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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Construyó un cohete espacial en el techo de su casa: la historia del herrero soñador de Chicoana

En pintoresco pueblo de casonas coloniales, hay una nave que no despega, pero que lleva muy lejos a quienes se atreven a soñar. Fue construida por don Severiano Rojas, quien dedicó su vida al arte, el trabajo y dio rienda suelta a su imaginación.
Miércoles, 25 de junio de 2025 09:06

En el pintoresco pueblo de Chicoana, a 45 kilómetros de la ciudad de Salta, vive un hombre cuya creatividad e ingenio dejaron una huella imborrable en la comunidad. Severiano Rojas, conocido por todos como “Banana”, tiene 77 años y una vida marcada por el arte, el trabajo y la imaginación. En el techo de su casa, visible para todo aquel que camina por las calles del pueblo, se alza una estructura inusual y fascinante, en medio del paisaje guachesco: un cohete espacial hecho de hierro y chapas, construido por él mismo.

La historia de este cohete no es reciente, sino que tiene raíces profundas en el tiempo. En 1969, mientras el mundo seguía con asombro la llegada del hombre a la Luna, Chicoana celebraba su tradicional carnaval con desfiles de carrozas y la elección de la reina. En ese contexto festivo, el joven Severiano de apenas 22 años decidió construir una carroza inspirada en el histórico alunizaje. Sin estudios formales, pero con un talento natural asombroso para la herrería y una mente inquieta, diseñó un cohete con tablero de control y base espacial, que desfiló por las calles del pueblo sorprendiendo a grandes y chicos.

Desde entonces, Severiano forjó una carrera silenciosa pero brillante. Su oficio como herrero artístico embelleció los espacios más significativos de Chicoana. Los faroles que iluminan las calles y las arañas que cuelgan del techo de la Iglesia San Pablo fueron elaborados por sus manos. También dejó su sello en otras provincias, donde realizó desde estufas hasta tinglados, siempre con la misma dedicación y calidad.

Aunque está jubilado, Severiano nunca abandonó su pasión. Hace seis años decidió recrear aquel cohete de su juventud, pero esta vez no como carroza, sino como una escultura permanente. La estructura, ubicada en el techo de su casa, fue moldeada íntegramente con chapas y hierro, desmintiendo la creencia popular de que se trata de un tanque de agua reciclado. Cuando lo enciende, el cohete cobra vida: luces parpadeantes y humo simulan un despegue espacial, despertando la admiración de turistas y vecinos que se detienen a fotografiarlo.

La presencia del cohete no solo es una atracción pintoresca, sino también una expresión viva del espíritu incansable de su creador. Severiano sigue trabajando en pequeños encargos y sueña con una nueva versión aún más grande, con más luces y más efectos. Para su familia, integrada por su esposa Natividad Zenteno, su hijo Isaac -profesor de arte- y su hija Gisela, él no es solo un hábil herrero, sino un verdadero soñador, y viven orgullosos de su papá.

“Lo acompañamos, lo apoyamos y lo admiramos profundamente”, dice Gisela. “Más allá del talento con el hierro, lo que más nos conmueve es su deseo constante de seguir creando”.

En una época en la que las historias de esfuerzo muchas veces quedan opacadas por la inmediatez, la figura de Severiano Rojas emerge en el Valle de Lerma como un símbolo de la imaginación sin edad y la pasión que no se apaga.

Su historia es la de un hombre sencillo que, sin buscarlo, se convirtió en parte del espíritu de su pueblo. Un creador que eligió mirar al cielo, pero con los pies firmes en la tierra y las manos en el hierro.

En Chicoana, entre montañas y casonas coloniales, hay un cohete que no despega, pero que lleva muy lejos a quienes se atreven a soñar.

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