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¿Qué gusto tiene la sal?

Domingo, 02 de septiembre de 2012 12:34
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¿Qué gusto tiene la sal? Ese interrogante se planteaban muchos de los habitantes de la antigua Roma, unos quinientos años antes de Cristo, cuando la sal era un producto escaso y tan valioso como el oro. La importancia del mineral motivó la construcción de un camino desde las salinas de Ostia, pasando por los Apeninos, hasta San Benedetto del Tronto en el Adriático, al que se llamó “via salaria”. Los soldados romanos que cuidaban esta ruta, la veían pasar.

La vieron pasar, hasta que exigieron que parte de su pago se efectivizara en la codiciada sal y a ese agregado llamaron salarium, palabra de la que etimológicamente- deriva nuestro “salario”.

Lo cierto es que desde los albores de la civilización el salario se convirtió en uno de los temas fundamentales de la sociedad, por sus implicancias sociales, como instrumento distributivo de la renta entre el capital y el trabajo. Los sectores en pugna, históricamente, han pretendido: unos, alentar una mayor productividad; otros, mejorar el nivel de vida de los asalariados.

Casi todas las teorías económicas de los últimos dos siglos tienen como eje la cuestión salarial. Así, en el marco del mercantilismo, David Ricardo afirmaba que los salarios debían determinarse a partir del costo de subsistencia y procreación de los trabajadores. Si estaban por debajo, la clase trabajadora no se reproduciría, caso contrario la clase trabajadora se reproduciría tanto que generaría mano de obra en exceso con la consecuente reducción de salarios hasta los niveles de subsistencia. Carlos Max, en contraposición, sostenía que en un sistema capitalista la fuerza laboral rara vez percibe una remuneración superior a la del nivel de subsistencia. La plusvalía generada sobre el valor del producto final por la fuerza productiva de los trabajadores era apropiada por los capitalistas. John Stuart Mill postulaba que el nivel salarial era determinado por el dinero que los empresarios están dispuestos a pagar para contratar a trabajadores. Así, los salarios dependen de los ingresos percibidos por la producción. Por efecto derrame, los aumentos salariales generarían un círculo virtuoso al incrementarse la capacidad adquisitiva, provocarían aumentos en la producción y un mayor fondo de salarios (ciento cincuenta años después muchos economistas sostienen textualmente esta teoría). Otro John (Maynard Keynes) consideraba que los aumentos salariales pueden producir un aumento de la propensión al consumo, y no al ahorro, lo que generaría una mayor demanda de trabajo, a pesar de que haya que pagar mayores salarios. Keynes reconoce que una mejora en los salarios puede traer presiones inflacionarias, debido a que los empresarios tienden a trasladar a los precios estos aumentos en los costos (¿o no?).

El salario patrio

En nuestro país, por disposición constitucional -artículo 14 bis-, desde 1957, se garantiza el salario mínimo, vital y Móvil (SMVM).

Mínimo porque es la menor remuneración que debería percibir un trabajador soltero, sin cargas de familia, por una jornada legal de trabajo.

Vital porque, teóricamente, asegura “alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión”. No diga, vecina, que esto es una exageración del autor de la nota, porque es lo que taxativamente dispone el artículo 116 de la ley de contrato de trabajo.

Móvil porque debe actualizarse periódicamente (los legisladores del 57 ignoraban la esquizofrénica carrera contra la inflación que se desarrollaría durante los once lustros posteriores). Para establecer el SMVM se creó, en 1991, el Consejo Nacional de Empleo, la Productividad y el Salario, integrado por representantes del sector sindical, del empresariado y del Poder Ejecutivo. Este organismo estuvo desactivado durante 14 años, hasta que el gobierno de Néstor Kirchner lo volvió a poner en funciones. Al reunirse la semana pasada, se concretó un ciclo de 9 años consecutivos de funcionamiento de un órgano que con sus altibajos es una clara expresión democrática. El aumento establecido (16%) está lejos de cubrir la pérdida adquisitiva del salario durante el último año y no alcanza para cubrir el costo de una canasta básica de pobreza de una familia tipo (matrimonio y 2 hijos), valuada según los precios de los Institutos provinciales en $3.114 mensuales. Sin embargo, es el salario mínimo más elevado de la región. El sindicalista Gerardo Martínez intentó remarcar ese hecho y recordó que Brasil elevó su mínimo hasta 340 dólares. “Nosotros, tomando un valor promedio del dólar a 5 pesos, estaremos en un mínimo de 600 dólares”, afirmó. Rápidamente fue interrumpido por la presidenta Cristina Kirchner: “¿Perdón? No, es un poquito más querido, el dólar está a 4,64 pesos. ¿O te pensás ir afuera vos?”, sostuvo la mandataria. Martínez, entre nervios y risas, intentó precisar sus dichos al afirmar que “lo que digo es lo que sucede en la construcción” (¿?). “Dejalo ahí, mejor”, lo interrumpió nuevamente la Presidenta, hasta que ante las carcajadas y aplausos de los presentes el sindicalista corrigió su conversión: “El salario mínimo, vital y móvil llegará a 650 dólares en la Argentina”, aunque la cifra precisa, con la cotización vigente, es 619 dólares.

A pesar de la trascendencia mediática del tema, pocos han advertido la escasa influencia que tiene el SMVM en la economía real. Como académico, el ahora ministro (in pectore) Axel Kicillof, sostenía que para que el salario mínimo tuviese un peso real debían darse varias condiciones. Primero, que su valor fuese fijado antes de las paritarias para elevar el umbral de las siguientes negociaciones. Segundo, que su monto no sea tan reducido que esté por debajo del salario que igualmente se pagaría si no existiese ese instrumento. Y, por último, que alcance a un buen número de asalariados de manera que tenga un efecto positivo sobre los salarios más rezagados. El salario mínimo establecido la semana pasada no reunió ninguno de esos requisitos. Se  estableció después que concluyeron casi todas las paritarias. Tampoco tendrá impacto sobre las negociaciones de 2013, porque la inflación deteriorará aún más su ya escaso valor de $2.875 cuando ellas empiecen. En ningún caso eleva el piso establecido en ninguno de los convenios colectivos celebrados hasta la fecha. De todas maneras, solo podría alcanzar a apenas unos 300 mil trabajadores que están “fuera de convenio”. Así, el Consejo del Salario no ayudó a elevar el nivel de vida de los trabajadores con los sueldos más rezagados ni se ocupó de una de sus importantes funciones: actualizar el escandaloso desfasaje del seguro de desempleo, congelado en míseros cuatrocientos pesos.

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