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El viborón del cementerio de la Santa Cruz, entre tumbas y leyendas

Entre mausoleos majestuosos y paredes cargadas de historia, se esconde una de las leyendas más temidas y respetadas: la del viborón. Se trata de un monstruo en forma de serpiente que, según cuentan, custodia las tumbas de los muertos y mantiene vivo el misterio en el camposanto.
Lunes, 18 de agosto de 2025 10:11

Fundado en 1856, el cementerio de la Santa Cruz nació con el nombre de Cementerio Cristiano de la Cruz. En aquel entonces estaba en las afueras de la ciudad, un sitio elegido para alejar la muerte de la vida cotidiana. Hoy, sin embargo, quedó rodeado de edificios modernos, boliches bailables y hasta de la terminal de ómnibus.

Con sus mausoleos imponentes, sus galerías de nichos y sus esculturas funerarias, el cementerio se convirtió en un verdadero museo a cielo abierto. Allí reposan familias tradicionales, políticos, militares y personajes que marcaron la historia de la ciudad. Pero entre la riqueza arquitectónica y los relatos de epidemias y milagros, persiste la sombra de una serpiente gigantesca que, según los más viejos, emerge en las noches de luna llena.

La aparición del viborón

La tradición oral afirma que el viborón no es un animal común. Su tamaño descomunal y su mirada hipnótica lo convierten en un ser sobrenatural, mezcla de guardián y verdugo. Algunos lo describen como una serpiente negra y viscosa que se arrastra entre los mausoleos; otros aseguran que tiene ojos brillantes que se encienden como carbones encendidos cuando la luna ilumina las cruces de hierro.

Cuentan que aparece sobre todo en las tumbas de quienes tuvieron una vida marcada por el pecado o la violencia, como si la propia tierra necesitara un centinela para evitar que su descanso eterno sea interrumpido. No todos le temen. Para algunos, su presencia es una señal de respeto, una advertencia para quienes profanan el silencio del cementerio.

Una versión oscura del mito

Entre las diferentes historias que circulan, una de las más escalofriantes habla de un nacimiento maldito. Según esa versión, relatada por antiguos vecinos y recogida por el escritor Oscar Wayar, el viborón fue en realidad un niño monstruoso que vino al mundo con cuerpo de víbora y cabeza de bebé.

Su madre, presa del pánico y convencida de que era víctima de una maldición, lo arrojó al cementerio creyendo que así enterraba el mal. Una mujer piadosa lo encontró y, conmovida, lo alimentaba todos los días con pan y leche. Pero la criatura crecía con rapidez y su aspecto se tornaba cada vez más aterrador.

Con el paso del tiempo, empezó a salir de entre las tumbas en las noches más oscuras. Se dice que devoraba gatos y perros del barrio, y que incluso comenzó a sentirse atraído por el olor de los visitantes. El día en que murió la mujer que lo cuidaba, los sepultureros decidieron encerrarlo en un nicho sin ventanas ni puertas, para que nunca pudiera escapar.

Ese extraño nicho aún existe, cerca de la entrada principal del cementerio. Tiene forma de semicírculo y permanece completamente sellado, sin aberturas hacia el exterior. Los guías que recorren el camposanto suelen señalarlo como uno de los puntos más misteriosos del lugar.

Algunos visitantes aseguran haber escuchado resoplidos provenientes de su interior, como si algo respirara con dificultad tras el muro. Otros relatan que, en ciertas noches, de una pequeña rendija emana un líquido viscoso y oscuro, semejante a sangre coagulada. Para los creyentes, se trata de señales de que la criatura aún vive, prisionera entre los muertos.

Entre la fe y el miedo

El cementerio de la Santa Cruz es escenario de múltiples relatos que oscilan entre lo sagrado y lo pagano. Allí también se recuerda a Juana Figueroa, un alma considerada milagrosa por muchos salteños que le dejan ofrendas. En medio de esas expresiones de fe, la leyenda del viborón representa la otra cara, la del temor, la del castigo, la de las fuerzas oscuras que habitan entre las tumbas.

Los ancianos dicen que en noches de luna llena se lo puede ver deslizándose por los pasillos, buscando alimento o simplemente marcando su territorio. Antiguos trabajadores del cementerio aseguran que en ocasiones sintieron un silencio repentino, como si todo el lugar quedara expectante a su paso. Algunos sepultureros prefieren no hablar del tema, aunque admiten que hay tumbas donde prefieren no acercarse después del anochecer.

Un mito que se niega a morir

Con el tiempo, la leyenda del viborón se volvió parte inseparable de la memoria colectiva. Generaciones enteras crecieron escuchando advertencias sobre la serpiente del cementerio. Para los más jóvenes, es una historia que se cuenta con nerviosas sonrisas durante las visitas nocturnas; para los mayores, en cambio, es un relato que merece respeto.

Hoy, se rescatan estas historias como parte del patrimonio intangible de la ciudad. Porque el cementerio de la Santa Cruz no solo es un espacio de memoria histórica, sino también un escenario donde conviven el arte, la fe y las leyendas. Entre mármoles, cruces y recuerdos, el viborón sigue siendo el símbolo secreto de un lugar que, a pesar del paso del tiempo, nunca deja de despertar fascinación.

La expansión de la ciudad transformó los alrededores del cementerio, donde antes había descampados hoy hay avenidas, boliches y edificios. Sin embargo, quienes creen en la leyenda aseguran que el viborón no abandonó el lugar. Como un centinela antiguo, permanece fiel a las almas que reposan bajo tierra.

Quizás sea solo un mito nacido del miedo popular. O tal vez, como muchos prefieren creer, el viborón exista realmente, esperando en silencio, con sus ojos encendidos, a que alguien se atreva a desafiar su dominio. Lo cierto es que, cada vez que alguien cruza los portones del cementerio de la Santa Cruz, siente que no está solo.

Porque allí, entre las sombras de los mausoleos y las historias que se cuentan en voz baja, todavía respira la leyenda del viborón, la serpiente guardiana de los muertos.

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