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La salteña Lucrecia Martel volvió a colocar al cine argentino en el centro de la escena internacional. En la 82ª edición del Festival de Venecia, presentó "Nuestra tierra", su esperado primer largometraje documental, que indaga en el asesinato del dirigente indígena tucumano Javier Chocobar, ocurrido en 2009 en la comunidad chuschagasta.
El filme, que demandó más de una década de trabajo, también recupera el juicio a los responsables del crimen celebrado en 2018. Martel, junto a sus productores Benjamín Domenech y Santiago Gallelli (Rei Cine), Joslyn Barnes (Louverture Films, EE. UU.) y Julio Chavezmontes (Piano, México), explicó que el proyecto se gestó desde la urgencia de narrar un episodio silenciado y trascender los límites de lo local.
“Siempre que aparece una película sobre una comunidad indígena surge la duda de si uno está autorizado para hablar de esas cosas. Pero es indispensable asumir el riesgo histórico de equivocarse con tal de entender los problemas de un país”, señaló la directora de La ciénaga.
La proyección se realizó en la sala principal del concurso y formó parte de la selección oficial. Tras su paso por Venecia, *Nuestra tierra* se verá también en los festivales de San Sebastián, Toronto y Nueva York, consolidando su presencia en el circuito más prestigioso del cine mundial.
Martel, que en 2017 había estrenado allí Zama y en 2019 presidió el jurado, se mostró firme en su convicción de que el cine debe recuperar protagonismo frente a los conflictos sociales y políticos actuales. “Nos ha tocado un tiempo en el que el cine vuelve a tener una relevancia fundamental para contar lo que está sucediendo. No estemos deprimidos, mantengamos la alegría del trabajo de contar, porque es el bastión más importante que tiene la humanidad para pensarse a sí misma”, enfatizó.
El documental también traza puentes con luchas actuales en distintas latitudes. Martel comparó las imágenes de la resistencia indígena con “las que vemos a diario de un pueblo que está siendo devastado, que es Palestina”, ampliando así la dimensión política de la obra.
Desde la producción, Domenech admitió: “No es el mejor momento del cine argentino, pero esta película tenía que existir”. Con ese espíritu de resistencia y compromiso, Martel transformó una historia de dolor en un relato que interpela no solo a los argentinos, sino al mundo entero.