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Un militar que luchó sin tener un solo día de tregua 

Toda la trayectoria de Martín Miguel de Güemes expone la intensidad de la lucha desde 1806 hasta mucho después de su muerte.
Jueves, 17 de junio de 2021 16:43

Evocar al héroe gaucho al cumplirse doscientos años de su muerte nos remite necesariamente a cuáles fueron las principales acciones militares en las que incursionó antes y durante la Guerra Gaucha, que lo encumbraron a la gloria definitiva e imperecedera.

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Evocar al héroe gaucho al cumplirse doscientos años de su muerte nos remite necesariamente a cuáles fueron las principales acciones militares en las que incursionó antes y durante la Guerra Gaucha, que lo encumbraron a la gloria definitiva e imperecedera.

La carrera militar de Martín Miguel de Güemes se inició el 13 de febrero de 1799, a los cinco días de haber cumplido catorce años, en el Regimiento Fixo de Infantería, que había sido a su vez creado en 1771. Luego de seis años de revista le solicitó al gobernador español Rafael de la Luz el traslado a la ciudad de Buenos Aires. El Fixo tenía su sede en la capital metropolitana.

Tuvo su bautismo de fuego el 27 de julio de 1806 en el combate de Puente de Gálvez, durante la primera de las Invasiones Inglesas. A continuación fue protagonista de un episodio mítico, al abordar a caballo la fragata inglesa Justina o Justine. La Justine, era un buque mercante inglés que había sido reforzado con cien hombres y veintiséis cañones por orden del jefe de la escuadra británica sir Home Popham en la isla de Santa Elena, en el oéano Atlántico. Según el capitán anglófilo Alexander Gillespie, que integraba la tripulación de la Justine, eran eximios tiradores y reconocidos artilleros, diestros en el manejo de cañones.

Dicen que la tarde en que se entabló la batalla era gris y lluviosa y que una repentina bajante de las aguas del Río de la Plata, que en ese entonces bañaban las barrancas de lo que hoy es la estación Retiro y en la plaza de enfrente se erige, precisamente, la llamada Torre de los Ingleses en la ciudad de Buenos Aires, fue lo que permitió que se suscitara una escena cinematográfica, pues una carga de caballería que contaba entre sus filas a Güemes se lanzó al ataque luego de que un cañonazo lanzado desde las baterías de Retiro desarbolara la nave. Al producirse el abordaje las fuerzas de la reconquista, que integraba Güemes, apresaron la fragata inglesa y un bergantín de menor calado cargado de trigo. En esa jornada se les tomaron a los ingleses cinco banderas, tres de los batallones primero y segundo, otra de infantería de marina y otra de mar, que como tal debía ser avistada desde muy lejos porque medía cuatro metros de largo. Esa bandera se conserva actualmente en el Museo Histórico Nacional de Parque Lezama en Buenos Aires. Doce días más tarde, el héroe de la Reconquista, Santiago de Liniers, se la ofrendó a la Virgen del Rosario en el Convento de Santo Domingo.

Al año siguiente logró salvar a la casa de la Virreina Vieja, que iba a sucumbir al fuego invasor. Era un foco de resistencia a la Segunda Invasión inglesa. Desde allí enfrentó a una partida montado a caballo, que le disparó todo el fuego de su fusilería y fue herido en el hombro derecho. Sin embargo, logró dispersar a los soldados y que a su vez una partida de los reconquistadores de Buenos Aires los derrotaran. Este episodio aumentó su prestigio.

De estos sucesos adoptó su chaquetilla de húsar, regimiento formado en la Defensa de Buenos Aires por Juan Martín de Pueyrredón y fue distinguido por el virrey Santiago de Liniers.

La victoria en Suipacha

De vuelta en Salta, con las soflamas de la Revolución de Mayo, fue el artífice del triunfo patriota en la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810.

El campo de batalla era singular. De haber vivido en ese tiempo, seguramente hubiese inspirado al célebre pintor Cándido López, quien, cincuenta y cuatro años más tarde inmortalizaría con sus óleos las dramáticas escenas de la Guerra de la Triple Alianza. El pueblo de Suipacha tenía a sus espaldas, al norte y al oeste, unos cerros que lo protegían. Al socaire. Y por esas alturas se elevaba serpenteante el camino a Potosí. Entre el pueblo y la playa del río San Juan o de Suipacha quedaba una fértil ribera en la que los lugareños sembraban trigo. Todo irradiaba una policromía de singular encanto. Las parcelas sembradas estaban cercadas de tapias de barro y piedra, las que aprovechó el Ejército Real del Perú para parapetarse y cubrirse del ataque del ejército patrio. El Ejército Auxiliar del Perú tenía sed de combate, pues había sucumbido en Santiago de Cotagaita, combate en el que no peleó Martín Miguel de Güemes.

