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La fugaz y minoritaria ilusión euro-peronista

Martes, 10 de diciembre de 2013 04:28
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Hacia comienzos de los años de 1980, y seguramente como consecuencia de mis observaciones y vivencias de la transición española a la democracia, había llegado a la conclusión de que la irresponsable acción de los sindicatos oficiales en el período 1975/76, el terrorismo que se asignaba la representación del pueblo, y el escaso apego de buena parte del peronismo a los principios democráticos, habían dado alas a las fuerzas que decidieron instaurar una feroz dictadura.

Por aquel mismo tiempo éramos muchos los peronistas exiliados en Madrid que habíamos iniciado un proceso de reflexión autocrítica sobre lo sucedido a partir del ilusionante regreso del general Perón y de los dos resultados electorales de 1973. Simultáneamente, advertíamos que la autocrítica era una conducta minoritaria entre quienes dirigían al movimiento peronista en la Argentina.

En mi caso singular, pensaba que estos dirigentes carecían de ideas claras para reencauzar al país tras el fin de la dictadura y fundar una democracia representativa sujeta a los cánones internacionales y, por tanto, en condiciones de integrarse al concierto de las naciones políticamente más avanzadas. A todo esto se añadía el peso determinante del viejo aparato sindical en la conformación de candidaturas y de propuestas.

El aislacionismo y la autarquía intelectual eran otras tantas características del peronismo realmente existente en la Argentina: Mientras Raúl Alfonsín había estado al menos una vez en España para tomar contacto con los socialdemócratas y otras expresiones importantes, los líderes peronistas no parecían advertir la importancia de este tipo de relaciones.

En su visita a Madrid, Alfonsín se había mostrado sumamente interesado en los detalles de la transición española de la dictadura franquista a la democracia constitucional; también sobre el modo que España había encontrado para atacar la inflación y encaminarse a la integración en Europa.

Las actitudes y los discursos del candidato radical despertaron mis simpatías que, en un determinado momento, pusieron en cuestión mi fervorosa adhesión al peronismo tradicional al que veía cargado de vicios, querellas y anacronismos. En aquel tiempo de esperanzas y dudas me consideraba “euro-peronista” y veía en Alfonsín una expresión más próxima a este difuso ideario, y una rara mezcla de Adolfo Suárez y Felipe González.

Si bien mi residencia en Madrid me impidió concurrir a las urnas, celebré el triunfo del radicalismo y anhelé un amplio consenso radical-peronista que, siguiendo las huellas de los Pactos de La Moncloa y de otros acuerdos españoles, ayudara a construir una democracia capaz de poner en caja al poder militar y a otras fuerzas corporativas, y de consolidar la paz interior, sin perjuicio de la imprescindible depuración de las responsabilidades por los crímenes cometidos desde la última ley de amnistía de 1973.

Pronto quedó claro que la dirección peronista y su brazo sindical no estaban por la labor de facilitar las cosas al presidente electo.

En cualquier caso, el nuevo escenario apresuró la decisión familiar de regresar a la Argentina tras casi 7 años de forzada emigración. Mis papeles del retorno incluían sendas cartas de presentación dirigidas a Raúl Alfonsín: una firmada por Felipe González (PSOE), la otra por Nicolás Redondo (UGT).

Fue así como, tras el fracaso del Proyecto Mucci y de la constatación de que el peronismo, en su rol de oposición, no parecía tener en cuenta las dificultades de la transición ni el hecho de que su adversario era un Gobierno legítimo (NOVARO, M. 2009), pedí una entrevista al Presidente de la República que me recibió, para mi sorpresa, casi inmediatamente.

A partir de allí, ratificado en mi percepción acerca de las calidades intelectuales, humanas y políticas de Raúl Alfonsín, comenzó una fascinante experiencia de cooperación que, de alguna manera, culminó con mi contribución al “Discurso de Parque Norte” y al diseño de una reforma laboral (finalmente frustrada) que incluyó un régimen de paritarias pensado para atacar la inflación sin perjudicar a los salarios reales ni al derecho de negociación colectiva.

Más tarde esta colaboración se encauzó en el Consejo para la Consolidación de la Democracia (que dirigió Carlos Santiago Nino) e incluyó, ya en el terreno partidista, la participación del Partido Tres Banderas de Salta en el frente que Alfonsín denominó “Convergencia Democrática”.

Es muy difícil imaginar siquiera cuál hubiera sido el rumbo de la política argentina de haber triunfado la fórmula Italo Lúder - Deolindo Bittel. Pero no tengo dudas de que las ideas de Ricardo Alfonsín, su apego a la Constitución y los valores de la república, su diagnóstico sobre las responsabilidades por la violencia terrorista del pasado inmediato, fueron aportes sustanciales al nuevo ciclo abierto hace hoy 30 años.

 

 

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