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En ómnibus por los Estados Unidos

Martes, 07 de agosto de 2012 23:11
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Greyhound tiene una red de 160 mil kilómetros que va a todas partes. Tiene 3.700 destinos y 18.000 partidas diarias.

Si quiere y no tiene apuro, puede cruzar los Estados Unidos de océano a océano, desde el trópico hasta Canadá.

Empresas de ómnibus hay muchas en el mundo. No importa el tamaño ni sus recorridos. Pero no hay otra tan conocida y nostálgica como la Greyhound. La hicieron famosa el cine y la música. Los viajeros -a los que no hay que confundir con los turistas- la valoraron como ninguna. Usted y yo vimos centenares de veces en el cine al famoso galgo gris, yendo de aquí para allá, por el extenso territorio de los Estados Unidos. Cruzando puentes o montañas, atravesando pueblos pequeños, con los rascacielos de Nueva York o las barcazas del Misisipi como fondo.

Los periodistas y escritores, no importa su nacionalidad, no pudieron resistirse a escribir sobre la Greyhound y sus prolongadísimos recorridos. Y a nadie se les ocurrió culparlos de publicidad encubierta.

¿Quién puede olvidar, por ejemplo, esa larga escena de la película “Perdidos en la noche”, cuando Dustin Hoffman y John Voight marchan desde el lejano sur a la incomparable Nueva York? Pasaron décadas, pero el filme, cargado de una denuncia profunda, parece terminado ayer. Es la eterna historia de gente que escapa de su lugar para recoger nuevas experiencias.

Canciones sobre estos ómnibus hay muchas, pero quizás ninguna mejor que aquel blues de Robert Johnson, cuando en 1936 decía: “Entiérrenme en la autopista, así mi espíritu libre podrá subir a un Greyhound y seguir viajando”.

Desde la primera guerra

Parece raro, pero el fundador de la Greyhound no fue un estadounidense, sino un inmigrante suizo, Carl Eric Wickman, que, cuando comenzaba la Primera Guerra Mundial, en 1914, le dio la puntada inicial. Wickman era el propietario de una concesionaria de autos en Minnesota, pero como las ventas escaseaban, decidió convertir el coche más grande en autobús y llevar a los empleados de las minas cercanas, ubicadas a 16 kilómetros, todos los días hasta su trabajo. Por supuesto, fue un éxito.

La compañía como tal se formaría unos años después, en Chicago. Con el correr del tiempo alcanzó una red de 160 mil kilómetros que lo llevan a todas partes, sin exagerar, porque tiene nada menos que 3.700 destinos y 18.000 -sí, leyó bien- partidas diarias.

Si quiere y no tiene apuro, puede cruzar los Estados Unidos de océano a océano, desde el trópico hasta la gélida Canadá, y desde el desierto mexicano al gran Parque Nacional Yellowstone, en el septentrional estado de Wyoming. Porque con un pase de dos meses de duración y por seis dólares diarios, tres países se abren a los ojos y a las ansias del viajero. Si se es un verdadero viajero.

Entre ilegales y negros

Trasladarse en ómnibus por la superpotencia significa, además de observar paisajes y ciudades monumentales, recoger el sabroso gusto de dialogar con los pasajeros. Que no son los del avión ni los de los presuntuosos coches que pueblan autopistas y caminos. No, viajar así es mezclarse con los inmigrantes ilegales, con los negros, con los blancos pobres que no pueden acceder al avión. Es escuchar historias de vida de los latinoamericanos que quieren abrirse paso, esperanzados, en un sistema de vida que no los representa, diferente a todo lo que vivieron en su tierra, pero que, intuyen, es el único que los puede “salvar”.

“Dejé a mi mujer y a mis hijos en Costa Rica por necesidad imperiosa. Allí soy arquitecto y aquí pintor de brocha gorda, porque de esta manera gano cuatro veces más”, me confesaba en un viaje entre Charleston (Carolina del Norte) y Miami un inteligente pero dolido centroamericano.

Mientras el ómnibus de la Greyhound consume kilómetros, uno no puede dejar de oír historias mínimas, como diría Carlos Sorín, pero repletas de emoción. “Yo no quisiera estar aquí, señor, pero no pude elegir otra cosa”, me contó uno de los 35 millones de mexicanos que viven en los Estados Unidos.

30 millones de pasajeros

Con choferes bullangueros que explican todo, sin el tormento de las películas que proyectan en la Argentina, el bus pasa pueblos, ciudades y uno recuerda a Walt Whitman cuando dijo: “Vieja autopista, en ti mis pensamientos fluyen mejor que en mi mente”.

En un país donde el avión y el auto son una obsesión para viajar, resulta llamativo que cubra nada menos que 3.700 destinos, por supuesto, con un costo mucho más bajo.

Su eficiencia se probó y se prueba desde 1914, cuando se fundó, y es, según el Departamento de Transporte, la que menos accidentes registra, sumados los autos, el tren y los aviones. Todo esto a pesar de que transporta por año más de 30 millones de pasajeros, utilizando 2.400 ómnibus.

Además, conecta con buena parte de Canadá y México, el país por excelencia de los indocumentados. ¿Se necesita algo más para otorgarle garantía?

 

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