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Historias de cuando se usaba la libra como unidad de medida por herencia de Inglaterra

Don Teófilo Llabra y doña Florencia Ortuz fueron dos pioneros tartagalenses aunque ninguno de ellos haya nacido en el pueblo pero, sin duda, contribuyeron tanto o más que los nacidos y criados en Tartagal.
Viernes, 21 de enero de 2022 01:48

Eran tiempos difíciles, arduos, de mucha dificultad para aquellos hombres y mujeres que hicieron la génesis de Tartagal, pueblo del norte argentino, y siempre es bueno y justo recordarlos como tales.

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Eran tiempos difíciles, arduos, de mucha dificultad para aquellos hombres y mujeres que hicieron la génesis de Tartagal, pueblo del norte argentino, y siempre es bueno y justo recordarlos como tales.

Teófilo Llabra era árabe y como tantos inmigrantes de ese origen al llegar al norte hace poco menos que un siglo -año 1923 - se dedicó a la venta ambulante.

Su esposa, Florencia Oriz, era hija de unos criollos que criaban animales en la zona de Icuarenda, cerca del pueblo de Aguaray y del paraje Campo Durán. 

Según recordaba uno de los hijos que tuvo el matrimonio, don Carlos Nallib, Teófilo no era el primero de su familia en dejar su tierra y llegar a América sino que un hermano un par de años mayor, de nombre Isaac, ya residía en Argentina.

Pasado un siglo parecería una aventura para los muchachos muy jovencitos, algunos casi niños, el hecho de emprender esos viajes en barco de varias semanas hasta llegar al nuevo continente, pero en realidad el objeto primordial de sus padres que los ponían en los barcos, seguramente con un dolor en el alma al verlos partir a una tierra tan lejana y desconocida, era salvar sus vidas porque donde habían nacido la paz estaba ausente desde hacía años y el destino que les esperaba era enrolarse en el ejército y morir en el frente de batalla. 

Teófilo, como tantos otros muchachos árabes, llegó primero a la provincia de Santiago del Estero y en la ciudad capital donde ya vivía su hermano mayor, Issac, trabajó como conductor de mateos, ese medio de movilidad típico de aquellos años.

Pasó el tiempo y los dos hermanos se dirigieron hacia Libertador San Martín en Jujuy donde trabajaron de carreros porque el objetivo era sobrevivir en ese día a día que se presentaba tan difícil, en especial para los inmigrantes que, aún acostumbrados a los desafíos, debían enfrentar tantas dificultades, comenzando por el idioma y una cultura diferente. 

Quien con el tiempo sería su esposa vivía en Icuarenda, una zona elegida por la bondad del monte y que contaba con agua del río Caraparí y de otros cursos más que bajan de los cerros donde los puesteros se dedicaban a la cría de animales sobre todo vacunos. La compra y venta de animales se hacía en libras esterlinas porque el peso argentino no era conocido para quienes ya se dedicaban a la venta de animales con Bolivia.

Teófilo debió conocer a quien sería su compañera en alguno de los tantos viajes que hizo a la zona como vendedor ambulante y lo cierto es que, ya casados, pusieron un almacén en Yariguarenda, al norte de Tartagal más conocido hoy como santuario Virgen de la Peña.

Y es que el lugar es más antiguo que la misma ciudad porque fue allí donde se asentaron los primeros pobladores como Teófilo, su esposa y tantos otros criollos o inmigrantes. 

Pasaron los años y el matrimonio, con sus cuatro hijos, se trasladó hacia Tartagal por una razón primordial: la escuela nacional en aquellos tiempos que se ubicaba frente a la plaza San Martín donde hoy se levanta el flamante centro cultural de la ciudad. 

¿Don Nallib cuando usted era chico qué recuerda de la época, cómo era Tartagal, quiénes vivían?, le preguntábamos hace unos años a uno de los hijos. “Casi todos los pobladores vivían sobre la calle 20 de Febrero porque a pocas cuadras comenzaba el monte. Estaban los Sánchez que tenían verdulería, en la esquina estaba la talabartería de Cazón, un poco más hacia lo que hoy es el centro estaba la platería de Uño; por ahí vivían los Nicolópoulos y en la esquina de la calle Bolivia los Raventós, dueños de una ferretería. Un poco más hacia la plaza estaba La Campana, el negocio de don Nasra que se incendió completamente. Don Abdo Chapak tenía el bar donde antes era el negocio El Goloso. La farmacia estaba también en la 20 de Febrero, se llamaba Silvera y el dueño se la vendió a un tal Ocampo. En la zona era muy conocido Patrón Costas que le vendió su finca a don Amancio Mierez. Sobre la calle Cornejo, entre San Martín y Alberdi, vivía don Sorani que tenía un corral de chivos”. 

