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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Al maestro, con cariño

Sabado, 08 de septiembre de 2012 20:54
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Como anuncio de la primavera, los próximos diez serán de festejos para los que trabajan en y para la educación: el once, día del maestro; el trece, día del bibliotecario; el 17 día del profesor y el 21 día del estudiante.

Maestros eran los de antes... Seguramente eso decía Aristóteles, añorando a Sócrates y Platón. Hoy, muchos nostálgicos también sobrevaloran a los viejos docentes que guiaron sus primeros pasos (todo tiempo pasado fue mejor), responsabilizando a los actuales de la incultura de los alumnos y de todos los desaguisados por los que atraviesan nuestras escuelas. Nos preguntamos: ¿Si a los médicos no se los culpa de las enfermedades, ni a los abogados de la injusticia; porqué se responsabiliza a los maestros por los déficits educacionales de nuestro país?

Una de las cuestiones que -permanentemente- se le enrostran a los docentes es su alto nivel de ausentismo y su amplio régimen de licencias. La persistencia de esa idea se advierte, incluso, en el ámbito del humor, como vemos en este viejo y conocido chiste:

- Carlitos, ­despertate!

Responde Carlitos:

- No quiero levantarme, mamá.

La madre grita:

- Levantate, tienes que ir a la escuela.

- No quiero ir a la escuela.

- ¿Por qué no?

- Por tres motivos: el primero, porque es aburrida; el segundo, porque los niños se burlan y me pegan; y el tercero, porque odio la escuela.

- Bien, voy a darte tres razones por las cuales debes ir a la escuela - replica la madre: la primera es porque es tu deber; la segunda, porque tienes cuarenta y cinco años y la tercera, porque eres el director.

La obsesión por la asistencia perfecta la instaló el padre del aula, Sarmiento inmortal, cuando en sus Recuerdos de Provincia nos dijo que asistió a la escuela de primeras letras durante nueve años “sin una falta”. Arturo Jauretche, con su sarcástica pluma, incluye este episodio entre las “Zonceras Argentinas”, recordando que los “revisionistas” de la historia deducían: “­Flor de burro, el tal niño modelo, para pasarse nueve años aprendiendo las primeras letras­”

Enfermedades y licencias

Según datos aparentemente confiables, en escuelas de la provincia, 14 de cada 100 docentes faltan a diario por distintas causas, principalmente por enfermedad. Si a esta cifra oficial la trasladamos a los 26.000 educadores que se encuentran en el sistema de gestión pública, el resultado arroja que 3.640 profesores y maestros, por día, no van a trabajar. En otros distritos del país el porcentaje es similar, inclusive mayor.

Sin embargo arrecian las críticas a los maestros “vagos”, sin advertir que los docentes están más expuestos a riesgos de enfermedades y accidentes, que prácticamente cualquier otro sector laboral. Cuando tomemos conciencia de ello, advertiremos que es menos riesgoso trabajar en un frágil andamio en un décimo piso, que como maestra de aula.

Cada actividad tiende a producir similares patologías, originadas -básicamente- en la repetición continua de las mismas acciones o por la exposición a similares factores de riesgo. En relación a los docentes la Ley de Riesgos de Trabajo reconoce solo a la disfonía como enfermedad que afecta a maestros o profesores de educación básica, media o universitaria. Para los maestros de escuelas primarias se agrega la “hepatitis A”.

Pero, el sentido común se subvierte cuando analizamos y comprendemos que los docentes se encuentran expuestos a una gran cantidad de patologías omitidas en nuestra legislación. Por lo pronto el docente se encuentra expuesto al contagio de cada uno de los alumnos que comparten el aula. Pero no solo el contagio físico, sino también como receptor de los problemas emocionales que afectan a cada uno de los estudiantes, incluyendo sus familias. Por otra parte es notorio que en la Argentina, en los últimos años, todos los que ejercen algún grado de autoridad (maestros, policías, etc.), han visto socavado el respeto tradicional de la comunidad. Ello los coloca en situación de un temor real, a veces de pánico, ante un entorno social hostil.

No se conocen estadísticas en Argentina, pero si datos de España (Federación de Trabajadores de la Enseñanza de la UGT) mediante un informe realizado en el año 2003, sobre “Las enfermedades profesionales de los docentes”. La primera conclusión que se desprende de ese estudio es que en ese país un 56,6% de los docentes sufren algún tipo de baja a lo largo de su vida laboral, y la duración media del tiempo de baja es de 27,84 días. Los contagios de enfermedades comunes como las gripes, catarros y varicelas representan la mayor causa de baja laboral en los docentes, llegando al 20,6% de las mismas, mientras que las lesiones musculares y de huesos (esguinces, fracturas, contracturas, problemas de espalda, etc.) alcanzan el 18,9% de los casos, las alteraciones de la voz el 15,8%, y las operaciones quirúrgicas el 13,9%.

Las patologías psiquiátricas (estrés, depresión, ansiedad, etc.) originan de manera directa el 12,2% de las situaciones de baja laboral, aunque el informe advierte que la sintomatología asociada a este tipo de dolencias permite determinar que, de forma indirecta, su posible incidencia puede llegar realmente hasta el 23,4%. Los docentes se encuentran particularmente expuestos al estrés y al síndrome de burnout que se caracteriza por el distanciamiento afectivo.

Las enfermedades gástricas, la cefalea, las alteraciones del sueño y del estado de ánimo, la depresión, fatiga, irritabilidad, mareos, diferentes tipos de afecciones crónicas, entre ellas enfermedades cardiovasculares y reumáticas y trastornos psicológicos; se encuentran entre los primeros síntomas del estrés. Al mismo tiempo, el trabajador puede volverse vulnerable a las enfermedades infecciosas. Por otra parte tenemos: 1) Problemas oftalmológicos (cansancio visual, picazón o ardor de los ojos, lagrimeo, dolor e irritación ocular); 2) Enfermedades de la voz. La voz constituye el instrumento de trabajo y de comunicación imprescindible del profesorado. El uso continuado y su abuso obligado suponen un riesgo laboral importante. La tiza, aquí, es un instrumento fatal. Así, la afonía se convierte en una dolencia frecuente entre un profesorado obligado a elevar continuamente la voz por encima del griterío de las aulas (también rinitis, sinusitis, infecciones en la garganta, queratitis, etc.); 3) Dolencias óseas y musculares, (astenopia, tendinitis, síndrome del túnel carpiano, hormigueos, o lumbalgias), como consecuencia de posturas ineficientes; 4) Otras enfermedades: trastornos circulatorios y neurovegetativos, obesidad y problemas cardiorrespiratorios por el sedentarismo; colon irritable, infecciones en las vías urinarias, gastritis, estreñimiento, úlceras...

¿Con todo lo expuesto, querido lector, no le parece que es más saludable trabajar en el borde de un décimo piso? A las maestras y maestros que se sientan desfallecer, les dedicamos los versos de quien fuera un abnegado maestro, Juan B. Palacios, “Almafuerte”. ­Piu avanti...!

No te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz, ya mal herido.

 

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