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Por Luciana Barros
Desde que Milei llegó a la Casa Rosada no sólo cambio la forma de pensar y ejercer la praxis política intra fronteras también cambió cómo Argentina se presenta y se desempeña en el concierto de naciones.
Históricamente, la política exterior argentina se ha movido de manera pendular, oscilando entre dos modelos antagónicos de inserción internacional. En un extremo, el polo de la autonomía, priorizando la integración regional con países pares como Brasil, un rol estatal activo en la economía y una defensa firme de la soberanía, como se observó en la cuestión Malvinas durante el período 2003-2015.
En el otro extremo, el alineamiento con potencias hegemónicas como Estados Unidos, bajo la narrativa de "volver al mundo", en las llamadas "relaciones carnales" de los años noventa y en la flexibilización de reclamos soberanos bajo fórmulas como el "paraguas", un modelo que condujo a mayor endeudamiento y pérdida de soberanía económica y política.
Por ello, cualquier cambio radical actual más que una novedad esun viraje de este péndulo. Su verdadero significado está en la resonancia con estos precedentes históricos de autonomía o dependencia que han definido la trayectoria del país.
El desembarco de Javier Milei como primer mandatario argentino, revolucionó la política desde todos sus enfoques, y la forma en que Argentina se presenta y se relaciona con el resto del mundo no quedó fue la excepción.
El equilibrio, la prudencia y la moderación dieron paso a la disrupción con matices de ideologización y la sobreactuación que caracterizan la gestualidad del presidente en cada intervención, aparición u opinión mediática, principalmente en redes sociales, y de estas en su cuenta de X.
En cuanto a la carga ideológica,como un conjunto de ideas y creencias que describen una realidad social y la forma en que se relacionan/inciden en ella; resulta evidente el distanciamiento del estado argentino de China, Rusia, el bloque BRICs y el histórico aliado estratégico Brasil. Casi en forma paralela, existe un alineamiento preferencial con Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña.
La sobreactuación como el acto de exagerar emociones, gestos o expresiones más allá de lo necesario, creíble o pedido en un contexto determinado, son características simbióticas y resultan inevitables cuando hay un exceso ideológico como el descripto. En este sentido, Milei ha optado más por las apariciones públicas en cumbres empresariales (Davos, Miami Summit, etc.) o de los tecnoutópicos (Musk, -Zuckerberg, etc.), sacarse fotos con el presidente estadounidense Donald Trump en Mar A Lago, solo por nombrar algunos ejemplos de esta exageración de gestualidades.
Y esto va más allá de una cuestión de formas. En diplomacia, la previsibilidad, la moderación y la construcción de confianza son activos estratégicos.
Cuando la política exterior se vuelve performance permanente, se erosionan los canales informales de diálogo, se debilita la credibilidad y se encarece cualquier negociación futura. El aplauso inmediato puede rendir en clave doméstica, pero el costo aparece en el mediano plazo, cuando Argentina necesita acordar, mediar o sostener posiciones sin capital acumulado.
Por otro lado, y casi alineado con el viraje pendular en la gestión de la política exterior, la idea que el Estado como institución va perdiendo peso en el "nuevo" mundo", promovida como parte de la posición política, abarca también el relacionamiento externo. El gobierno profundizó la desarticulación y desprofesionalización de la diplomacia argentina, desvirtuando su carácter técnico y de política de Estado al subordinar el quehacer diplomático a criterios de afinidad ideológica. Una síntesis reciente de esto es la designación de Pablo Quirno como Ministro de Relaciones Exteriores, confiándole la profundización de la visión "pro mercado", incentivando los vínculos diplomáticos con la potencia del norte.
Argentina no abandonó los organismos internacionales pero si bien retuvo su participación formal, a la par se cuestionaron consensos y espacios cuando imponían límites al programa ideológico del gobierno. Derechos humanos, ambiente y cooperación internacional, fueron áreas donde el multilateralismo apareció como un obstáculo. Se pasó de participar y negociar a "impugnar y desmarcarse". Ejemplos: rechazo de la Agenda 2030, la abstención en la votación para el cese al fuego en Gaza, el rechazo a las órdenes de captura por la Corte Penal Internacional contra Netanyahu, etc.
Este multilateralismo selectivo limita la capacidad del país para incidir en reglas globales y la relega a un rol más pasivo en la gobernanza internacional.
En lo económico se sostiene un discurso de apertura acelerada al mundo, presentada como condición necesaria para el crecimiento y la modernización que se propone. Pero esa apertura no estuvo acompañada por una estrategia clara de desarrollo productivo ni por políticas de fortalecimiento de sectores estratégicos. Las misiones comerciales, los anuncios de acuerdos y la búsqueda de inversiones externas respondieron principalmente a urgencias financieras de corto plazo.
Esta dinámica refuerza un patrón clásico de inserción periférica: exportación primaria, baja diversificación productiva y escasa captación de valor agregado en las cadenas globales.
Toda política exterior, sin importar su contenido, implica costos. El deterioro del vínculo regional, la pérdida de prestigio en materia de derechos humanos, mayor dependencia financiera y reducción de márgenes de maniobra diplomática.
(* Abogada (UNC) Especialista en Derecho Público. Becaria FURP. Directora de análisis y estrategia de Slant Group Consultora. Análisis y asesoramiento en asuntos públicos y políticos. Diseño e implementación de políticas públicas en gobiernos locales).