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Llorar lágrimas de cocodrilo

Lunes, 15 de octubre de 2012 23:10
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Apelando a las tres mil historias de frases y palabras que editó el periodista Héctor Zimmerman, hoy abordaré algunas de ellas para seguir compartiendo, con quienes leen esta columna, el tema de dichos y refranes.

Comenta el autor que se trata de una invención humana lo del llanto del cocodrilo, hecho que se asemeja a la tristeza del ser humano manifestada en lágrimas derramadas con profusión cuando sufre alguna pérdida, desilusión o, simplemente, cuando lo embarga una emoción incontenible debido a aspectos tanto positivos como negativos de su vida e interacción social.

Afirma que el saco lacrimal de estos animales es proporcionalmente grande en relación con el tamaño de su cuerpo y destila un líquido similar a las lágrimas de una persona. Sin embargo, ellas no se deben a sufrimiento o tristeza, sino al esfuerzo que debe realizar para tragar sus presas, puesto que carece de capacidad para trozarlas antes de enviarlas a su estómago. En efecto: no tiene un aparato masticatorio como los humanos, por lo cual, una vez atrapada su presa, esta pasa a su estómago sin ninguna digestión. Esta operación es muy dificultosa puesto que lo obliga a forzar sus fauces y los músculos de la cabeza, lo que provoca el derrame lacrimal.

“La acción de llorar concluye el periodista mientras se devora con ferocidad una presa ha sido tomada como arquetipo de la hipocresía. Una fábula. Como tantas que dejan mal parados a los bichos que nos rodean. Y que se aplica con mucha propiedad a algunos seres humanos”

Las ideas no se matan

Se trata de una famosa frase que sirve para destacar la supremacía de la razón sobre la fuerza meramente bruta. Su reproducción por parte del expresidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento (­Bárbaros, las ideas no se matan!), en su libro Facundo (1845), se realizó con letras destacadas y enfatizada por los signos de exclamación.

En el prefacio de dicha obra, el prohombre argentino narra que, a fines de 1840, cuando viajaba a Chile para exiliarse, fue golpeado por los mazorqueros de Rosas. Cuando arribó a la quebrada de El Zonda, se encargó de escribir, con carbonilla, en la pared de un salón de las termas, la frase original en francés: On ne tue pas les idées. Su autor fue el filósofo francés Denis Diderot (1713-1784) quien, en realidad, la pronunció de este modo: Las ideas no se fusilan.

Sin embargo, años antes de que esto le ocurriera, Sarmiento ya le había otorgado su propia versión criolla, dejándola consignada en un diario: No se fusilan ni degellan las ideas. Después de esta primera versión, había dado la otra a la que había agregado el adjetivo plural bárbaros.

Sin embargo, Zimmerman se encarga de dejar aclarado que esta exhortación no encontró eco en sus oponentes, puesto que ellos “siguieron degollando personas y, con ellas, sus ideas. No entendían francés, seguramente”, concluye.

Ojo por ojo, diente por diente

María Moliner anota, en su diccionario, esta expresión “con que se alude a la venganza que consiste en causar el mismo daño que se ha recibido”.

A su turno, Héctor Zimmerman detalla los orígenes y significado del dicho, de este modo: “Esta frase, que consagra la venganza como un procedimiento jurídico, figura en dos de los 282 artículos del código sancionado por Hammurabi (1792-1750 a. C.), fundador del imperio babilónico. Lo menciona también el Antiguo Testamento al referirse a los actos de violencia. Quien cometiere el delito, dice el texto bíblico, pagará vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano y pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida y golpe por golpe. Cuando el agredido prefería que se lo compensara con dinero, tenía derecho a una suma, fijada de antemano de acuerdo con la gravedad del daño. Así, según la ley del Talión del derecho romano, quien recibía una cachetada podía canjear ese golpe por un golpe equivalente a 5 o 6 dólares de la actualidad. El dicho, con frecuencia abreviado como ojo por ojo, hoy no pasa más que de un modo de hablar. Un desahogo para el rencor. Y prueba de que la idea de devolver mal por mal es siempre tentadora. Pero ningún código moderno autoriza a desdentar o volver tuerto al ofensor”.

Pasar la noche en blanco

Es un adagio que se remonta a la época de los caballeros andantes. En efecto, antes de que fueran armados como tales y de que salieran a trajinar el mundo para “deshacer entuertos”, los caballeros noveles (así llamados en aquel tiempo) eran sometidos a un ritual que concluía cuando el rey o señor, que asumía su padrinazgo, les daba un suave golpe con la espada en el hombro, con el cual se consideraba que había sido armado caballero. Antes de esta ceremonia, el candidato tenía que permanecer toda la noche en vela, rezando al pie del altar donde estaban depositadas sus armas, las que se denominaban armas blancas o en blanco, puesto que, hasta ese momento, no habían sido utilizadas en ninguna acción caballeresca; mas asimismo se les daba dicho nombre porque estas aún no llevaban la divisa en el escudo. Con el tiempo, el calificativo en blanco se otorgó tanto a las armas, como a la misma vigilia. Este es el motivo por el cual, cuando alguien no ha podido dormir durante toda la noche, se dice que ha pasado la noche en blanco.

En su libro El porqué de los dichos, Iribarren anota la versión Pasar las noches de claro en claro registrada por Cervantes en El Quijote cuando narra que su personaje, en las lecturas de libros de caballería, ...se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio. Esta, por otra parte, aparece ya en La Celestina (1501) para referirse a que la atravesaba o perforaba, atribuyéndole la acción a un clavo que horada el muro, permitiendo ver, por el agujero hecho, la otra parte de esa pared.

De esta manera podemos conocer la antigedad de la frase que, en este caso, se remonta a principios del siglo XVI.

 

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