro y Marcelo Arancibia, para volver a centrar miradas que ya había logrado ese 27 de enero del 2017, diciendo “no me falta nada, fue un robo frustrado, hay un alhajero tirado”, y lo hizo cuando halló muerta a Jimena Salas, siguió un rastro de sangre que lo guiaba por un pasillo directo a su habitación, que continuaba en las puertas manchadas con sangre del placard, lo que después pudo ver: un maletín vacío manchado en sangre que le hizo entender desde el primer momento por qué habían matado a Jimena. La insistencia en el alhajero desparramado sobre una cama, no exclusiva de quien yacía muerta en el comedor, era más importante en todos sus testimonios para lograr lo que finalmente logró, aún ante un tribunal colegiado: entraron a robar, pero no robaron nada. No fue producto del shock emocional que intentó instalar en sus relatos, las omisiones y alteraciones en la escena del crimen que fueron probadas científicamente en juicio. Solo había que ver las fotos y lo impecable de las suelas de sus zapatos, su pantalón y camisa, sin una gota de sangre, cuidadosamente buscadas en los laboratorios del CIF, para darse cuenta de que lo que allí faltó, fue justamente el shock. Por el contrario, lo que sí pudo probarse con las “suposiciones” de la empresa en telecomunicaciones Claro SA, fue que Cajal se comunicó, luego del hallazgo del cuerpo y en intermitentes llamadas por el lapso de 25 minutos, con sus jefes de Garbarino, gerentes zonales, que rápidamente enviaron a “revisar” qué había pasado a otros empleados de la empresa. Lo que también se pudo comprobar, fue que el tan nombrado “alhajero” desparramado con aritos comprados del mercado vaquereño, no tenían ningún rastro de sangre, por lo que a juzgar por uno de los principios de la criminalística (intercambio) puede determinarse que ese famoso alhajero, tan nombrado por Cajal, fue parte de una escenografía fríamente dispuesta para lograr lo que logró: instalar la idea de un robo frustrado.
Un interrogante aún latente quedó, una alarma con 8 zonificaciones, botón de emergencia, incendio y de pánico que nunca pudo presionar la víctima en su lucha por la vida... o si lo hizo? No lo sabremos nunca, porque el día anterior del homicidio a las 19, cuando Nicolás Cajal estaba “solo” o por lo menos sin Jimena y sin sus hijas en la escena del crimen, la alarma “convenientemente” se desconectó. Llama la atención que para Cajal, eso no era importante el día que recibió a los investigadores. 
Con una increíble conciencia forense, aprovechó la prematura entrega del cuerpo ordenada por el fiscal de la causa a menos de 12 horas del hallazgo para deshacerse de los restos de quien fuera su concubina, tramitando rápidamente los servicios de cremación, lo que logró hacer antes de las 24 horas, incluso privando a los amigos y allegados, quienes estaban perplejos con la noticia, de despedir sus restos. 
Hoy podemos decir que la determinación de dos ADN masculinos en el lugar tentó a los investigadores a subestimar la resolución de la causa. Lo que fue un error. Sencillamente porque en nuestro país no tenemos un banco de datos genéticos que nos proporcione la identidad de los dueños de esta evidencia genética. Es buscar una aguja en un pajar. Lo correcto hubiera sido desde el primer momento estudiar la escena del hecho. Contextualizarla con los demás elementos y no reducir la participación del viudo y de Sergio Vargas a la nada simplemente por un cotejo con resultado negativo.
Repárese cómo el ADN cegó al fiscal y a los investigadores desde el primer momento im    pidiéndoles ver el motivo del crimen, conocido y ocultado     por el Sr. Cajal, quien en definitiva operó como el árbol que impidió ver el bosque.
 

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En junio de 2019 fuimos designados junto al Dr. Gustavo Torres Rubelt para investigar la causa por el asesinato de Jimena Salas. En las primeras 48 horas accedimos a las actuaciones en su totalidad, incluyendo prueba científica, reuniones con investigadores y análisis de las líneas investigativas abordadas desde el primer momento. Solo bastó observar las imágenes y filmaciones de la escena del hecho para advertir que el “iter” seguido por los autores marcaba un objetivo claro: un maletín en el placard con evidencia genética de los autores materiales, de ello se desprendió la imperiosa necesidad de establecer su contenido y la vinculación de quien debía saberlo, el dueño de casa, el viudo.