A las 11 de la mañana del 7 de noviembre de 1810 comenzó la lucha. Al igual que en Cotagaita, el general realista José Córdoba y Rojas dio la orden de esperar que el jefe del Ejército Auxiliar del Perú, Antonio González Balcarce, atacara. El poblado de Nazareno estaba enclavado en las primeras estribaciones de un cerro y el camino real pasaba por allí. Balcarce advirtió con acierto que había otro pequeño promontorio, llamado cerro de Choroya, que le impedía en parte la visual al ejército español que comandaba Córdoba y allí mandó a ocultarse a un importante contingente del Ejército Auxiliar con el objeto de que las fuerzas españolas saliesen a perseguirlo. A diferencia de la improvisación que primó en Cotagaita, para la batalla de Suipacha hubo una meditada planificación de las acciones. Las fuerzas ocultas tras el cerro de Choroya eran nada menos que las piezas de artillería que desde Salta había enviado con enorme esfuerzo Calixto Gauna, más la caballería gaucha que comandaba Martín Miguel de Güemes, incorporada al Ejército Auxiliar. Los gauchos eran voluntarios reclutados de Salta y Jujuy, y tenían la particularidad de que le respondían únicamente a Güemes.

Los adversarios dejaron pasar las horas, hasta que se hicieron las tres de la tarde. Entonces Balcarce decidió que había que incitar a los españoles al combate y mandó doscientos soldados para que avanzaran por la playa del río y abrieran fuego con dos cañones. El general Córdoba aceptó el lance y aparecieron algunos soldados españoles disparando en forma de guerrilla, esparcidos por las acequias y los fosos que habían cavado, con lo cual Balcarce consiguió sacarlos de la posición defensiva y como el fuego se tornó vivísimo Córdoba decidió enviar refuerzos en apoyo. Fue así que la posición primitiva de los españoles quedó en el olvido y al descubierto. Como había logrado con creces el objetivo que había pergeñado de manera inteligente, Balcarce de pronto dio la orden de que se simulara una masiva retirada del ejército patrio e incluso que los soldados gritasen como si hubiesen entrado en pánico. Córdoba creyó que se repetía el desbande de Cotagaita y mandó a eliminarlos. Mientras se iniciaba la persecución los gritos de los soldados eran cada vez más fuertes y Córdoba aumentaba su bravura, creyéndose el vencedor. Sin embargo, cerca del cerro de Choroya, el ejército patriota de pronto se detuvo, se dio la vuelta y volvió a dar batalla en forma brutal, ante la indisimulable sorpresa española, y en ese momento entró en escena una feroz carga de caballería comandada por Martín Güemes, con tal velocidad y destreza que quienes hasta ese momento se creían vencedores quedaron atrapados en el pavor y la desesperación.

La confusión fue tal que Güemes estrenó lo que sería su futura forma de combatir. Primero los rodeó, luego los atacó por varios flancos, posteriormente los gauchos salieron a galope tendido como si abandonasen el campo de batalla y tras ellos ingresó otra carga todavía con más fiereza que fue diezmándolos. Güemes les arrebató personalmente el estandarte real y sus gauchos se hicieron de varias piezas de artillería, dándose el particular espectáculo de que los habitantes de los pueblos originarios que allí residían se posaron en los cerros circundantes e imbuidos de una enorme algarabía, empezaron a dar vivas a los soldados patriotas y a los gauchos, tanto como a maldecir a los españoles. Era la reivindicación ancestral de todas las humillaciones sufridas desde los tiempos de Pizarro y Almagro y el renacer de Atahualpa. Fue entonces cuando el pavor se apoderó de los españoles, debido a que a la furia gaucha se fueron sumando los antiguos habitantes de las alturas, lo cual produjo una retirada ominosa. Cruzaron el río desordenadamente, se escondieron en guaridas y fueron cayendo uno tras otro, hasta que se rindió Suipacha. Curiosamente, al reseñar el parte de batalla al día siguiente, el representante de la Junta ante el Ejército Auxiliar, Juan José Castelli, no lo incluyó. Es más, lo declaró “inexistente”.

Dijo Dionisio Puch, en la primera biografía escrita sobre el héroe gaucho en la ciudad de Lima, en 1847: “El capitán Güemes conoció muy pronto la envidiada aunque difícil posición que le deparaba el destino, y no se hizo esperar mucho tiempo para desempeñar su rol importante, saliendo al encuentro del orgulloso íbero un puñado de valientes; las primeras balas que arrojó el fusil republicano sobre los estandartes de Pizarro fueron disparadas por Martín Miguel de Güemes”.