Nallib Llabra agregó: “Casi junto con mis padres había llegado don Francisco Esper; Parat y Baldi era la firma dueña del aserradero que después vendieron a Villaflor. En ese tiempo se trabajaba en las quintas; las más grandes eran de los Nallar, de los Bujad y de los hermanos Payo. Un hombre que ayudó mucho a la zona y a la gente fue Daniel León que comenzó trabajando en la madera con Agustín Aloy, dueño de un aserradero grande.

Médicos de esos años

“Los primeros que llegaron eran los doctores Koissman y Packam, con la Standard. Antes había llegado un médico boliviano de apellido Morales que estaba en calle 9 de Julio. Allí tenía un consultorio grande, lleno de instrumentos y todo para operar. Cuando las mujeres tenían un problema de parto las atendía ahí. Al tiempo llegó el doctor Vicente Arroyabe que tenía su consultorio en la calle San Martín, donde hoy está la Municipalidad. Era un hombre muy inteligente”, dijo Llabra.

Calles polvorientas, agua de acequia, yuntas de bueyes que arrastran los troncos hacia los aserraderos. Vendedores ambulantes que a caballo van y vienen desde Bolivia y desde el Chaco salteño comerciando sus mercancías. El sonido de la máquina a vapor que despaciosa recorre las vías tirando los vagones de carga, ese era Tartagal.

Entre todos trabajaban por las instituciones del pueblo

La Sociedad Sirio Libanesa y la política de aquellos tiempos.

Carlos Llabra recordaba además que “muchos, incluidos mi papá, formaron la colectividad siria y le compraron un terreno a Pedro Mejías donde se levantó la Sociedad Sirio Libanesa. En ese tiempo en la política estaban los demócratas y los radicales que eran los opositores. Hubo en aquellos tiempos un buen intendente, don (Juan José) Traversi que era democrata, pero había nacido en Jujuy. Él construyó la Municipalidad, la plaza, el matadero municipal y los primeros mausoleos del cementerio. En ese tiempo el cementerio estaba en Villa Saavedra, al costado de las vías del ferrocarril y esa zona se llamaba villa Deketch”.

Entre sus recuerdos dijo también que “el primer matadero estuvo en la calle Cornejo al 600 y era todo de madera. El intendente Traversi atendía a la gente que le iba a plantear cualquier tema porque era un hombre sencillo y amable. Él decía que cobraba poco impuesto para que todos pudieran pagar. Parece que tenía razón porque todos pagaban y las obras se hacían. Cuando se fue dejó dinero en la Municipalidad para que el intendente que lo sucediera en el cargo pudiera seguir haciendo obras, aunque Traversi fue intendente por dos períodos.

Primera calle pavimentada

De esa época también fueron intendentes Octavio Carrizo y Eduardo Blasco. Recuerdo que la primera calle que se pavimentó en Tartagal fue la calle Rivadavia durante el gobierno del intendente Aníbal Nazar.

De otras nacionalidades también había inmigrantes

Algunos orientales supieron andar por la zona, pero se fueron.

Llabra recordó: “Había un chino y tenía su negocio en la 20 de Febrero. Tenía un comedor y le decían el chino León. Murió sin tener hijos, aunque se casó con una chica boliviana. Había otros orientales que eran cocineros y trabajaban en la Standard y después en YPF pero eran andariegos, no se quedaron en la zona. En esa época, alrededor de 1925, llegaron los hermanos Katz. Le alquilaban una propiedad a don José Elías Mecle y pusieron una tienda que se llamaba Casa Buenos Aires. Otro de los hermanos Katz tenía un negocio que se llamaba Casa Adela que puso en una propiedad que era de la familia Milanesi. Se fue luego a Pocitos y desde allí a Buenos Aires”. 

“Otro familia muy importante de aquella época eran los Tobar. Eran tres hermanos: ‘Goyo’, ‘Tito’ y ‘Cacho’ el menor de todos; en el pueblo se los conocía por el apodo y vivían en la esquina de la plaza donde tenían un almacén de ramos generales. Era los dueños de Las Maravillas, una finca grandísima cerca de Campo Durán en el paraje La Angostura. Tenían haciendas, dos molinos y allí los hermanos Tobar sembraban algodón y girasol. Era un lugar hermoso; de noche se reflejaba el blanco del algodón como si estuviese de día. Fue el tío de los hermanos Tobar quien casualmente y buscando agua encontró petróleo en Campamento Vespucio, detrás del hospital. La búsqueda de agua la estaba haciendo en Vespucio y en Campo Durán”, dijo.

 

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