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La experiencia de la enfermedad

Jueves, 06 de mayo de 2021 02:47

La enfermedad, generalmente, afecta de forma negativa ya que es fuente de estrés, desgaste emocional y sufrimiento, sobre todo en enfermedades graves, degenerativas, epidemias, pandemias y dolorosas. Para que una relación con un enfermo salga reforzada tienen que darse una serie de pautas. La comunicación, la empatía y los momentos de individualidad son claves fundamentales para que esto ocurra. 
Debe estar centrada en la empatía, en la flexibilidad (hablar sólo cuando se quiera, no obligarle), en la escucha activa y en el respeto. 
Hay que acoger las emociones del enfermo. Dejar que el paciente se exprese, se desahogue, y no bloquear sus emociones negando que hable de ello. Tampoco hay que interpretar en momentos puntuales cómo se siente, ni hay que analizar sus silencios: es mejor preguntarle directamente y no dar nada por hecho. Y por último, facilitar la serenidad y no tomar decisiones de forma impulsiva.
Es fundamental recibir toda clase de apoyo y de ayudas para hacer el proceso más fácil y no olvidar que el cuidador necesita cuidarse, y que debe darse sus momentos de descanso y desconexión. Es necesario alimentar y mantener nuestra parcela de individualidad. Estar enfermo no es el fin, hay que tomarlo como una oportunidad, como un desafío, y no renunciar nunca, a pesar de todo, a ser uno mismo.
Recibir el diagnóstico de una enfermedad grave, supone al principio, un gran bloqueo no sólo para el paciente, sino también para sus allegados. El tratamiento farmacológico y terapéutico de la propia enfermedad cobra casi el único protagonismo en la vida del paciente, relegando a un segundo y tercer plano todas las demás áreas, incluyendo por supuesto, la parte sentimental. Estar enfermo supone físicamente una gran inseguridad a la hora de enfrentarse al entorno. Tanto en hombres como en mujeres, el principal miedo es el no volver a ser los mismos que eran, antes de la enfermedad; todo esto puede ser aplicable a cualquier enfermedad grave. Sólo una vez pasado el punto culmen de la enfermedad se empieza de nuevo a prestar atención y a querer recuperar aquellas facetas que se habían dejado de lado, como la parte relacional y sentimental. La frase “hasta que la muerte nos separe” es realmente concluyente el día de la boda en la ceremonia religiosa del matrimonio desde tiempos lejanos y actuales. “En la salud y en la enfermedad”: Decir que siempre tendremos buena salud es algo ideal pero la realidad es que de forma repentina llega una enfermedad y todo se trastoca. 

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La enfermedad, generalmente, afecta de forma negativa ya que es fuente de estrés, desgaste emocional y sufrimiento, sobre todo en enfermedades graves, degenerativas, epidemias, pandemias y dolorosas. Para que una relación con un enfermo salga reforzada tienen que darse una serie de pautas. La comunicación, la empatía y los momentos de individualidad son claves fundamentales para que esto ocurra. 
Debe estar centrada en la empatía, en la flexibilidad (hablar sólo cuando se quiera, no obligarle), en la escucha activa y en el respeto. 
Hay que acoger las emociones del enfermo. Dejar que el paciente se exprese, se desahogue, y no bloquear sus emociones negando que hable de ello. Tampoco hay que interpretar en momentos puntuales cómo se siente, ni hay que analizar sus silencios: es mejor preguntarle directamente y no dar nada por hecho. Y por último, facilitar la serenidad y no tomar decisiones de forma impulsiva.
Es fundamental recibir toda clase de apoyo y de ayudas para hacer el proceso más fácil y no olvidar que el cuidador necesita cuidarse, y que debe darse sus momentos de descanso y desconexión. Es necesario alimentar y mantener nuestra parcela de individualidad. Estar enfermo no es el fin, hay que tomarlo como una oportunidad, como un desafío, y no renunciar nunca, a pesar de todo, a ser uno mismo.
Recibir el diagnóstico de una enfermedad grave, supone al principio, un gran bloqueo no sólo para el paciente, sino también para sus allegados. El tratamiento farmacológico y terapéutico de la propia enfermedad cobra casi el único protagonismo en la vida del paciente, relegando a un segundo y tercer plano todas las demás áreas, incluyendo por supuesto, la parte sentimental. Estar enfermo supone físicamente una gran inseguridad a la hora de enfrentarse al entorno. Tanto en hombres como en mujeres, el principal miedo es el no volver a ser los mismos que eran, antes de la enfermedad; todo esto puede ser aplicable a cualquier enfermedad grave. Sólo una vez pasado el punto culmen de la enfermedad se empieza de nuevo a prestar atención y a querer recuperar aquellas facetas que se habían dejado de lado, como la parte relacional y sentimental. La frase “hasta que la muerte nos separe” es realmente concluyente el día de la boda en la ceremonia religiosa del matrimonio desde tiempos lejanos y actuales. “En la salud y en la enfermedad”: Decir que siempre tendremos buena salud es algo ideal pero la realidad es que de forma repentina llega una enfermedad y todo se trastoca. 


¿Estamos tan dispuestos para amar en la salud y en la enfermedad? 
Una de las muchas situaciones que puede hacer peligrar el equilibrio de una pareja, es la aparición de una enfermedad grave. Un hecho que supone un punto de inflexión en la vida sentimental, que bien puede fortalecerla, o terminar sellando el punto y final. Hay una presencia cíclica y constante a través del tiempo de diferentes enfermedades y pestes que han asolado al mundo ocasionando millones de muertes y miles de personas sobrevivientes aquejadas de consecuencias graves en materia de deterioro de la salud o de las capacidades funcionales ocasionadas por la enfermedad epidémica; las pestes reflotan cada cierto tiempo según se conoce desde la plaga que contó Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso, hace casi 25 siglos. 
La debacle que producen las enfermedades no es sólo sanitaria sino también social, económica, psicológica para las personas, los países y el mundo en general.
La fragilidad y la vulnerabilidad de la persona humana está categóricamente demostrada cada vez que la humanidad se enfrenta con estas calamidades. La vida es incertidumbre y zozobras reiteradas; afortunadamente el hombre aprendió a resistir y a proyectarse en un futuro esperanzador. El dolor habla un mismo idioma y el miedo, también.
La actual pandemia del coronavirus COVID-19 vuelve a poner de actualidad el papel jugado por la enfermedad infectocontagiosa en la historia del ser humano.
El protagonismo de la patología infectocontagiosa en el acontecer histórico queda claro cuando se considera que ha sido la principal causa global de mortalidad desde la aparición de los primeros grupos humanos hasta el descubrimiento y utilización clínica de los antimicrobianos y el desarrollo de las vacunas. No hay guerra ni desastre natural que se le pueda comparar en cuanto al número de víctimas provocado. Hoy prevalece la actitud esperanzada en la ciencia y en la técnica y su utopía de acabar con las enfermedades del hombre, que trajo consigo la revolución científica y técnica. Cada pueblo, cada sociedad, vive, siente y enferma de una manera determinada, siendo también propios de cada colectividad tanto el conocimiento de la enfermedad como su tratamiento. 
En definitiva, las enfermedades infecciosas han sido siempre y seguirán siendo un fenómeno inseparable de la vida del hombre, destruyendo el viejo mito de los tiempos paradisíacos libres de las mismas. De la actuación inteligente del hombre, contribuyendo al equilibrio saludable de la vida, que es biológico, social y cultural, dependerá nuestro futuro.
 

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