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La sociedad toda paga por el trabajo no registrado. Es un costo que va de generación a generación.
Hay sobrada evidencia que los trabajadores informales tienen baja remuneración (ganan poco), desarrollan empleos inestables, muchas veces inseguros, no están protegidos contra ningún tipo de riesgos (enfermedad, desempleo, riesgos propios del trabajo como accidentes). Carecen de una obra social ni vacaciones pagas y con el riesgo de ser despedidos y recontratados cuantas veces la empresa lo requiere.
Además, cuando se jubilan no tienen aportes realizados a la seguridad social. Si se observa el efecto generacional que esto provoca, el impacto es aún más profundo: los hijos de los trabajadores informales tienen una probabilidad mayor de ser trabajadores informales de adultos y de perpetuar la situación de pobreza y desigualdad en la que viven. Por ejemplo, se critica la reforma jubilatoria que otorgó un estatus a los adultos mayores sin cobertura previsional. Pero, ¿qué hacer con una generación que pasó todos los años de su vida laboral informalizado?
La Asignación Universal por hijo, también criticada, es un ajuste que apunta a romper justamente con el círculo vicioso generacional de la informalidad, otorgando a los hijos de los trabajadores informales un beneficio análogo al que reciben los niños, hijos de trabajadores formales. Es decir, que buena parte de los recursos del país se usan para pagar los costos del descuido en temáticas sociales y económicas como ésta.