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Máxima obediencia: la furia de Rossi y el miedo a la jefa

Domingo, 28 de abril de 2013 03:06

Se hace cuesta arriba imaginar de qué manera, alguna vez, podrán lidiar con su conciencia los legisladores que votaron a favor de la reforma judicial que impulsa el gobierno cristinista. Esa reforma y esos legisladores no pueden ignorarlo, significa la destrucción de uno de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial.

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Se hace cuesta arriba imaginar de qué manera, alguna vez, podrán lidiar con su conciencia los legisladores que votaron a favor de la reforma judicial que impulsa el gobierno cristinista. Esa reforma y esos legisladores no pueden ignorarlo, significa la destrucción de uno de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial.

En la Argentina actual solamente está quedando uno de ellos, el ejecutivo, pues el legislativo ya fue pisoteado, envilecido y domeñado por aquél. Y ahora es el turno del judicial. Si éste cae, el Gobierno nacional dejará de ser un gobierno legítimo para convertirse en dictadura. Morirá la democracia, ya malherida, y se perderá la República.

Los argentinos están viviendo uno de los más tristes momentos de su historia. El país, y no es literatura ni tremendismo, está a un paso del abismo institucional.

La inquietud inicial, entonces, es válida: ¿cómo harán para dormir los Vilariño, los Yarade, los Kosiner, los Wayar, las Fiore Viñuales, y muchos otros legisladores?

Durante la maratónica sesión en el Congreso Nacional se dieron situaciones patéticas, como la que protagonizó el diputado Agustín Rossi, jefe del bloque cristinista, cuando en franca desesperación, al notar que el triunfo “asegurado” se le podría esfumar al oficialismo, dio rienda suelta a la tensión. Insultó a los opositores, amagó trenzarse con ellos, revoleó un vaso, gimió y, en suma, ofreció un espectáculo calamitoso.

Ya calmado, después de la tormenta que amenazó ahogarlo, continuó agraviando a “los enemigos”, y acusándolos de esto y de aquello. “Son canallas”, dijo como colofón.

Si se mira bien y con benevolencia el asunto, lo de Agustín Rossi podría encontrar justificación en el miedo a defraudar a la jefa, pánico a que Cristina lo acusara de ineficiente, o de algo peor, por haber dejado escapar la victoria. Felizmente, si cabe para él, todo resultó a gusto de la señora, su jefa y dueña.

Agustín Rossi perdió los estribos, se salió de sus casillas, o como se quiera expresarlo. Perdió la compostura ante la posibilidad de fallarle a Ella. Nada personal.

Esto que está sucediendo en la Argentina y en otras naciones sudamericanas y del Caribe, es decir la tiranía en ciernes, o ya consolidada, como en Cuba, debe tener su respuesta desde los engranajes de la democracia, de la libertad. Los opositores, los hombres que disienten de esas prácticas totalitarias, deben ser la nobleza, el honor y la resistencia de cada país amenazado.

 

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