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Fue tragicómico. Decenas de policías con ramas en sus manos luchaban contra la voracidad de las llamas que, de a poco, hacían presa fácil a las casas humildes y a los quinchos acaudalados en toda la ciudad.
En la desesperación, vecinos y uniformados intentaban lo imposible: parar las llamas con botellas, baldes, bidones y hasta con tachos de leche Nido. Las bombas hidráulicas no alcanzaron; el agua tampoco.
La naturaleza no tuvo piedad, ni contemplaciones y sólo una tregua inexplicable evitó que los daños fuesen mayores.
Un enorme tinglado se vino abajo, un árbol cayó sobre un colectivo con pasajeros, el viento derribó paredes y la cartelería de aluminio flameaba electrizante enganchada entre los cables del tendido eléctrico. Un muerto y decenas de heridos.
Por momentos la situación fue dantesca. Algunas fotos tomadas por usuarios de El Tribuno digital, desde calle Caseros hacia el Este, recordaban aquellas imágenes del 11S en las Torres Gemelas: incendio, humo y desesperación de la gente. El cerro San Bernardo parecía una tromba de fuego que elevaba sus llamaradas hacia el cielo, entre el viento y el polvo. Un infierno. La situación estuvo fuera de control.
La vida cotidiana de los salteños se alteró y pocos recuerdan un fenómeno climático de estas características, tan violento, tan próximo y tan brutal, como para refrescar la memoria de quienes piensan que el hombre es un ser superior a la propia naturaleza.
Salta estuvo por largas horas bajo una situación de crisis por la llegada de un imprevisto capricho climático y las preguntas quedan en el aire. ¿Que hubiese pasado si el fenómeno se prolongaba? ¿tenemos plan de contingencia? ¿la respuesta ante el desastre funcionó? ¿Y si hubiese sido un terremoto?
Lo de ayer fue sólo una muestra de lo inconmensurable y los reflejos funcionaron, pero hubo más voluntad humana que recursos y sino, hay que preguntarle a los heroicos policías que ayer tuvieron que chicotear el fuego con ramas de sauce.