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El Tribuno es un diario que informa y opina pero no inventa relatos

Sabado, 15 de junio de 2013 22:53
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El periodismo es la tarea de narrar la historia a medida que esta se produce. La interpretación de los acontecimientos puede variar, pero la construcción de la noticia no es relato: la información será buena si está chequeada y verificada.

El valor del periodismo es la verdad.

A los gobernantes les resulta cómodo y agradable el periodismo entendido como relato de ficción. El discurso político es un entramado de deseos y promesas que, cuando transcurren algunos años de gobierno empiezan a convertirse en asignaturas pendientes. A partir de ese momento, las tapas de los diarios empiezan a desesperarlos.

Eso es lo que ocurre en Salta por estos días.

La obsesión por desacreditar a El Tribuno con una secuela de campañas orquestadas desde la cúpula del poder político no es más que una señal de que las promesas no se están haciendo realidad.

Esas campañas incluyen maniobras aviesas y ataques tan variados como arteros contra este diario.

El Tribuno tiene, si, una opinión muy firme, discutible como toda opinión, sobre lo que necesita la provincia para construir un futuro acorde con sus posibilidades. Esa opinión, claramente, no coincide con la del gobierno de Juan Manuel Urtubey.

Lamentablemente, la historia va confirmando todos los anticipos que este diario viene haciendo acerca del incremento del narcotráfico en las fronteras y la ausencia de una estrategia para afrontar el desafío. El jefe de Policía reconoce hoy la existencia de una nueva realidad generada por las nuevas vías del narcotráfico en el continente. Las localidades de frontera, Salvador Mazza y Aguas Blancas, son tierras de nadie y en ellas imperan la anarquía, la ilegalidad y la ley del más fuerte. El crecimiento de la narcocriminalidad, el tráfico de personas, el contrabando y el mercado ilegal de dinero prosperan frente a la fragilidad del Estado, la ausencia de la Gendarmería y la falta de iniciativa, cuando no la connivencia, de los intendentes.

Con cinismo, se ha acusado a El Tribuno de encubrir esta realidad, cuando nuestro diario ha dado la señal de alerta, que de inmediato recogieron los grandes diarios del mundo y los organismos internacionales, sobre la inseguridad que nace de las fronteras.
El narcotráfico va de la mano con el aumento de consumo de drogas en los barrios más humildes de la provincia, que destruye a una generación y genera violencia e inseguridad para la ciudadanía.

De la misma manera, son contundentes los números que revelan la paralización del desarrollo rural, que es la única barrera genuina y resistente para fortalecer nuestra frontera con empleo e inversión. El plan del ordenamiento territorial reglamentado por el actual gobierno marca una diferencia abismal con el pensamiento sostenido por El Tribuno desde 1949.

También existen entre El Tribuno y el gobierno diferencias apreciables en materia de educación, salud y vivienda, cuyos problemas necesariamente se reflejan en nuestras páginas.

Pero esas diferencias no transforman a El Tribuno en un enemigo del gobierno ni en un vocero de la oposición.

El Tribuno es solamente un diario y ningún diario tiene el poder de ganar elecciones o derribar gobiernos.

Cuando el gobernador y, con él, un coro de ministros, descalifican al diario, sin darse cuenta, están agraviando a sus lectores. Tenemos probada certeza de que ningún lector decide su voto por lo que opinemos nosotros.

El propósito de silenciar a la prensa y el intento por intervenir diarios es una de las formas más retrógradas de la política. La censura, que es resabio de la Inquisición, se inspira hoy en la idea de que la verdad no existe y que lo importante es el discurso. La historia muestra que solo progresan los países donde existe la pluralidad de opiniones.

El agravio y las variadas maniobras de ataques a El Tribuno son una muestra de impotencia y, también, de deshonestidad. La fuerza de un diario la proporcionan los lectores y solo es posible sostenerla con profesionalismo y diciendo la verdad. Los gobiernos deberían recordar siempre que las mentiras tienen patas cortas; por cierto, los ciudadanos de a pie lo saben.
 

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