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Eric Hobsbawm, una gran pérdida

Jueves, 04 de octubre de 2012 21:35
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Para quienes aman la historia y viven la vida con vocación de transformación fue una noticia triste y, en los tiempos que vivimos, hasta desoladora. Eric Hobsbawm, nacido en el año de la revolución rusa, murió el pasado lunes.

Fue un historiador convencido de la causa marxista y un esclarecido luchador antifascista. Su producción puede mirarse como una gran obra reflexiva y crítica, que trasciende los marcos de la Historia como disciplina y avanza hacia la vida misma. Seguramente, esta característica es el resultado del profundo compromiso que tuvo uno de los más brillantes pensadores del siglo XX con su propia experiencia histórica, plasmada en su obra.

Su trabajo historiográfico se diseminó por el mundo, pese a que no existían Internet, ni Facebook, y menos aún Twitter. Los programas de Historia, Sociología, Antropología de las universidades argentinas y latinoamericanas de los años de 1980, 1990 y muchos de los actuales hacen referencia siempre a alguna obra del historiador británico en sus largos listados bibliográficos. La mayoría de quienes nos dedicamos a la Historia, aprendimos y enseñamos con algún texto de Hobsbawm.

La carrera de Historia de la Universidad Nacional de Salta (UNSa) también dejó sentir los influjos del historiador británico. En 1992 se modificaron los planes de estudio de las carreras de la Facultad de Humanidades. Atrás quedó la asignatura Introducción Histórica a la Cultura, que fue reemplazada por Introducción a la Historia de las Sociedades. El nombre y los contenidos mínimos mostraban la pretensión de enseñar la Historia que Hobsbawm delineara en un célebre artículo: “De la historia social a la historia de las sociedades”.

Años más tarde, en una entrevista diría: “Yo tuve una considerable simpatía hacia la escuela de los “Annales”, pero con una diferencia; ellos creían en una historia que no cambia, creían en las estructuras permanentes de la historia; yo creo en la historia que cambia”.

La lectura de sus obras deja ver al historiador que dialoga con la academia y se rebela a ella. Su trabajo histórico nació rebelde. Cuando comenzó a escribir después de la guerra, pocos estaban preocupados por aquella historia que a él le interesaba, “que puede ser vista y analizada como un todo, que tiene una estructura y una regularidad, que es el relato de la evolución de la sociedad humana en el tiempo”.

Fue la lectura de Karl Marx la que, por encima de cualquier cosa despertó su atracción por la Historia. Esta, a su entender, debía ser útil para analizar y no sólo para descubrir lo que sucedió, un tipo de Historia que pudiera explicar cómo varios elementos de una sociedad, que se relacionan entre sí, actúan de tal modo que llegan a crear una dinámica histórica. O cómo, por el contrario, fracasan en conseguirlo.

Hobsbawm se rebeló ante el nacionalismo metodológico que caracterizó incluso a sus historiadores amigos y militantes del partido comunista, e impuso en el análisis del pasado una perspectiva global. Su objeto de indagación fue por excelencia el capitalismo. En sus estudios sobre los orígenes de la Revolución industrial inglesa, consideró el rol de las regiones extraeuropeas. Y a diferencia de aquellos que ponían énfasis en las transformaciones internas europeas o británicas, Hobsbawm se despegaba del eurocentrismo dominante.

Pero como él admitiría años después, no pudo rebelarse contra el partido comunista, porque no quería “terminar en compañía de todos aquellos excomunistas que se hicieron anticomunistas”, y porque seguía siendo leal a la gran causa global que era el comunismo. Para Hobsbawm, si los hombres no alimentan un ideal de un mundo mejor, pierden algo. Con su muerte la humanidad ha perdido a un ser humano lúcido y comprometido, pero sus obras quedan.

Algunas de las reflexiones aquí vertidas pueden consultarse en Eric Hobsbawm, Entrevista sobre el siglo XXI, editada por Crítica, en 2000.

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