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El 2023 ya llegó

Miércoles, 28 de septiembre de 2022 02:12

La dinámica política nacional y provincial ya se mueve en clave electoral. Los recursos más usados de quienes lideran son la hidalguía de un futuro imposible y la oposición a todo como modo de vida. A la Argentina, harta de la incertidumbre, el acelerado período preelectoral será justamente así: incierto. La dificultad de buscar un análisis que nos dé pistas de qué sectores políticos pueden emerger hacia el 2023 es porque vivimos un proceso ligado a cuidar imágenes autopercibidas más que a gobernar en democracia.

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La dinámica política nacional y provincial ya se mueve en clave electoral. Los recursos más usados de quienes lideran son la hidalguía de un futuro imposible y la oposición a todo como modo de vida. A la Argentina, harta de la incertidumbre, el acelerado período preelectoral será justamente así: incierto. La dificultad de buscar un análisis que nos dé pistas de qué sectores políticos pueden emerger hacia el 2023 es porque vivimos un proceso ligado a cuidar imágenes autopercibidas más que a gobernar en democracia.

La imagen oficialista de un gobierno progresivo de coalición favoreciendo primero "a la gente" choca de frente con los últimos datos de pobreza e indigencia del Indec. Y eso que descontamos que somos un país de inflación elevada hace por lo menos una década. Por el otro lado, los sectores de la oposición más clásicos –como Juntos por el Cambio– y otros más "fringe" (*), como el espacio Libertario, favorecen la dinámica interna por sobre la tarea legislativa. Entre ellos llama la atención el nivel de queja continua sin la propuesta de contrapartida. También es impresionante lo poco que queremos a la historia y la facilidad con la que exdirigentes relamen un pasado que fue trágico. Quemar el Banco Central, de seguro, no es solución de nada. Tampoco lo es poner en duda el significado social e institucional de un atentado hacia la vicepresidenta.

Con mejores elementos para ahora sí analizar el atentado del 1 de septiembre en Recoleta, la respuesta social e institucional es el foco de lo importante. Por un lado, la capacidad de apreciar la seriedad del suceso y, por el otro, la incapacidad de sostener en el tiempo un espacio para facilitar un diálogo que distienda a la política. No se puede vivir de noticia urgente a noticia urgente, de peleas y odios políticos (ni siquiera ideológicos) cuando el país viene de sobrevivir una pandemia y tras décadas de frustraciones.

Aunque el rol de la Justicia no ayuda en este caso –y poco en otros–, sí es necesario poner en plano que la sociedad cuando vote lo hará emocionalmente. De tal reacción emocional puede emerger una sorpresa que quizás no estemos muy orgullosos en el tiempo. Para ser claros, es necesario pensar la tendencia vista en el 2016 –con Trump, el Brexit y Bolsonaro– como una realidad actual. Los cambios drásticos no se dan por un elemento particular, sino por la acumulación de ostracismos que hacen de los extremos, grupos de confianza.

Para ser aún más claros: hace pocos días en Suecia la extrema derecha (neonazi) fue parte de la victoria electoral, y este fin de semana, en Italia, pudimos ver lo mismo. Sí, Europa no es Argentina, ni menos el Cono Sur. Por eso el rechazo a la Constitución plurinacional de Chile, y los complicados primeros días de Petro en Colombia, también marcan la misma tendencia: la irresolución y el enfrentamiento político violento erosiona la cohesión social. Las próximas elecciones en Brasil probablemente sean el mejor caso de laboratorio para observar la tendencia en nuestra región. No por algo Lula –quien lidera las encuestas, pero menos cómodo que antes– se muestra constantemente con todos los actores opositores a su gobierno y los convoca a que sean parte de su gabinete. Para romper la tendencia, la política debe volver al centro democrático de acuerdos, acciones conjuntas y disputas políticas electorales a base de proyectos, pero con las claves cubiertas: macro ordenada, justicia social, adaptación a la crisis climática y liberación del progreso social.

En este contexto, el llamamiento al dialogo por parte de la vicepresidenta es importante. El componente intelectual de la necesidad de un acuerdo para poner, por lo menos, límites de convivencia sería un buen primer paso. Un mejor segundo paso sería la conformación de consensos por ley –aprovechando el tratamiento del presupuesto– para poner orden institucional (y social) al frente económico que urge. El Fondo Monetario no se irá del país en semanas ni tampoco por sostener un dólar paralelo las reservas del Banco Central se van a duplicar.

No hay margen para inventos de corto plazo cuando un país necesita alivios reales como también emocionales: vivir sin tenerle miedo a la última notificación del celular. Desearía que la preocupación pase por la sugerencia poco amable del Armagedón nuclear prometido por Putin. El dialogo, de todas maneras, no sería tampoco la solución perfecta, pero sería una forma de aliviar la carga emocional. Ahora bien, creo que las condiciones necesarias para efectuar ese dialogo –desafortunadamente– son frágiles. La vocación de consensos, por lo menos de convivencia política, deben partir de un mismo diagnóstico. Es aquí donde veo un cisma más relacionado por convencer a tribus propias en vistas al 2023, que realmente queriendo interpretar y aportar soluciones al problema.

El problema no es otro que los antagonismos fanáticos en defensa de una esquina muy marcada cuando la mayoría se encuentra en el centro. Una falta moderna de moderación que busca que ganen todos, y que los votos definan a que no gane nadie, y los votos condenen.

De la misma manera, la coalición gobernante podría aportar su parte entendiendo que, aunque justificado, ciertos temas no son tan prioritarios como la cornisa económica. Por supuesto que la Justicia en la Argentina necesita una reforma integral –incluida la Corte Suprema– pero ¿será ahora el momento? Lo que se refleja en los índices de monitoreo social, la Justicia como preocupación ciudadana no aparece ni en el top cinco de las cosas que duelen. Mucho menos preocupa la posible eliminación de las PASO a nivel nacional. Cambiar las reglas de juego en el medio del juego alimenta la tensión, la incoherencia y la tendencia que decíamos antes: la irresolución y el enfrentamiento político violento erosiona la cohesión social. ¿Con qué justificativo se centra el debate legislativo en las PASO cuando ni dos salarios mínimos le alcanzan a una familia tipo argentina para salir de la pobreza? ¿Las PASO son más importantes que los 20 millones de personas sin cloacas en la Argentina? Las prioridades del establishment de la política son el componente principal de la distancia entre el rol que deben cumplir y a quienes deberían beneficiar.

Por eso, no dejar pasar la oportunidad de instruir la paz social por vía de la calma, la planificación de prioridades y el diálogo fluido –con diferencias– a base de consensos. Aunque parezca que ya estamos en julio del 2023 en términos políticos, la realidad dicta que el cortoplacismo eterno de la Argentina, cada semana es un mundo. En ese mundo, la posibilidad de entender el clamor de prudencia, de coherencia y sobre todo de reacción. Si la inercia de discutir candidaturas, de frases proselitistas mil veces usadas, y la negación de la realidad con el jingle más pegajoso sigue siendo la prioridad, otra vez habremos fallado.

(*) Marginal, periférico

 

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