Un femicidio, inicialmente subestimado por el fiscal Pablo Paz y los investigadores que avizoraron una veloz resolución del caso cuando supieron, ya en la escena del crimen -prolijamente dispuesta para que pareciera un robo frustrado-, de la existencia de perfiles genéticos de los hoy tan buscados autores materiales, utilizados raudamente en el juicio por Nicolás Cajal y los defensores Pedro y Marcelo Arancibia, para volver a centrar miradas que ya había logrado ese 27 de enero del 2017, diciendo “no me falta nada, fue un robo frustrado, hay un alhajero tirado”, y lo hizo cuando halló muerta a Jimena Salas, siguió un rastro de sangre que lo guiaba por un pasillo directo a su habitación, que continuaba en las puertas manchadas con sangre del placard, lo que después pudo ver: un maletín vacío manchado en sangre que le hizo entender desde el primer momento por qué habían matado a Jimena. La insistencia en el alhajero desparramado sobre una cama, no exclusiva de quien yacía muerta en el comedor, era más importante en todos sus testimonios para lograr lo que finalmente logró, aún ante un tribunal colegiado: entraron a robar, pero no robaron nada. No fue producto del shock emocional que intentó instalar en sus relatos, las omisiones y alteraciones en la escena del crimen que fueron probadas científicamente en juicio. Solo había que ver las fotos y lo impecable de las suelas de sus zapatos, su pantalón y camisa, sin una gota de sangre, cuidadosamente buscadas en los laboratorios del CIF, para darse cuenta de que lo que allí faltó, fue justamente el shock. Por el contrario, lo que sí pudo probarse con las “suposiciones” de la empresa en telecomunicaciones Claro SA, fue que Cajal se comunicó, luego del hallazgo del cuerpo y en intermitentes llamadas por el lapso de 25 minutos, con sus jefes de Garbarino, gerentes zonales, que rápidamente enviaron a “revisar” qué había pasado a otros empleados de la empresa. Lo que también se pudo comprobar, fue que el tan nombrado “alhajero” desparramado con aritos comprados del mercado vaquereño, no tenían ningún rastro de sangre, por lo que a juzgar por uno de los principios de la criminalística (intercambio) puede determinarse que ese famoso alhajero, tan nombrado por Cajal, fue parte de una escenografía fríamente dispuesta para lograr lo que logró: instalar la idea de un robo frustrado.
Un interrogante aún latente quedó, una alarma con 8 zonificaciones, botón de emergencia, incendio y de pánico que nunca pudo presionar la víctima en su lucha por la vida... o si lo hizo? No lo sabremos nunca, porque el día anterior del homicidio a las 19, cuando Nicolás Cajal estaba “solo” o por lo menos sin Jimena y sin sus hijas en la escena del crimen, la alarma “convenientemente” se desconectó. Llama la atención que para Cajal, eso no era importante el día que recibió a los investigadores. 
Con una increíble conciencia forense, aprovechó la prematura entrega del cuerpo ordenada por el fiscal de la causa a menos de 12 horas del hallazgo para deshacerse de los restos de quien fuera su concubina, tramitando rápidamente los servicios de cremación, lo que logró hacer antes de las 24 horas, incluso privando a los amigos y allegados, quienes estaban perplejos con la noticia, de despedir sus restos. 
Hoy podemos decir que la determinación de dos ADN masculinos en el lugar tentó a los investigadores a subestimar la resolución de la causa. Lo que fue un error. Sencillamente porque en nuestro país no tenemos un banco de datos genéticos que nos proporcione la identidad de los dueños de esta evidencia genética. Es buscar una aguja en un pajar. Lo correcto hubiera sido desde el primer momento estudiar la escena del hecho. Contextualizarla con los demás elementos y no reducir la participación del viudo y de Sergio Vargas a la nada simplemente por un cotejo con resultado negativo.
Repárese cómo el ADN cegó al fiscal y a los investigadores desde el primer momento im    pidiéndoles ver el motivo del crimen, conocido y ocultado     por el Sr. Cajal, quien en definitiva operó como el árbol que impidió ver el bosque.
 

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