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Inseguridad e inflación: problemas de la gente, que espera respuestas

Domingo, 10 de noviembre de 2013 02:58
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Las elecciones legislativas nacionales dejaron un mensaje de advertencia sobre las grandes preocupaciones de la sociedad argentina; entre ellas hay dos que sobresalen: la inseguridad y la inflación.

La inseguridad, a la que los gobiernos tienden a relativizar diciendo que es una mera sensación, es el resultado del crecimiento del narcotráfico y las adicciones, que avanzan sobre los sectores más vulnerables de la población y frente a los cuales el Estado se muestra impotente. El incremento de la criminalidad urbana no es solo producto del narcotráfico; existe un espacio al margen de la ley donde nadie puede sentirse seguro.

Nuestra provincia sufre en los últimos meses la aparición de nuevas modalidades de delito, como los secuestros virtuales, los llamados “motochorros” o los “rompevidrieras”, que se combinan con el accionar de bandas profesionales provenientes de otras provincias. Más grave aún, los intentos de secuestro denunciados en estos días y minimizados por las autoridades salteñas son una severa advertencia, ya que todo indica que estamos ante bandas criminales de alta peligrosidad.

Es necesario entender que vivimos en un escenario violento. Hace pocos días, el juez federal de Orán, Raúl Reynoso, ratificó que en los últimos meses se registraron en la narcofrontera salteña nueve ejecuciones mafiosas vinculadas con el narcotráfico.

El Episcopado argentino denunció, el viernes, en un severo documento, la falta de controles en la frontera y la insuficiencia de las políticas destinadas a asistir a los jóvenes adictos.

La inseguridad es el gran problema. El traslado de las fuerzas de Gendarmería para vigilar el conurbano bonaerense muestra que las policías locales están desbordadas, pero con esa supuesta solución se termina desguarneciendo la frontera por la que desde siempre, y ahora más, ingresan la droga y el contrabando.

El vínculo de la inseguridad con la droga es directo, ya que las organizaciones criminales manejan ese negocio, utilizan en él a jóvenes adictos y, con la impotencia, y en algunos casos la complicidad de las fuerzas del orden, los alientan a delinquir.

La preocupación de los obispos pone de relieve un progresivo deterioro de los sectores más vulnerables que afecta a la sociedad en su conjunto y que debe resolverse con energía y poniendo al frente de los ministerios nacional y provinciales a expertos en materia de seguridad.

La otra inquietud generalizada, la inflación, es un tema que toca en la médula a las expectativas del ciudadano común, para quien el futuro se vuelve incierto.

Desde el punto de vista técnico, la inflación admite varias interpretaciones, pero es una realidad que se percibe en el bolsillo, día a día y es, en consecuencia, inocultable.

El hecho de que el kilo de pan cueste hoy 22 y 30 pesos, cuando hace unos meses se aseguraba que no podía costar más de 10 pesos, y que la yerba haya subido un 50%, son datos que vuelven obvio cualquier análisis. De nada sirve el voluntarismo.

La desvalorización de la moneda se produce porque hay problemas económicos. Existe demasiado dinero circulante en relación con las reservas del Banco Central y con la capacidad del aparato productivo. El pan sube porque falta el trigo. La yerba aumenta porque se incrementan los costos y porque, en general, todos los precios aumentan.

La Argentina tiene muy malas experiencias en materia de crisis inflacionarias y ellas nos han enseñado que de nada vale cualquier engendro represivo, basado en el control de precios o en alguna otra fórmula para intervenir en los mercados; en cambio, hay que resolver con instrumentos genuinos el financiamiento del gasto público, el desdoblamiento del valor del dólar y la caída de las reservas del Banco Central.

La criminalidad y la inflación nada tienen que ver entre sí, aunque son dos problemas serios que afectan al ciudadano común y generan incertidumbre. Son desafíos que las autoridades pueden y deben resolver lo antes posible. No se trata de retórica ni de ofrecer sobreactuaciones, sino de mirar la realidad de frente, asumirla y transformarla, con el apoyo de toda la sociedad. Porque estos problemas son problemas de todos.

 

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