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Aguaray, además de las riquezas naturales como gas, petróleo, madera y tierras aptas para la agricultura, tiene otro gran valor étnico y cultural. El pueblo Chané. Durante siglos vivieron del trabajo de la tierra porque son expertos agricultores, centrando sus cultivos y la base de su alimentación en el maíz del que logran los más variados alimentos.
Ya en esos tiempos alternaban los lugares de cultivo buscando evitar el agotamiento de la tierra, por la que guardan un especial respeto. Para la fabricación de sus artesanías siguen utilizando la arcilla rojiza de los cerros y las piedras del río para lograr los colores naturales que luego imprimen a sus máscaras y a sus productos de una notable calidad artesanal. Trabajan la madera blanda con la habilidad que solo otorga la herencia ancestral con la que fabrican sus máscaras que guardan un sentido místico que perdura inalteralble a través de los siglos. Son los verdaderos "autores" del Pim Pim, aunque con el paso de los años otros pueblos originarios lo adoptaron para sí.
Donde hoy se encuentra el pueblo de Aguaray los pobladores lo identificaban como "el Valle"; allí fue que llegó la docente María Agapito Toro de Lahud, la primera maestra del pueblo quien fundó la escuela Nacional 639 que funcionaba en una precaria construcción de barro, techo de paja y troncos de árboles, donde los chicos se sentaban para escuchar a su maestra, luego de recorrer varios kilómetros a caballo desde Ñacatimbaí.
Pero Campo Durán, hacia el este, ya contaba desde 1907 con una escuela a la que asistían niños criollos y originarios y que se erigió como la primera escuela de todo el departamento San Martín; allí mismo funcionaba el primer destacamento policial.
El tren balasto llegó en 1927 a Aguaray y en el recuerdo de los pobladores de antaño, aún quedan las imágenes de ese pueblito rodeado de los cerros de las Yungas, inundado en el verano del olor a azahares y naranjas, de la madera noble de los montes y de tantas dificultades que debieron sortear.
Acambuco de ensueños
Acambuco es otro sueño hecho realidad, en medio de la espesa selva de Las Yungas del norte. Ubicado a unos 70 kilómetros al oeste de la ruta 34, es un valle inmenso que en esta época del año presenta un verde más apagado, pero que en los meses de lluvias intensas le dará lugar a ese verde intenso tan característico del lugar.
Quien habla del Valle con amor, pasión y respeto es Valentina de Ortiz, una docente jubilada que llegó en la década del '80 a esa porción de suelo norteño que habría de convertirse en su lugar en el mundo. De a poco fue levantando algunas cabañas donde los huespedes pueden permanecer durante los fines de semana, como también utilizar ese patio interminable de su vivienda, para instalar sus carpas y disfrutar en pleno de la naturaleza.
"El aire limpio, el canto de los pájaros que nos despiertan al amanecer, las comidas típicas es solo una parte de lo que los acambuqueños tenemos para ofrecer a quienes nos visitan " explica Valentina.
Paseos guiados por los alrededores del valle, las fiestas típicas como las marcadas de animales para identificar a qué dueño pertenecen una vez que la hacienda baja de los cerros con sus nuevas crías; o la Minga (esa tradición ancestral de trabajo colectivo voluntario para ayudar a algún vecino que lo necesita y que finaliza con una gran comida comunitaria) como también la celebración al Santo Patrono Santiago Apostol , son acontecimientos que merecen ser conocidos y compartidos por quienes nunca han tenido esas vivencias tan propia de las comunidades que guardan dentro de sí esas prácticas heredadas de cientos de años.
Valentina invita a conocer el valle "porque ahora tenemos un pozo de agua que nos viene muy bien pero igual necesitamos las lluvias para dar de beber a los animales en las aguadas y para que el pasto se vea verde".
Un maravilloso lugar, "libre de basura"
Valentina de Ortiz, se enorgullece de ser pobladora del Valle, pero hay algo que honra mucho más en ese paraje majestuoso. "Acá tenemos el orgullo de decir que a pesar que mucha gente nos visita, en ninguno de los parajes se amontonan montañas de basura y eso que no tenemos recolector. Por el trabajo de los mismos vecinos lo que se puede reciclar, se recicla y lo que no, lo ponemos en bolsas y le pedimos a la gente que lleven esos residuos para que Acambuco siga siendo este lugar limpio, donde la naturaleza se pueda brindar en todo su esplendor" asegura Valentina mientras mira el bello entorno natural.