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El británico Eric Hobsbawm, uno de los historiadores más importantes del siglo XX, murió contento.
A fines de 2011 dijo que la Primavera Arabe le generó un sentimiento de “excitación” y “alivio” que le recordaba a las revoluciones liberales de 1848: “Dos años después de 1848 parecía como si todo hubiera fracasado. Pero a largo plazo, no había fallado”.
Hobsbawm murió en la mañana de ayer en el Royal Free Hospital de Londres a sus 95 años, después de una larga enfermedad. El anuncio lo dieron su esposa, Marlene, su hija Julia, una importante consultora de comunicaciones, y sus hijos Andy y Josep.
Aunque sus críticos siempre le achacaron su renuencia a reconocer los defectos de la Unión Soviética, es difícil no encontrar la obra de Hobsbawm en la selección de lecturas de las clases de historia en las universidades del mundo entero.
La relevancia de su trabajo historiográfico no solo se debe a que hizo una rigurosa documentación de los siglos XIX y XX, sino que en ella practicó la aceptación de que cada cual es hijo de su tiempo.
En su autobiografía, que más que una serie de memorias es una investigación sobre sí mismo y su entorno, Hobsbawm dice: “Pertenezco a la generación para quienes la revolución bolchevique representó una esperanza para el mundo”.
La historia de vida de Eric Hobsbawm es una historia del siglo XX porque su subjetividad -el tiempo y el espacio desde donde escribía el británico- siempre fueron una parte esencial de sus análisis.
Historia desde abajo
Nació en Alejandría, Egipto, en el año de la revolución rusa, 1917. Su padre era un mercader británico y su madre, una escritora austriaca. Eran judíos de Polonia. Ambos murieron durante la Gran Depresión de los 30 cuando Eric, quien creció entre Viena y Berlín, tenía 14 años.
“Cualquiera que vio el ascenso de Hitler de primera mano no podría haber evitado el ser moldeado por esto políticamente. Ese chico está todavía dentro de mí, siempre lo estará”, dijo Hobsbawm hace diez años.
Parte de su defensa de la Unión Soviética tiene que ver con el argumento de que el comunismo acabó con el nazismo alemán, un fenómeno que Hobsbawm vio con los ojos de un estudiante de historia en Cambridge, una universidad donde Marx, el padre del comunismo, se leía con admiración en ese tiempo.
De joven, Hobsbawm fue crítico de jazz de la revista The New Statesman. Firmaba con el seudónimo Francis Newton.
Tal vez por su filiación política fue que el marxista no llegó a ser profesor hasta 1970. Hobsbawm fue miembro del Partido Comunista británico y visitó varias veces el Kremlin, aunque más de una vez manifestó sus disgustos sobre el sistema comunista; en 1956, por ejemplo, se retiró del Partido después de que Nikita Krushev, líder comunista, les ordenó a sus tropas entrar con tanques a Budapest.
Pero si bien su tendencia ideológica pudo haber perjudicado su objetividad, Hobsbawm, como escribió en su libro “Sobre la historia”, no estaba interesado en una historia científica.
La corriente historiográfica de la historia social que fundó con sus compañeros de Cambridge era una respuesta a los métodos del positivismo del siglo XIX, que creía en una historia objetiva y comprobable.
Parte del cambio metodológico fue que los héroes ya no eran los reyes o los jefes de Estados, sino la sociedad. En una de sus primeras investigaciones, Hobsbawm se fue a trabajar con obreros en Inglaterra y en el resultado manifestaba, abiertamente, su admiración por los trabajadores.
Una de las teorías más importantes de Hobsbawm, que también se desempeñó como reseñista de jazz, fue las del siglo XX corto.
Según él, los cortes de los periodos en la historia no los marcan los años, sino los procesos sociales y económicos.