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África (es) mía

Por Víctor Toledo, Lic. en Relaciones Internacionales y Magister en Administración de Negocios y Ciencia, Tecnología y Sociedad. Profesor de la Universidad Católica de Salta.
Sabado, 27 de diciembre de 2025 08:14
El continente africano, uno de los principales productores de cobre
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Cuando pensamos en África podemos remontarnos a lo exótico de sus paisajes, a la exuberancia de su flora y fauna o al colorido de sus culturas; imágenes románticas y líricas como las que evocaba la Baronesa Karen Blixen en su célebre "Memorias de África", posteriormente llevada al cine bajo el título en español de "África Mía". Pero también podemos asociarla con las guerras y matanzas masivas reflejadas en películas como "Diamantes de Sangre", de Edward Zwick y, paralelamente, relacionarla con la combinación de tiranía, pobreza y corrupción descrita en la novela "El último rey de Escocia", de Giles Foden.

Tal vez sea una construcción simplificadora pensar en África como una unidad. Mario Varas Llosa decía, refiriéndose a América Latina, que más que una realidad concreta era una realidad ficticia en la que aquellos con la mentalidad de los antiguos conquistadores "vuelcan sus utopías fallidas con las que se resarcen de sus decepciones políticas". Lo mismo podría aseverarse sobre África, un continente lleno de contrastes. Como dijo L. Douglas Wilder, primer gobernador afroamericano de los Estados Unidos, África no es un país "…sino un continente como ninguno otro. Tiene todo aquello elegantemente vasto o extremadamente pequeño".

Ciertamente, el África del Magreb, el África Subsahariana, el Cuerno de África y el África Central no son semejantes, por lo que existen muchas "Áfricas". Por supuesto que hay comunes denominadores, como las apetencias por sus territorios y recursos por parte de las potencias. Sin retrotraernos mucho en el tiempo, podríamos decir que la Conferencia de Berlín de 1884 fue el punto de partida del reparto africano por parte de los europeos y, en gran medida, la responsable de sus males actuales. La partición africana se produjo sin tener en cuenta ni las raíces ni las características distintivas de sus distintos pueblos y reinos, trazando fronteras artificiales que atizaron conflictos ancestrales y generaron nuevos odios.

Después de la Guerra Fría, los "nuevos" estados independientes se vieron tironeados por la disputa ideológica entre el Este comunista y el Oeste capitalista, lógica que parió regímenes políticos inconsistentes con sus idiosincrasias y forjó políticas exteriores dependientes de los intereses de las superpotencias de ese entonces: Estados Unidos (EE.UU.) y la Unión Soviética.

Lamentablemente la finalización de la Guerra Fría no ha cambiado la suerte de los africanos. Como en gran parte del planeta, muchos conflictos tapados por la disputa ideológica resurgieron y otros, que ya estaban activos, explotaron, como los genocidios en Ruanda y Burundi. En todos ellos, como telón de fondo, están presentes los intereses geoestratégicos de quienes hoy pugnan por el poder mundial: China y EE.UU., con una participación activa de otros poderes relevantes como India, Europa Occidental, Rusia y Japón, sin olvidarnos de las multinacionales, grupos terroristas y hasta ONG, entre otros.

Hoy, como ayer, África es un polvorín. De las 56 guerras activas que existen en el mundo, muchas de las de mayor gravedad se concentran en el continente africano, como Sudán, Etiopía, el Sahel (Mali, Níger y Burkina Faso) y la República Democrática del Congo (RDC). En todos ellos la combinación de pobreza y lucha armada es persistente. La presencia de grupos terroristas, fuerzas irregulares, golpes de Estado y guerras civiles son una constante, así como el motor que la genera, agrava o explota: la apetencia por sus recursos actuales o potenciales.

