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Breve historia del trabajo y de la remuneración

Sabado, 27 de abril de 2013 23:57
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La conmemoración del Día Internacional del Trabajo estipula que los escribas recuerden a los mártires de Chicago y a su lucha por la jornada de ocho horas y mejores salarios.

Quizá esa imagen sea la que nos lleva a pensar que el trabajo asalariado es relativamente reciente, producto de la Revolución Industrial y del sistema capitalista, instalado hace poco más de un siglo. Sin embargo, a poco que indaguemos advertiremos que el salario es viejo como la humanidad misma. Cuando algún cavernícola se puso a fabricar puntas de flecha para pagarle a quien le trajera un suculento mamut para el almuerzo, no hizo sino inventar la moneda con la que pagar a su asalariado cazador. Es la fórmula de Marx (Carlos, no Groucho): capital igual a trabajo acumulado, que sería motor de la humanidad durante los siglos posteriores.

Entre el Tigris y el Eufrates, en Sumeria, comenzó todo. Hace cinco mil años los laboriosos acadios fundaron las primeras ciudades de la historia. Pero los habitantes de esa zona de la Mesopotamia no solo crearon ciudades si no que inventaron (entre muchas otras cosas) la escritura, la rueda, el reloj y, lo más importante: la cerveza. Los sumerios se autodenominaban, orgullosamente, como “cabezas negras”, y en las tablillas con escritura cuneiforme que han rescatado los arqueólogos se registran minuciosamente los salarios abonados.

En la misma región, pero en 1760 antes de Cristo, el rey Hammurabi de Babilonia dictaba el conjunto de leyes más antiguo que se conoce hasta ahora: su famoso “código”. Allí se establecían normas muy claras sobre salarios mínimos, jornada, descansos, el aprendizaje y las obligaciones del artesano frente a la obra comprometida. Por ejemplo, en la ley 257 se dice: “Si uno tomó a su servicio un cosechador, le pagará 8 GUR de trigo por año”.

En Egipto la falta de pago de salarios dio lugar a la primera gran huelga de la historia. Transcurría el año 1165 a.C., en el que Egipto estaba gobernado por el faraón Ramsés III, de la XX Dinastía, nieto de Ramsés el Grande. Los obreros que construían los famosos monumentos funerarios percibían un salario diario de 10 hogazas de pan y una medida de cerveza (que no falte la cerveza). Un artesano de mayor categoría podía llegar a las 500 hogazas de pan (imaginemos lo que recibía, entonces de cerveza). Según se lee en el llamado Papiro de la Huelga del reinado de Ramsés III (conservado hoy en Turín, Italia) y de varios ostraca encontrados en Deir el-Medina la huelga comenzó el día 10 del mes de Peret en el año 29 de Ramsés III debido al retraso de una paga “distraída” por el gobernador de “Tebas Oeste”. Se evidencia un conflicto en crecimiento, que pasa de las quejas iniciales a los reclamos más vehementes por la retención de recursos. El escriba Amennajet recuerda: “Año 29, segundo mes de la segunda estación, día 10. Este día el bando cruzó los cinco muros de la necrópolis, gritando: "­Tenemos hambre!' (...) y se sentaron a espaldas del templo de Tutmosis III en el límite de los campos cultivados”. Los artesanos egipcios no solo abandonaron el lugar de trabajo sino que marcharon en protesta hacia los templos.

“Estamos aquí a causa del hambre y la sed. No hay vestidos, ni ungentos, ni pescados, ni verduras. Contárselo al faraón nuestro buen señor y contárselo al visir nuestro superior para que nos sean enviados alimentos...”. La huelga resultó exitosa, quizá por ello se repitieron fenómenos similares en innumerables oportunidades.

Roma: salarios y precios

El Imperio Romano se expandió en base a sus conquistas militares, pero se sustentó en una extensa red comercial e industrial en la que, si bien intervenía la fuerza laboral de los esclavos, jugaba un rol fundamental el trabajo de los trabajadores que desempeñaban distintos oficios y profesiones remunerados. Un ejemplo de ello lo encontramos en el “Edicto de Diocleciano”. Durante lo segunda mitad del siglo III el Imperio Romano sufre una grave crisis, alimentada por las guerras civiles, la peste y una profunda depresión económica agravada por los caprichos monetarios (acuñando moneda propia) de los codiciosos emperadores. En 301, para poner un poco de orden, Diocleciano decide promulgar el “Edicto de Precio Máximos” para estabilizar la moneda y atemperar la grave crisis económica. El cumplimiento del edicto era obligatorio en todo el imperio y, además, fijar precios superiores estaba penado con la muerte (la historia nos demuestra lo injusto que es tratar de autoritario a nuestro secretario de Comercio, Guillermo Moreno). Estos son algunos de los precios y salarios, en denarios, que se fijaron en el edicto:

Salarios

Trabajador agrícola, 25 al día

Carpintero o albañil, 50 al día

Pintor (brocha gorda), 75 al día

Pintor (de cuadro), 150 al día

Tejedor de lana, 175 por manto

Panadero, 50 al día

Barbero/peluquero, 2 por persona

Limpiador de cloacas, 25 al día

Escriba, para mejorar la escritura, 25 por cada 100 líneas.

Maestro: desde 50 al mes por alumno para los de niños, hasta 250 al mes por alumno para los de retórica.

Legionario medio, 15.400 al año incluido el valor del trigo que recibían al año.

Precios

Trigo, un modio (8,75 kg.), 100

Lentejas, un modio, 100

Carne de vaca, una libra, 8

Carne de cerdo o de venado, una libra (326 gramos), 12

Vino de mesa o de la casa, un sextarius, entre 8 y 16

Cerveza gala, un sextarius, 4

Cerveza egipcia un sextarius, 2

Aceite de oliva, un sextarius, 40

 

Es dable advertir que las distintas civilizaciones pudieron tener carencias de cualquier tipo, siempre y cuando no faltara cerveza. Es muy difícil hacer una comparativa de estos precios con los actuales pero puede servir para hacernos una idea de lo que podía adquirir cada ciudadano romano con su salario y las diferencias entre las distintas profesiones. Como curiosidades: la gratificación por una victoria de un gladiador podría equivaler a la salario anual de un maestro y el auriga Cayo Apuleyo Diocles, el Messi de la época, llegó a ganar en toda su carrera unos 35 millones de sestercios (un denario cuatro sestercios) en el siglo II. Ello sin contar los ingresos que percibía por pintar en su carro, la publicidad de su “sponsor”: cerveza “Populorum”.

 

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