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El romance de doña Pancha y el ferroviario

Viernes, 09 de noviembre de 2012 20:28
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Referirse a la pensión de doña Pancha era, en varios aspectos, referirse al barrio. Para muchos en ella se cocinaban, aunque en menor escala, se entiende, similares situaciones que en aquél. Doña Florencia Velarde, una de las dos principales comadres del vecindario, decía, haciendo ostentación de “cultura”, que “es su síntesis”. La otra “principal”, doña Eduviges Elizabide, sin pelos en la lengua: -Esa es la pensión de los galancitos. ­Un peligro para nuestras hijas!

En verdad, no tan calvo que se le vean los sesos. Ni lo uno ni lo otro.

Los pensionistas de doña Pancha eran, con exclusividad, ferroviarios, que eran, se explica para los jóvenes lectores de este espacio que, quizá lo ignoren, señores que trabajaban en el ferrocarril, en este caso el Belgrano, que fue, ­ay tiempos idos!, el transporte más popular de nuestro país.

Estos pensionistas de doña Pancha, en su mayoría solteros, no le hacían mal a nadie y, por lo contrario demostraban a diario ser amables y galantes: ninguna de las señoritas, blanco de sus piropos, se quejó jamás. Se podría afirmar que las niñas recibían los requiebros con manifiesto placer. Ellos no tenían actitudes guarangas, eran medidos en sus cumplidos, floridos y justos.

Eso hubiese sido suficiente para descalificar las prevenciones de doña Eduviges; pero el asunto era que la doña las celaba exageradamente a su sus tres hijas y quería lo mejor para ellas. Decía que los ferroviarios eran como gitanos, pues andaban siempre de un lado para otro. No son de fiar, decía, y son muy picaflores, decía.

En cuanto a la “síntesis” de doña Florencia, habría que ir por partes, y carecemos de tiempo, espacio y voluntad suficientes para encarar esa tarea.

Bien, conozcamos a doña Pancha. Era ésta una cuarentona buen moza, de ojos vivaces y cabello castaño, enrulado. Tenía la tez blanca y las mejillas salpicadas de pecas. Manejaba su pensión con mano firme, y los muchachos ferroviarios la apreciaban y respetaban. Contaba con la ayuda de tres empleadas, jóvenes y de buen ver (“las mochas de doña Pancha”), que daban fe de la buena conducta de los pensionistas. Ah! Doña Pancha tenía un solo defecto: era excesivamente obesa, muy gorda era, en serio. Cabe hacer notar que en el barrio la querían y consideraban.

Entre los pensionistas había un porteñito, muchacho de unos 25 años de edad, simpático y pintón.

Era esbelto, rubio y usaba bigotitos finos y cuidados, y siempre lucía impecable. Las chicas del barrio le habían echado el ojo y le coqueteaban, pero él, impertérrito, parecía no darse por aludido.

No pasó mucho para que en el barrio comenzara a andar un rumor que, para la mayoría, sonaba a disparate: doña Pancha estaba en “conversaciones” con el tal Gastón, el porteñito.

-­No puede ser, se escandalizó doña Florencia Velarde, ella es una señorita muy mayor para ese joven! Deben ser habladurías, nomás!

Y doña Eduviges Elizabide aportó su poquito de cizaña: -No lo creo; pero si hay algo debe ser picardía de ese porteño vivillo. ­Casarse con doña Pancha sería como ganarse la grande, literalmente! Además, no se hable de boda porque es imposible: ¿Adónde van a dormir? ¡No existen camas ni colchones de tres plazas! Menos no alcanzaría.

Y continuó el rum-rum que, por lo que contó don José, el carnicero, habría nacido de una infidencia de la Lola, una de las mochas de doña Pancha, cuando para zafarse de las bromas que él le hacía sobre el porteñito, dijo, antes de callar asustada de su imprudencia: -­¿ Yo!?? Ja ja, si él sólo tiene ojos para doña Pancha y doña Pancha para él. Lo mima todo el día.

Pero ya era tarde, pues había otras clientes en la carnicería. Con el paso de los días, lo que parecía imposible se fue haciendo realidad, y cuando doña Pancha le pidió a doña Florencia que fuera su madrina de casamiento, ya no hubo dudas.

Aunque cueste aceptarlo, no fue un casamiento por interés. El porteñito no se casó por interés, sino por amor. Él y doña Pancha estuvieron casados más de 20 años, y fueron felices. El porteñito murió en un accidente de trenes. Y doña Pancha, ya viuda siguió engordando.

 

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