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Un reacomodamiento de piezas muy inesperado

Sabado, 16 de marzo de 2013 22:18
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“El solo hecho de que su primera reunión con un presidente sea con Cristina no es para nada casual”.

Frenéticas especulaciones en el oficialismo y en la oposición acaparan por estas horas todo el escenario político en la Argentina. ¿Cambiará el tablero electoral de octubre la asunción del papa Francisco? ¿Habrá una apertura mayor del Gobierno nacional hacia la Iglesia católica, conducida en Argentina por José María Arancedo? ¿Avanzará el oficialismo con los proyectos legislativos de despenalización del aborto y del consumo de drogas o los frenará para no chocar con el Vaticano? ¿Cómo hará el Gobierno para acercarse al Papa sin quedar preso de sus descalificaciones cuando era cardenal? ¿Se abrirán canales de diálogo entre oficialismo y oposición que antes estaban totalmente cerrados? ¿Habrá una minimización de las batallas verbales dentro de la política local? La euforia que se vive en el país aún impide analizar con claridad todos esos interrogantes, pero hay algo que parece estar claro: sin ser un político, sin tener aspiraciones electorales y viviendo a miles de kilómetros de Buenos Aires, Bergoglio será desde ahora una figura central de la política argentina.

Buscando acumular aún más legitimidad popular de la que ya tiene, el Papa está en un momento de pleno envío de señales. La primera fue hacia adentro de la Iglesia, mostrando una sencillez pocas veces vista entre los pontífices anteriores y dando un mensaje elíptico de no tolerancia hacia los curas pedófilos. Pero también mandó señales hacia afuera: el solo hecho de que su primera reunión con un presidente sea con Cristina Kirchner no es para nada casual.

¿Qué busca Francisco? Mostrarle al mundo tolerancia hasta con los que peor lo trataron e impulsar el diálogo como una política de Estado vaticana.

El Papa sabe a la perfección que lo observa el planeta entero y que no tiene mucho margen para ser un Pontífice más. Su asunción en la cúpula de la Iglesia se da en uno de los momentos más difíciles de esa institución en cientos de años, con denuncias aberrantes, pérdida de fieles y una fuerte desconfianza de muchos sectores sociales hacia Roma.

En el kirchnerismo se aprecia un notable cambio de postura en relación con Bergoglio. La palabra opositor ya no se menciona y la palabra dictadura quedó solo en boca de los sectores más radicalizados.

¿Por qué ese giro en la Casa Rosada? El Gobierno percibe que los índices de aprobación de Francisco, que hoy están por las nubes, no caerán en el corto plazo sino todo lo contrario. “Nuestro miedo es que cada palabra que diga Francisco en sus homilías sea leída en el país como un mensaje para Cristina.

El enfrentamiento que tuvimos con Bergoglio fue tan frontal que la oposición buscará instalar eso constantemente”, señaló ayer por lo bajo un encumbrado dirigente kirchnerista.

El temor en el oficialismo no es infundado. Si los Kirchner trasladaron el Tedéum del 25 de Mayo de Buenos Aires a otras provincias porque creían que Bergoglio cuando hablaba de pobreza, corrupción y exclusión aludía a ellos, difícilmente ahora podrán excusarse de lo contrario cuando mencione las mismas definiciones, pero en su rol de Papa.

Igual, que el Gobierno baje un cambio con sus agresiones hacia la Iglesia no necesariamente quiere decir que modificará su esencia confrontativa en relación con otros sectores. Cristina ya mostró que no conoce otra forma de hacer política que no sea la centralización total del poder en su persona y la búsqueda de enemigos bien calculados para dividir el escenario entre buenos y malos. Hay que admitir que esa fórmula no le fue adversa en todos estos años así que tampoco tendría mucho sentido que vaya a cambiarla.

La Justicia y los medios serán los enemigos a temer para lo que viene. Se descuenta que el proyecto de “democratización” de la Justicia avanzará sin mayores inconvenientes en el Congreso y que la ofensiva contra la prensa no militante no se detendrá.

Camino a octubre

En la oposición se apreciaba por estas horas una sensación de triunfalismo que no tiene demasiada lógica. Es verdad que la elección de Bergoglio fue un golpe durísimo para la Casa Rosada, pero eso en absoluto avizora mejores tiempos para el antikirchnerismo. En ese sector se dirimen importantes internas entre los partidos y una alarmante falta de creatividad a la hora de impulsar medidas. ¿Cuál fue el último proyecto opositor con impacto público? Ya ni se recuerda.

El radicalismo sigue sin encontrar una identidad propia que le permita mostrarse ante la sociedad como una alternativa viable al Gobierno. Los coqueteos con el macrismo y el socialismo son constantes y le impiden a la UCR un crecimiento sostenido. El PRO continúa con problemas de gestión en la Ciudad de Buenos Aires y acaba de aumentar la tarifa de subte a $3,50. La estrategia de Mauricio Macri es instalar que ese aumento se da por las mejoras que está teniendo el transporte público porteño y que la responsabilidad es de Cristina por haber eliminado los subsidios.

La victimización continúa siendo para la oposición su política más destacada.

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