Me pidieron que escriba para “Doña Rosa”, pero no estoy de acuerdo; sería soslayar la experiencia de esa sufrida ama de casa, diplomada en el libro gordo de la inflación, que de por si contiene capítulos para todos los gustos. Y porque en ese tema, sabe más que cualquier especialista; Ni Axel Kicillof, ni Guillermo Moreno ni el propio Hernán Lorenzino, estarían a la altura de las circunstancias para explicarle; es más sería un desatino. Desde la hiperinflación de 1989, cuando la situación era incontenible llegando el índice de precio al 3.079,5%, bajando en 1990 a 2.314%, la sufrida señora ya hacía maravillas para llegar a fin de mes, además de enfrentar otras etapas que le dejaron mucha frustración. Claro que en esos tiempos, la señora en cuestión era simplemente “Rosita”, dedicada a otras cuestiones menos preocupantes porque en aquel entonces era su madre quien tenía que hacer múltiples esfuerzos para llevar adelante la economía doméstica. Y “Rosita” aprendió porque se educó en un país con larga tradición inflacionaria e inclusive con experiencias hiperinflacionarias, que le permitieron comprender que el comportamiento de los precios constituye un punto muy sensible para la economía. Y ahora discute con razón. No le hablen del precio de las frutas, la papa, el tomate, la carne o el pan.
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Me pidieron que escriba para “Doña Rosa”, pero no estoy de acuerdo; sería soslayar la experiencia de esa sufrida ama de casa, diplomada en el libro gordo de la inflación, que de por si contiene capítulos para todos los gustos. Y porque en ese tema, sabe más que cualquier especialista; Ni Axel Kicillof, ni Guillermo Moreno ni el propio Hernán Lorenzino, estarían a la altura de las circunstancias para explicarle; es más sería un desatino. Desde la hiperinflación de 1989, cuando la situación era incontenible llegando el índice de precio al 3.079,5%, bajando en 1990 a 2.314%, la sufrida señora ya hacía maravillas para llegar a fin de mes, además de enfrentar otras etapas que le dejaron mucha frustración. Claro que en esos tiempos, la señora en cuestión era simplemente “Rosita”, dedicada a otras cuestiones menos preocupantes porque en aquel entonces era su madre quien tenía que hacer múltiples esfuerzos para llevar adelante la economía doméstica. Y “Rosita” aprendió porque se educó en un país con larga tradición inflacionaria e inclusive con experiencias hiperinflacionarias, que le permitieron comprender que el comportamiento de los precios constituye un punto muy sensible para la economía. Y ahora discute con razón. No le hablen del precio de las frutas, la papa, el tomate, la carne o el pan.
Poca confianza en los índices
El gobierno, ni lerdo ni perezoso y con el único propósito de confundir a “Doña Rosa”, adoptó una serie de medidas y estableció una virtual intervención, desde principio de 2007, en el Indec, lo cual provocó una significativa desconfianza sobre la fiabilidad de los registros de inflación, en particular sobre el índice de precios al consumidor.
De acuerdo a un estudio, el incremento de los precios, desde que fue intervenido, se elevó en 193 por ciento, registrando una diferencia 136 puntos porcentuales con el indicador oficial. En ese sentido, los especialistas graficaron la situación con una comparación de dos productos de la canasta básica, la leche y la lavandina, que desde agosto del año pasado hasta junio último registraron incrementos del 51 y 55 por ciento, respectivamente.
El gobierno lo ignora, pero “Doña Rosa” ya lo sabe.
En el escenario de las especulaciones el índice de precios controlado por Guillermo Moreno desde 2007, mide unos 440 productos, la mitad que antes del inicio de la manipulación de todos los precios.
La verdad está en el carro
En Mendoza se relevan 20.700 precios. En Córdoba cotejan cada mes una cantidad aproximada de 12.000 precios en unos 1.400 negocios. Algo similar ocurre en el conglomerado Rosario donde se toman aproximadamente 15.700 precios mensuales, y en el de Santa Fe, unos 9.500 precios mensuales.
Sugestivamente la inflación en estas provincias es mucho mayor que la que suministra el devaluado Indec, a partir de una muestra mucho más amplia. Según el Indec, en octubre se necesitaron 5,75 pesos para comer. Los números decían que se necesitaban 713,01 pesos para no ser indigente, mientras que para no ser pobre, una familia tipo precisó de 1.587,61 pesos. Esto significó un aumento del 14% de la canasta básica con respecto al mes de octubre del 2011 y un 11% en lo que va del año, siempre, claro está, hablando de los números oficiales.
Los números que difundieron las consultoras privadas hacen referencia a un aumento de precios del 23% durante el 2012, más del doble de lo que dice el Gobierno. Doña Rosa escucha a todos pero sabe que su termómetro es el carrito, porque más allá de los porcentajes y números, la única verdad está en el “changuito” de súper que cada mes contiene menos productos y cuesta mucho más.