Resulta curioso –o no– que la región más pobre del planeta sea tan rica en recursos que de ella dependa gran parte de la sostenibilidad de la economía mundial. En África se concentra casi el 30% de las reservas minerales globales y, en el caso del cobalto y tantalio (fundamentales para las baterías y dispositivos eléctricos), alrededor del 40%. Los países de África son grandes productores de oro, cobre, plata, diamante, uranio, petróleo y gas; todos ellos fundamentales para procesos industriales de alto valor agregado. La RDC produce más de la mitad del cobalto que consume el mundo y posee el 80% de las reservas mundiales del coltán; no extraña que el conflicto interno en el que está sumergido este país sea el más sangriento en lo que va del siglo XXI. Al norte, por el Canal de Suez pasa alrededor del 10% del comercio marítimo mundial y es de vital importancia para el abastecimiento de petróleo de muchos países de Europa Occidental. Al sur, Sudáfrica es un punto clave como paso interoceánico. Su relevancia geoestratégica está más que demostrada.

Se entiende, entonces, por qué quienes disputan el poder mundial del siglo XXI buscan ejercer su influencia en la región. En los últimos quince años China se ha convertido en el principal socio comercial de África, con un intercambio de alrededor de USD 300.000 millones en 2023, de los cuales casi el 20% fue con Sudáfrica, con quien comparte el grupo BRICS y es su principal socio comercial en la región. El comercio entre África y EE.UU., por su parte, ascendió a USD 100.000 millones, es decir un tercio en comparación con el del gigante asiático. Como puede observarse, China tomó la delantera en la región, siendo el destino del 21,47% de las exportaciones de minerales de los países africanos, mientras que EE.UU. el 4,07% y, en materia de piedras preciosas, las cifras ascienden al 11,22% y 6,87%, respectivamente. A su vez, del total de importaciones de África, China constituye el origen de más del 23%, frente al 6,36% de la India y solo el 4,1% de EE.UU.

Pero no solo son los recursos materiales los que importan, sino también los humanos. África es el continente con mayor proporción de jóvenes, con la menor de adultos mayores, con la tasa de natalidad más alta y con mayor proyección de crecimiento demográfico del planeta. Se proyecta que para 2040 tendrá alrededor de 2.300 millones de habitantes y 3.000 millones para 2050, lo que significaría el 25% del total de habitantes del mundo. Hoy, los jóvenes de menos de 15 años conforman el 41% de la población total de África, cuando el promedio mundial es de 26%. El 27% de los nacidos vivos en el mundo están en el África Subsahariana. Nigeria, Etiopía, Egipto y la RDC son los países africanos más poblados y, de continuar con sus tendencias demográficas, en poco tiempo estarán en los primeros lugares. Mientras Etiopía –que hoy tiene algo más de 100 millones de habitantes– duplicaría su población en 28 años, EE.UU., por ejemplo, necesitará 72 años para hacerlo. Hacia finales del siglo XXI, Nigeria o la RDC podrían superar en población a EE.UU. –que hoy ocupa el tercer lugar– y Tanzania y Uganda ubicarse entre los diez países más poblados del mundo.

Todo lo referido, a pesar de los datos negativos que ensombrecen su presente. La esperanza de vida al nacer en África es la más baja del mundo, con 64,2 años promedio, frente a los casi 80 de Europa, 76 de América Latina y el Caribe y 75 de Asia. La mortalidad infantil es alarmante puesto que llega al 42,6 por mil nacidos vivos, frente a los 12,6 de América Latina y el Caribe, los 20,3 de Asia y el 3,3 de Europa. De los 42 países cuya población es la de menores ingresos (menos de USD 2.000 anuales), 33 son africanos. Es el continente con mayor cantidad de muertos por SIDA y diarreas en el mundo. No debe sorprender, entonces, que el aprovechamiento de sus recursos materiales no siempre redunde en beneficios para su población ni que la economía de la mayoría de sus países esté primarizada. África es el ejemplo más paradigmático de que el desarrollo no está en los recursos materiales sino en la mente, la ciencia y la tecnología y que la inestabilidad interna, permanente u ocasional, puede ser aprovechada en beneficio de intereses que no son los propios.

No deja de ser paradójico –y hasta cierto punto también cínico– que sea África el continente en el que se busca descifrar los orígenes de la humanidad y también sus posibilidades de supervivencia futura.

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