El regreso

Reivindicado por el Libertador, general José de San Martín, luego de un destierro de cuatro años en Santiago del Estero y Buenos Aires, vuelve a Salta en enero de 1814. El 18 de marzo de ese año obtendría su primera victoria contra el jujeño que luchaba para los realistas, Mariano de Santiváñez, en la cuesta de la Pedrera.

Ese combate se dio en el marco de la Invasión de los Cuicos, comandada por el mariscal Joaquín de la Pezuela, en la cual Güemes comienza a consolidar su liderazgo político y militar.
Su siguiente triunfo llegaría el en pocos días, el 29 de marzo, en el Tuscal de Velarde, a raíz del cual se convirtió en el líder indiscutido de su pueblo y de bravos patriotas como Luis Burela, que se habían iniciado antes la Guerra Gaucha.

Esa incursión española, asedio que duró seis meses y veinte días, tuvo múltiples enfrentamientos y escaramuzas, entre ellos la batalla de Sauce Redondo, el 24 de marzo, donde venció Apolinario Saravia. Los españoles quedaron fuertemente impactados por la capacidad de las guerrillas gauchas para dividirse en múltiples frentes. La lucha no solo se dio en el Valle de Lerma, sino también en Cobos, Campo Santo, Anta, Orán y en varios sitios de Jujuy, hasta que los realistas abandonaron la Quebrada de Humahuaca el 5 de agosto de 1814.

Los Infernales

Luego de consolidarse en su liderazgo, Rondeau, quien dos años después tendría un célebre enfrentamiento con Güemes, le escribió al director supremo: son notorios los servicios que ha hecho al Estado el comandante general de avanzada, teniente coronel Martín Miguel de Güemes, en el bien combinado plan de hostilidades que ha sostenido constantemente y con el honor de las armas de la Patria, en todo el tiempo que ha ocupado el ejército enemigo las plazas de Salta y Jujuy.
A raíz de esto fue ascendido a coronel el 25 de octubre de 1814. Luego de la denominada Sorpresa del Tejar, confuso episodio que aún debe esclarecerse y que indignó a Güemes, este decidió pedirle autorización a Rondeau, en su condición de jefe del Ejército Auxiliar del Perú, para batirse con los realistas en Puesto del Marqués, en donde los venció en forma categórica el 14 de abril de 1815. En la hacienda de Puesto Grande pernoctaba el coronel español Antonio Vigil y sus tropas. Vigil, un duro combatiente al servicio de la corona española, era quien había triunfado en El Tejar. El Puesto Grande contaba con una residencia principal rodeada de un caserío, en medio de un campo yermo, árido y frío, propio de ciertos parajes de la Puna. Desde allí Vigil le había mandado parlamentarios a Rondeau, porque Martín Rodríguez le había asegurado que en lo inmediato no habrían nuevas hostilidades. El jefe español pensaba que Rondeau se había estacionado con sus tropas en Humahuaca. 

Fue entonces cuando aprovechando la quietud de la noche del 14 de abril de 1815, el comandante Luis Burela, viejo soldado gaucho curtido en las luchas de guerrillas, recibió la autorización de Güemes para entrar en combate. Los gauchos, como espectros fantasmagóricos, eran mirados con asombro por los soldados españoles de línea forjados en la disciplina de los cuarteles, que hacían un ruido entrecortado al aplaudirse la boca con una mano mientras gritaban, lo que generaba un ulular de voces que provocaba temor y desconcierto en las filas realistas. 

Era el mismo sonido que hacían cuando rodeaban el ganado y que hasta hoy se escucha en los puesteros del monte de Salta. Y a continuación entró en combate Güemes, quien aprovechó el desconcierto para causar una derrota súbita, sin que los españoles atinaran a defenderse o a dar respuesta alguna. Relata Bernardo Frías que a esta altura del suceso no se oía otra cosa en el campo de batalla que tiros y alaridos terribles, ni se alcanzaba a ver más que soldados desbandados y despavoridos. A raíz de este significativo triunfo se tomaron armas, municiones y pertrechos de guerra. Aquellos campesinos de caras curtidas, convertidos en jinetes indómitos, que no reconocían otro jefe que no fuese Martín Güemes, se alzaron con un triunfo clave.

Luego, el caudillo salteño, disconforme con la indisciplina y el desorden del Ejército Auxiliar, decidió retirarse de esa fuerza, marchar hacia Jujuy, tomar el armamento de su plaza de armas y volver a Salta, donde fue electo gobernador en forma plebiscitaria, el 6 de mayo de 1815. El 13 de septiembre de ese año creó el Regimiento Infernal de Gauchos de Línea, conocido como Los Infernales, y fue amonestado por el director supremo interino, Ignacio Álvarez Thomas. Los jefes de ese Regimiento Gaucho de elite fueron el coronel Bonifacio Ruiz de los Llanos y el marqués de Yavi, Juan José Feliciano Fernández Campero.

La Nochebuena de 1816 no les dio tregua a los habitantes de la Quebrada de Humahuaca, comenzaba la tercera invasión realista a Salta, conocida como la “Invasión de los Sarracenos” al mando del mariscal José de la Serna, al mando de un ejército que venía de derrotar a las tropas de Napoleón Bonaparte, en la Guerra de la Independencia española.

Güemes, advertido de la magnitud de esta incursión, decidió que había que hostigarlos desde Tarija hacia el sur. El 6 de enero de 1817 tomaron Jujuy, donde se libraron múltiples combates dentro y fuera de la ciudad. Los jefes españoles Marquiegui y Olañeta pretendieron tomar Orán, pero fueron rechazados por el comandante gaucho Manuel Eduardo Arias. Se combatió también en San Pedro, en el río Las Piedras y Ledesma. Ante el fracaso volvieron a encerrarse a Jujuy el 22 de enero.
Después de algunos armisticios e intensas refriegas, donde se distinguieron Pachi Gorriti, los hermanos Jorge y Vicente Torino, el comandante Juan Antonio Rojas, Apolinario Saravia, Manuel Álvarez Prado, entre otros capitanes gauchos, los españoles volvieron a sitiar Salta el 15 de abril de 1817.

La resistencia salteña, la guerra de recursos y la cantidad de ataques guerrilleros fueron de tal envergadura que luego de cinco meses los realistas decidieron abandonar Salta. En esta ocasión se combatió en más de cien oportunidades en Salta y Jujuy. Sobre esta heroica página de la Gesta Gaucha, Dalmacio Vélez Sarsfield dijo que: no hay época más digna para las Provincias Unidas que la de los tres años que corrieron desde 1817 a 1820.

El general Güemes a la cabeza del pueblo y la campaña de Salta acometió con todo valor al ejército español y lo diezmó en esos tres años por continuos combates.

La guerra total
 
A raíz de su épica actuación el director supremo ascendió a Güemes al grado de coronel mayor, equivalente al actual de general de brigada, el 28 de mayo de 1817. El “numen de la Patria en defensa del territorio”, lo llama el célebre escritor Ricardo Rojas a Martín Güemes. Pese a librar numerosos combates al norte de Jujuy durante 1818 y 1819, una cuarta irrupción se cerniría sobre Salta en 1820.

Conocida como la invasión bicéfala, pues la conducían los generales José de Canterac y Juan Ramírez Orozco, al igual que la de 1817, tenía un fortísimo poderío militar. Como las anteriores, su fin era pasar Salta y dirigirse a tomar Buenos Aires. En la historiografía se la conoce como la Guerra Total, por la cantidad de episodios bélicos y la simultaneidad entre sí. En un mismo día se combatió en cinco o seis lugares diferentes a casi la misma hora y durante todo el día. Comenzó el 5 de febrero de 1820, pero recién el 8 de mayo las tropas reales alcanzaron Abrapampa y se combatió ferozmente en Río Grande. El 31 de mayo invadieron Salta por cuarta vez y los españoles se organizaron para que Canterac tomase la ciudad y Ramírez Orozco estableciese un anillo que la rodease por la retaguardia, con sede en finca Las Costas.

Las escaramuzas gauchas fueron en aumento, y en una de ellas fue herido de muerte el célebre guerrillero Pastor Padilla. Todos los días Güemes simulaba ingresar con una carga guerrillera a la ciudad. Su objetivo era sacarlos a los invasores y batirlos sin pausa ni medida.

La particularidad de esta invasión es que un significativo sector del comercio de Salta, que era opositor a Güemes, colaboró con los españoles, lo cual dificultaba las acciones. Es la única vez que los españoles llegaron a combatir incluso en Rosario de la Frontera.

Desde el 2 al 19 de junio de 1820, según los partes de guerra realistas, se lucharon 17 días ininterrumpidos. Desde la mañana a la noche, con brevísimas pausas. Los realistas creían que este ataque masivo, obligaría a Güemes a librar batalla de manera ortodoxa. Sin embargo, se multiplicaron las partidas guerrilleras que con sorpresa y de manera súbita les provocaron un altísimo número de bajas.

Incluso se produjeron numerosas deserciones españolas ante las arrolladoras cargas de caballería. Fue entonces cuando el general San Martín lo designó general en jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. Su pliego de ascenso llegó el 28 de julio de 1820. El Libertador Bernardo O‘Higgins también le mandó una carta marcando el encomio de su notable actuación.

Luego de estos hechos vendrían la Guerra del Tucumán y la Quinta Invasión en 1821, que le costarían la vida al líder gaucho, y fue el coronel alsaciano Jorge Enrique Vidt, quien cumplió el legado encomendado en su agonía de expulsarlos para siempre. Pero esa es otra historia.

 

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